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Un concierto demasiado largo ofreció el sábado noche Manolo García en el Palacio Euskalduna, adonde vino en gira acústica y en octeto. Sobraron canciones, sobraron minutos (186 desde que arrancó hasta que hicieron mutis los oficiantes), e incluso sobraron instrumentos: le restan al ochote una ... percusión y una guitarra y no se echarían en falta. obró también el exceso de interacción populista con el público, con esos 2.222 fans fatales que coreaban y daban palmas a la mínima oportunidad (desafinando y a destiempo, pero no pasa nada), a menudo espoleados en sus expansiones cordiales por el cantante catalán. Semejante ambiente de fiesta en el patio de butacas contrastaba demasiado con la propuesta folklórica, relajada y desenchufada emitida desde el escenario, pero tal reacción era propiciaba por el propio Manolo (Manuel le llamaba su padre, campesino hasta los 25 años, nos contó el sábado).
En efecto, hubo demasiadas canciones en un concierto sin gradaciones perceptibles, aunque el escenario se fue iluminando con el moroso devenir: cada vez más luces, más jaulas de pájaros, más monigotes… Y, por cierto, muy importante: estuvo demasiado baja la voz de Manolo en la mezcla global, un Manolo justo de garganta (pero no de físico: cómo bailaba el tío a sus 64 palos) que encima debía reservarla para lo que vendría: 29 temas en 186 minutos, incluyendo un instrumental progresivo y un par de popurrís muy coreados y basados en El Último y tan laaaaargos, tan eternos que resultaron la quintaesencia del concierto en sí.
Pero la gente ni se fijó en lo de la voz baja (total, la peña se sabía la mayoría de las letras y las coreaba), ni en que el acompañamiento instrumental se limitaba al amontonamiento suavito y de fondo, ni en que no había picos emocionales más allá de los subjetivos en la psique o la memoria de cada cual (y todo quisqui era fan, ya se imaginarán los lectores). Ahi, este sábado, en el Euskalduna, la gente se dedicaba a reverenciar a un Manolo García que bajó desde escenario al patio de butacas y al foso de la orquesta al menos en 12 de los 27 temas (y uno fue instrumental, o sea que descendió en la mitad del repertorio). Manolo se dio un baño de masas cada dos por tres: bajaba y estrechaba decenas de manos, repartía besos, tenía gestos de cariño con los niños, recibía abrazos y alguna palmada en la espalda, alguien intentaba alguna foto junto a la estrella pero la discreta escolta de sus técnicos le disuadía, y acumulaba flores (ora sueltas, ora en ramos…) y otros regalos (peluches, muñecos, una bolsita misteriosa que le dio un niño…).
En una de sus salidas del escenario, Manolo se puso a ascender la escalera del patio de butacas y se perdió por las alturas del inmenso Palacio Euskalduna mientras los fans más animosos le perseguían como al flautista de Hemelin. Y cuando Manolo bajó desde ahí arriba (ya ni se le veía), agarrando una flor que no tenía al subir nos dijo «sois la leche» y nos soltó un discursito que nos hizo reír: «¡Están empeñados en jodernos la vida! Nos suben los impuestos, nos quieren politizar… Os prefiero a vosotros, sois más guapos y más simpáticos. Me gustaría dedicar el concierto a quienes estos días anteriores se han tomado la molestia de comprar una flor o un libro pensando 'se lo voy a regalar a Manolo'. Cada día tiene su poesía y nos la quieren ocultar».
Luego, en los bises, Manolo sacó un papel con anotaciones y aseguró que quería dedicar el concierto a los siguientes tres: a la activista del clima Greta Thunberg (mucho antes, en la cuarta canción, 'Sólo amar', ya nos había advertido que había que cuidar el planeta y eliminar las emisiones contaminantes); a los pequeños y medianos comerciantes cercanos que producen alimentos sanos a un precio honesto y no esa comida que viene de fuera usando miles de camiones (los términos son suyos, pero no me va a hacer sentir mal ahora que he comprado una sana y jugosa piña de Costa Rica a 79 céntimos el kilo); y a 'Unidos por Manolo', un grupo de seguidores en las redes sociales (esas redes que Manolo desprecia: nos contó que los gurús de Silicon Valley prohíben por contrato a su servicio que usen móviles y en los colegios a los que van sus hijos no hay wi-fi), un grupo de fans que le pidió lo dedicara a una seguidora fallecida repentinamente en Elche.
¿La música?, se preguntarán. Plana y de acompañamiento, con algún destello flamenco y bastantes lapsos percusionistas. ¿Las letras? Hum... con la lírica forzada habitual en el personaje y llenas de imágenes naturalistas: olivos, naranjas a tutiplén, amapolas, árboles… ¿Las canciones? Pues una detrás de otra intentando abarcar el tiempo en vez de perseguir subidas emocionales antes de refrenarse para respirar y volver a subir. De las 29 canciones que contabilizamos el sábado, estas fueron las más destacables en un concierto al que le costó despegar: la aflamencada y con tres escuderos en el rol de palmeros a la derecha del tablado 'La sombra de una palmera' (es alimento de alma; la citamos sólo porque cosechó la primera ovación rota de la peña entregada, y era la séptima de la lista); 'Ardió mi memoria' por interpretarla en sexteto, no octeto, o sea que estaba descargada de instrumentación superflua; 'Sobre el oscuro abismo en que te meces' por la economía musical basada en el piano y reforzada por los coros en masa de la gente; una bastante étnica 'Pájaros de barro' con dos percusiones, contrabajo, su voz y la violinista bailando; 'A San Fernando, un ratito a pie y otro caminando', que fue la segunda vez en que se olió a incienso en el Euskalduna y donde se notó honda comunión con la parroquia; o la zíngara 'Si te vienes conmigo', con guiños que acabaron en lo onomatopéyico e infantil con tanto guau guau, miau miau, pío pío («llevamos diez minutos haciendo el gilipollas», reconoció Manolo, que cuanto más hablaba más tacos soltaba).
Y ya en los largos bises (70 minutos duraron, oigan), hubo menos tela que cortar, aunque no por ello dejaba de estirarse el empecinado Manolo: «¿Queréis otra?», preguntaba, y la gente bramaba síiiiii. Citemos del bis la coral, comunitaria y naturalista 'Carbón y ramas secas'; la levemente pop y lisérgica 'Somos levedad' (que se salió de la tónica general de folk-pop, de étnica de consumo occidental y de flamenquito moruno); 'Para que no se duerman mis sentidos' por su letra y su calidad intrínseca (esta no estuvo bien ejecutada en el Euskalduna, pero deseamos incluirla); y cuando ya los ocho actuantes se habían hecho la foto del adiós, brillaron los dos temas postrero: 'Insurrección' de El Último de la Fila (los otros títulos del Último se corearon mucho pero tampoco estuvieron para echar cohetes) y el adiós con la ranchera 'El Rey' de José Alfredo Jiménez, que fue lo más cantado, a pleno pulmón, y que apuntó al cénit de un concierto de más de tres horas planas, dilatadas y con una receta musical reiterativa.
«Qué caña nos ha dado el tío», comentó a la salida un joven espectador a su pareja, pero se ignora si lo decía satisfecho o resignado, pues pinta de cansado ya tenía.
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