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Mucho mejor ambiente se respiró el viernes en el pabellón deportivo de Miribilla, donde calculamos al alza que habría unas 1.500 personas en los momentos más poblados. Más del doble de gente que la víspera, el jueves, con la entrada al mismo precio y ... el cabeza de cartel similar y también sueco, The Hives. El jueves habría mucho menos público debido a la hora tardía del denominado Bilbao BBK Live Udazkena, pues el día después muchos madrugarían y los conciertos acabaron tan tarde que no había metro. Hagan las cuentas para un aficionado de a pie que paga la entrada: más de 25 euros el taxi, 38,50 del ticket y en cuatro horas de conciertos qué menos que dos cervezas a 6 eurazos cada una, unos 70 euros en total. ¡Más caro que Roca Rey en Logroño!
La terna del viernes la abrieron los pamploneses El Columpio Asesino (Azpiazu comentó que hubo malas luces y el bolo fue en U: arrancó bien, se atemperó y al final subió con su hit 'Toro') y el listón más alto lo colocaron los desperdigados pero bastante aragoneses León Benavente: estupenda acústica en el pabellón deportivo, luces buenas, potentes y diáfanas, ejecución precisa y determinada, canciones obsesivas y en espiral a veces bailonga como 'Amo', 'Ayer salí' o la eufórica 'Gloria', y, plof, se les fue el sonido y casi media hora estuvieron parados, con la gente pirándose a fumar o a beber o a respirar sin mascarilla. La pista baloncestista se despejó y se vio a gente tirada por el suelo, descansando; menos mal que esta segunda jornada la organización permitió sentarse en la grada del fondo.
León Benavente, a pesar del nefasto parón, lograron la mayor química con el respetable, que bailó más con los brazos en alto y quizá incluso tuvieron ante sí más espectadores que los cabezas de cartel, los suecos Mando Diao, que salieron con 24 minutos de retraso por culpa del parón de los precedentes Benavente y que 22 años después siguen pilotados por Björn Dixgård, el cantante y guitarrista que dio un trato displicente tanto al público bilbaíno (insistió sobre todo al principio en que hiciéramos más ruido y que nos implicáramos más en su repertorio) como a su atribulado técnico de escenario, a su pipa (se enfadó al principio por algo de las guitarras y lo vio Azpiazu desde el foso de los fotógrafos, luego le echó alguna mirada asesina para que le pusiera bien el micro que se captó desde la grada lateral, y por el final varias veces arrojó con desdén el pie del micro y el mismo micrófono).
«Es que está mamao. Estos siempre salen borrachos», aseveró Gabi Musikota, otro fotógrafo, y es probable que tuviera razón. Así se entendería tantos malos gestos del soberbio y bien plantado Björn Dixgård, y su empecinamiento para prender la participación del público, que en absoluto estuvo frío o renuente. Qué pesao el Björn con las palmas, con el preguntarnos si nos gusta el rock and roll y con el subir todo el rato los brazos como un mesías o un delantero de fútbol, qué maleducado con su pipa, un mártir. Hum..., también parecía colocadillo el guitarrista solista desde 2015 Jens Siverstedt: ¿no se fijaron cómo pronunció 'fiesta, fiesta' para espolear a la masa?
Venga, al lío. El concierto de Mando Diao, de 15 canciones en 70 minutos, tuvo más espíritu y sonido de sala como la Santana 27 que de gran festival. Por estilo guitarrero orgánico, a veces garajero y a veces mod, y por la sencillez en su elaboración, pues los suecos han abandonado las ínfulas bailongas y teclistas que mostraron cuando les vimos en el BIME Live del BEC en 2014, cómo pasa el tiempo... No estuvo mal su bolo del viernes en el bi-bi-kei, como pronuncian los guiris, pero su pegada cursó decreciente por culpa del mal rollo creciente del soberbio Björn, tácitamente furioso con su técnico y explícitamente con su pie de micro, y que además miraba literalmente por encima del hombro a la audiencia. Además el cantante con el paso de los minutos iría teniendo menor vigor físico, y acabó arrojando la camisa al público y actuando con el torso desnudo.
El repertorio estuvo ordenado casi al tuntún, sin gradación, y mezclando estilos aunque sin variar en demasía el sonido, que les quedó homogéneo. De hecho este sonido orgánico y de sala mutó las grabaciones originales de algunas canciones impregnadas de 'dance', caso de la primera de la lista, 'Black Saturday', que en vez de a Flock Of Seagulls evocó a los Stones. 'One Last Fire' fue rock discoteque, 'Society' un sermón para cambiar el mundo, y a la cuarta, el rock modo a lo Yardbirds 'All the Things', fue cuando caímos en la cuenta de que era un bolo casi hostelero más que festivalero.
Claro que pellizcaron con momentos guays, caso de su hit urgente 'Down in the Past', de la onda vía The Jam de 'Hippie son', de la botita balada acústica con poso country 'Ochrasy' o del zarpazo garajero y adolescente 'Long Before Rock 'n' Roll'. Pero las demás canciones les quedaron un tanto rutinarias, entre el rescoldo del hippismo ('Dancing All the Way to Hell') y la lisergia tipo Doors ('One Two Three'), o, ya en el bis, entre el góspel blanco ('Long Long Way') y el baile final bastante coreado por la peña ('Dance With Somebody'), que fue cuando el líder se acercó a la batería y la desmontó a golpes entre el paripé y la teoría de la película danesa 'Druk / Otra ronda', protagonizada por Mads Mikkelsen y que plantea que la vida es mejor si vas con un punto alcohólico.
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