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Únicamente unas decenas de butacas allá por las alturas del pabellón deportivo se quedaron sin vender en Miribilla este sábado para ver a Leiva en la primera fecha de la gira de su quinto y último álbum, 'Cuando te muerdes el labio', contenedor de 14 ... canciones con 14 colaboraciones femeninas distintas y de las que sólo media docena sonaron en un macroconcierto espectacular de 21 temas en 100 minutos levemente decrecientes, un repertorio bastante parecido al de su gira anterior, pues Leiva sigue tirando de sus grandes y sensibles canciones de soul-rock americano tan vocativas y votivas del alma femenina.
A sus 42 años cumplidos el mes pasado, Leiva se declaró nervioso y feliz por arrancar en Bilbao una nueva gira tras dos años sin viajar a lo grande, se mostró contento por tocar en «el templo de los hombres de negro», adonde afirmó venir a veces a ver basket, y aseguró que Bilbao es importante para él entre otras razones porque en el Kafe Antzokia cosechó su primer lleno tras su etapa con Pereza, su grupo anterior. Más tarde añadió: «Para mí ha sido una superbatalla estar aquí. Probablemente este sea uno de los conciertos que más recuerde». Y poco más habló, hasta que se despidió diciendo «gracias por acompañarnos, gracias por la paciencia, gracias por el apoyo. Nos vemos cuando ustedes quieran, de verdad». Y procedió a besar uno a uno de los miembros de su banda.
Leiva ofició en noneto contándole a él. La única fémina del plantel es la nueva corista, la argentina Esmeralda Escalante (que teloneó el show con 29 minutos a dúo de soul pop comercial y pijotero entre Presuntos Implicados y Aterciopelados, por ejemplo), su hermano Juancho el líder de Sidecars sigue a la guitarra (es el tercer protagonista, el segundo secundario tras la chica), y en un escenario bastante despejado, limpio, con dos tarimas alargadas por detrás y a niveles distintos, se repartían el bajista, el baterista y el percusionista, los dos vientos (ni un solo aportaron, ¿no?) y a la derecha del tablado, en primera fila pero esquinado y de perfil, César Pop al teclado.
El macroconcierto sonó muy bien (echamos de menos un poco de volumen extra, pero entonces quizá rebotaría), Leiva alternó trallazos rocanroleros con la densidad y el tumbao de los Rolling Stones y lentos emocionales inspirados siempre por el amor y el desamor y expresados mediante unas letras inusualmente sinceras, verídicas, y, además, apeló a su legado colando varios números de Pereza que pusieron a tono a un público que cantó de principio a fin, donde las mujeres eran mayoría pero no por goleada, y que llegó al éxtasis al corear canciones como 'Sincericidio', esa de «te quiero cuando me destrozas / te quiero con indecisión / te quiero con las alas rotas / aunque no haya explicación».
Y el aspecto visual resultó inusual, decididamente espectacular, variado, cambiante y elaborado, con la pantalla gigante de fondo que abarcaba todo el tablado y se llenaba de propuestas imaginativas que instantáneamente agrandaban y aproximaban el show en vivo (la cara de Leiva a tamaño esfinge de Giza, ese plano trasero que captó a Leiva al borde del escenario enfrente de la masa en la que se notaban perfectamente las filas, las tomas laterales, la despedida con los actuantes de espaldas al público y apareciendo contentos y de cara en el pantallón…), o la propia infraestructura rectangular del escenario, que a veces se asemejaba a una caja como la jaula de la gira de Pablo López.
¿Qué podía fallar si hubo buen sonido, lo visual se salió de lo normal y el cancionero era de altura aunque estilísticamente abundara en los mismos hallazgos de soul-rock americano genuino? Podría fallar que era el primer bolo de la gira (nervios, cansancio, poca conjunción...), pero no se notó. De hecho la casi inapreciable destensión del último tercio más que a la falta de costumbre se debió al orden del repertorio, que ya hemos dicho alternó el rock and roll a machete con los lentos descarnados y experimentales, bastantes de ellos con co-protagonismo de Esmeralda.
Con 17 minutos de retraso para dar tiempo a que entrara en el Bilbao Arena todo el público comenzó el primer concierto de la gira 'Cuando te muerdes el labio', que duró cien minutos para 21 piezas, ya saben. La velada se abrió por todo lo alto con 'Terriblemente cruel' y el gentío coreando, 'La lluvia' provocó el delirio y la conexión, la transmisión continua con el respetable, la chica tuvo mucha relevancia en la azulada 'Infinitos' y el rock and roll de Pereza 'Animales' fue un pináculo del repertorio, quizá la cúspide.
Visto lo visto y oído lo oído eso iba a acabar bien. 'Lobos' fue rock de estadio a lo Black Keys, 'Breaking bad', que es un pedazo de canción, la interpretaron con la cara colosal de Leiva en blanco y negro en la pantalla y los nueve músicos recortados a color y en tamaño liliputense debajo, el pop 'Superpoderes' literalmente enloqueció a la parroquia, ya les hemos contado que 'Sincericidio' la puso en éxtasis cantarín con todas las gradas en pie, en la nueva 'Histéricos' Leiva modeló el soul a lo Clapton, en la nueva 'Flecha' cruzó el ritmo de los Rolling del 'Emotional rescue' con un estribillo muy Bee Gees, en 'Godzilla' el que suscribe pensó en Quique González (y dilucidó Óscar Esteban: «Es que Quique y Leiva trabajan las músicas con César Pop, ese puede ser el vínculo»), 'La llamada' (canción por la que le dieron el Goya en 2018) empezó acústica y acabó coral a lo Of Monster And Men, y por el epílogo la conexión banda-público alcanzó cimas extáticas en 'Como si fueras a morir mañana' y en las recuperaciones de Pereza 'Estrella polar', para acabar en falso antes del bis, y 'Lady Madrid', para acabar concierto, la primera cita de una gira que arranca con buen pie.
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