![Marah contra las suspicacias](https://s3.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/04/22/_bielankomarah1-keRC-U200122991237K0E-1200x840@ElCorreo.jpg)
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El viernes por la noche 200 almas se congregaron en el Kafe Antzokia para ver a los roqueros exultantes americanos Marah en un concierto de la serie esporádica WOP Special Night (en favor de la fundación WOP / Walk On Project, que lucha contra las enfermedades raras). El quinteto llegó liderado por el siempre sudoroso y agónico Dave Bielanko, y como el público sabía que faltaría su hermano Serge (ahora éste proclama que está arrepentido de todos sus años en la banda, que fueron una pérdida de tiempo: ¡para nosotros no, Serge!), pues muchos espectadores potenciales optaron por no acudir y la mayoría de los que fueron (vale: fuimos) lo hicieron con la mosca detrás de la oreja, con suspicacia, sin esperar demasiado, aunque a la postre Bielanko junior salvó la papeleta y como sentenció ese aficionado anónimo al acabar: «ha estado mejor de lo que esperaba».
Bueno, otro se quejó de que esa había sido la peor (por menos buena) de las cinco veces que les había visto. Pero no: recordamos una bastante inferior, muy desilusionante y aburrida, en formato reducido y acústico en Muskiz. Y yendo al grano de lo de ayer noche deberíamos señalar que lo más censurable fue el sonido (un batiburrillo sucio y saturado entre el que no destacaba la voz pasional y espetada de Dave) y que en Marah ahora solo hay una figura líder, creativa, que es Dave Bielanko, el único que empujó en un quinteto completado por cuatro comparsas: dos miembros nucleares como Dave Petersen (batería, que sí sostuvo todo el entramado con seguridad y alborozo) y Adam Garbinski (bajo, a veces guitarra, quien ha perdido bastante de la energía y de la pose de antaño, de hace tres lustros o así), un muy secundario Slo-Mo Brenner (slide guitar y a veces bajo, quien con sus fondos de aullidos de la slide aportaba capas, rellenaba huecos y, ejem, tapaba defectos), y el benjamín Gus Tritsch (guitarra y violín, con pinta de Mark Knopfler y con maneras como de estar ya harto del líder Bielanko cuando en Bilbao sólo iban dos conciertos de los ocho de la gira).
Con el susodicho sonido mejorable vivimos un bolo creciente de unos 18 temas en 96 minutos. Dave fue el centro de las miradas, y salió a escena con el rostro ya congestionado, con las mismas botas de hace quince años como observó el amigo Tsustas, con americana oscura, y un gorro calado del que emergían largos cabellos ralos y mojados de sudor, un sudor que goteaba desde su rostro, un sudor que brotaba de la sauna en que Dave convierte su cuerpo durante los conciertos catárticos. Acabó muy cansado, incluso hasta para hablar, pero logró que el bolo creciera en intensidad, partiendo desde los rocks stonianos ('Christian street', luego otra con el tumbao del 'Jumpin' Jack Flash', después la algo glamurosa 'Coughing up blood'), los rocks célticos a lo Waterboys cuando intervenía el violín ('Barstool boys'), salidas de tono ora a lo Aerosmith, ora en la escuela del Manchester sound bailón, y, menos mal, ráfagas de la épica del gran rock americano de Bruce Springsteen.
Dave había dicho por el principio del bolo que tras dos años de pandemia era una gozada ver a la gente en una sala de conciertos. Y luego, en el último tercio, metió más presión a la máquina pisando el acelerador de la celebración springsteeniana (¡a lo Daniel Romano!, en el bis derivando hacia la apoteosis de los Lynyrd Skynyrd), roqueando con la chulería de los Faces, incidiendo en el rock a lo Waterboys ('Santos de madera'), dejándose en el tintero canciones redondas de Marah como 'Sooner or later' y 'Dishwasher's dream' (antes las cantaba el hermano ausente Serge, pero seguro que Dave podría haberlas resuelto con soltura), y cerrando con un anticlímax: dejando cantar al chaval (al becario, como dijo Dani) la versión de los Rolling Stones 'Before they make me run'.
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