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El 5 de abril de 1994, este viernes hará 30 años, Kurt Cobain puso fin a su vida. «Es mejor arder que apagarse lentamente», dejó escrito el guitarrista, cantante y líder de Nirvana en una nota que se cerraba con un «te quiero» dirigido a ... su mujer, Courtney Love, y en la que también mostraba el amor por su hija Frances, de apenas 2 años. Cobain murió a los 27, curiosamente como unas cuantas estrellas de rock, concepto que él detestaba. Tanto como la imagen de joven atormentado, refugiado en la heroína, que descargaba su inconformismo a través de canciones desgarradas.
«Me siento como un cretino escribiendo sobre mí mismo como si fuera un icono semidivino del pop rock americano», escribió en sus diarios, en una fecha no especificada pero posterior al lanzamiento de 'Nevermind' (1991), segundo disco de Nirvana y un éxito descomunal que popularizó los sonidos alternativos. El músico mostraba su hartazgo por la proliferación de «historias disparatadamente exageradas» y las «interpretaciones freudianas mediocres y patéticas» sobre su personalidad.
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Pero sus notas y cartas también muestran su buen humor, a menudo derivado al sarcasmo. Así presentaba a su propio grupo: «Nirvana son de Olympia, Washington. El guitarrista/vocalista (Kurt Cobain) y el bajista (Chris Novoselic) de Nirvana vivían en Aberdeen», cuya población «está compuesta mayoritariamente por leñadores ignorantes y fanáticos –mascadores de tabaco, cazadores de venados y homofóbicos– que no ven con buenos ojos a los 'new wavers' con pintas raras».
Añadía que los miembros de Nirvana «normalmente no tienen trabajo». De clase media baja, como él mismo se definía, Cobain se ganaba la vida con empleos esporádicos. «He conseguido un empleo a tiempo parcial trabajando con este tipo mayor que limpia cuatro restaurantes. Pagan en negro y al contado». Sobre sus letras, consideraba que «son un gran montón de contradicciones. Se dividen a partes iguales entre opiniones y sentimientos sumamente sinceros y refutaciones sarcásticas y humorísticas, espero, hacia los estereotipados ideales bohemios desfasados desde hace años».
Cobain se veía en un dilema. «Parece que un compositor de canciones no tenga más que dos maneras de ser: o la propia de visionarios tristes y trágicos como Morrisey, Michael Stipe o Robert Smith, o la del típico chico blanco alelado e ido de la olla que va de 'Eh, vámonos de juerga y olvidémonos de todo', gente como Van Halen o los demás mierdas del heavy metal». El problema era que «a mí me gusta ser apasionado y sincero, pero también me gusta divertirme y hacer el imbécil».
«Ya ves tú, ¿qué voy a hacer cuando sea mayor si ya lo sé todo sobre el rock'n'roll a los 19?». Unos pocos años adelante, con el primer disco de Nirvana editado –'Bleach' (1989)–, Cobain vivía en la calle. «Me han echado de mi piso. Estoy viviendo en el coche, rodeado de gases, así que no tengo dirección».
Cuando se publicó 'Nevermind' su situación cambió. Cobain y sus compañeros saltaron al estrellato en unas semanas. «En cierto modo está bien que puedas llegar a vivir de ello con holgura», consideró. «Pero aparte de la seguridad económica, no es que sea la profesión más acertada. Uno de los principales problemas es que me siento evaluado las 24 horas del día. Formar parte de un grupo es un trabajo duro y la fama en sí no lo compensa a menos que te guste tocar, como ocurre en mi caso».
El músico se sintió desbordado. «Hemos vendido 10 veces más de lo que esperábamos vender. Es muy fuerte estar haciendo entrevistas con revistas que no leo». Cobain empezó a sentirse «increíblemente culpable» por tener éxito. «Soy el producto de pasarme siete meses gritando a pleno pulmón casi todas las noches, siete mses pegando brincos como un macaco retrasado. siete meses contestando las mismas preguntas una y otra vez».
Había probado la heroína muy joven, en 1987. «Cuando volví de nuestra segunda gira europea con Sonic Youth decidí consumir heroína a diario debido a una dolencia estomacal que llevaba sufriendo desde hacía cinco años y que me había llevado literalmente a pensar en el suicidio», anotó en una sus numerosas referencias a su propia muerte, sobre la que también bromeaba: «Espero morir antes que convertirme en Pete Townshend».
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