Sombras y luces saturadas creando efectos psicodélicos. ÓSCAR CUBILLO

La leyenda garajera de los Lyres

Con una corbata surrealista y un cuarteto sin engrasar, Jeff Connolly abrió en el Museo Marítimo su gira española de cuatro fechas seguidas

ÓSCAR CUBILLO

Viernes, 17 de agosto 2018, 13:30

Cumplieron el expediente los Lyres (Boston, 1979) el jueves en el Auditorio del Museo Marítimo, donde tocaron unas 24 canciones en 85 minutos. La cifra es imprecisa porque cuando sonó la primera pieza casi todo el mundo estaba esperando fuera del Museo y porque, ... como se acabó la cerveza en la barrita interior, debimos salir al bar Nave 9 a hidratarnos, pues dentro del Auditorio hacía un calor sofocante. Había ido mucha gente (y más para ser verano: casi 200 personas a 15-18 €) y se la notaba bastante predispuesta, pues pareció disfrutar de un concierto reiterativo con la banda engrasada sólo lo justo (a veces el líder Jeff 'Monoman' Connolly explicó a sus músicos cómo iba alguna canción antes de tocarla, y además el bajista estuvo todo el rato pendiente de su jefe y de su mástil).

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Sobre el escenario con sombras fantasmagóricas y luces polícromas que creaban un buen fondo psicodélico, con los tres secuaces vestidos con simples camisetas negras y con el en el fondo distante y no del todo entregado Connolly mejor ataviado (americana y camisa negras, ancha corbata surrealista, órgano Vox que tocaba con la mano derecha y pandereta que percutía con la izquierda; dos espectadores distintos comentaron que con su melena cana y sus gafas se parecía a Johnny Burning), las Liras arrancaron con vetas souleras algo Eddie Hinton, ecos de Fleshtones y garaje ochentero revivalista.

Durante el largo ecuador se pusieron más retros, melódicos y britanos, en plan primeros Beatles y Rolling Stones, atrapándonos en espirales lisérgicas sin salida. Y ya por el epílogo (y el bis) volvieron a endurecerse con riffs garajeros canónicos tipo Cynics, deudas saldadas con los Sonics y el cierre con un 'Don't give it up now' que remitió a los B-52's, lo cual tuvo su mérito.

Terminó el bolo y un espectador juzgó: «sin más». Y saliendo del Auditorio espetó una espectadora: «¡qué maravilla!». Pero se refería al «aire fresquito» que se respiraba fuera. Pues nada, otra leyenda sobrevalorada que hemos catado en vivo y que en disco siempre nos ha parecido carente del encanto de coetáneos ochenteros garajeros suyos como The Cynics, The Fuzztones, los suecos The Stomachmouths, los mentados The Fleshtones…

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