Seguimos siendo fans de Kukai, el grupo guipuzcoano de danza moderna dirigido por Jon Maya, pero su imaginería resulta cada día menos sorprendente, su vigor físico y agilidad van diluyéndose montaje a montaje, y la llamémosla 'vasquidad' emerge cada vez más esporádicamente en sus coreografías, ... limitándose a un número dantzari tradicional y poco más. Kukai cada vez parecen más solemnes y en búsqueda de una trascendencia que contrasta con la fresca ingenuidad y la amplitud de miras de sus pinitos. Sí, sabemos que no regresará la energía desatada en montajes como 'Herritmo', con los aizkolaris cortando troncos en las alturas del mismísimo Arriaga, pero a este paso van camino de convertirse en una compañía de ballet contemporánea disimulada en el fárrago de la oferta global.
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El punto de inflexión con Kukai (Renteria, 2001) quizá lo experimentamos en el propio Arriaga en febrero de 2016 con la obra 'Oskara', una desazonante metáfora de la muerte que apagaba el alma, literalmente. Paradójicamente, fue repetidamente premiada en los premios MAX de 2017, y la compañía también recibió el Premio Nacional de Danza 2017 en la modalidad de creación (30.000 €), de lo cual nos alegramos.
Esa ya sin urgencia complacencia emerge en 'Hnuy illa', coreografía de 2008 inspirada en la poesía del fugado Sarrionandia y también merecedora del Premio MAX al Espectáculo Revelación 2009. 'Hnuy illa' se volvió a representar este jueves en el Arriaga con la excusa de conmemorar los 25 años de la edición de 'Hnuy illa nyha majah yahoo', una antología de poemas escritos por Sarrionaindia entre 1985 y 1995. Los poemas de esa década se refieren al desarraigo, a la añoranza de la tierra natal, al victimismo, etc., y es que ya saben que Sarrionaindia se fugó de la cárcel escondido en un bafle del cantautor Imanol en el mismo 1985 y es el 'Sarri, Sarri' de la canción de Kortatu.
Pues durante una docena de números en 61 minutos (dos de ovaciones finales), Kukai evolucionaron apoyados en la sugestión de la música pregrabada (firmada por Iñaki Salvador y con un par de temas cantados por Laboa; además hay otra canción enlatada de la exfadista donostiarra María Berasarte que queda tan estupendamente que parece Dulce Pontes) y en los puntos de fuga de las visuales de fondo (letras, nubes, lluvia, la gran ciudad…).
Sobre las tablas desnudas, sombrías y solo iluminadas mediante los haces de las visuales, Kukai, que han modernizado, actualizado esa coreografía de hace doce años, en septeto (cuatro chicos y tres chicas) evolucionaron con menos riesgo (a veces paseando) y dinamismo (aunque hubo un bailarín muy contorsionista que hizo el pino sosteniéndose sobre una mano), abusando de lo contemporáneo (esa manía de arrastrarse, hasta el pareja), forzando la heterodoxia (lo de la bicicleta también roza el circo contemporáneo) y salpimentando algún número con los coletazos de la tradición dantzari, que es donde mejor funcionan Kukai, por ejemplo en los fandangos en trío (sí, mil veces vistos, alegará Jon Maya), de lo más lucido de una revisión donde también brilla el número de la alegría coral algo circense pero interrumpida por un premeditado fallo de la luz o la viñeta urbanita con el cortejo entre la pareja que se cruza en la calle (luego hay otro momento romántico pero más moderno con un desnudo parcial: quizá fue casualidad, pero justo entonces se oyeron más toses entre el público y a alguien hasta se le cayó el móvil).
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