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No es habitual escuchar a un compositor que hable con tanta claridad. Desde la autoridad que le dan su prestigio ante la crítica y su éxito entre los aficionados -es, casi con total seguridad, el compositor actual más interpretado en las temporadas de las orquestas ... y los grupos de cámara de todo el mundo-, el estadounidense John Adams (Worcester, 1947) asegura que «el ser humano quiere escuchar sonidos armoniosos» y la música atonal no se los proporciona. Antes al contrario, «mucha gente teme la experiencia de la música atonal y las disonancias. Y es que duelen, físicamente». Ahí reside la causa de que los auditorios presenten tantos claros en palcos y patios de butacas cuando se programan esas obras. «La música popular es tonal y tiene una gran audiencia. La música contemporánea es justo lo contrario. La historia de mi vida es la de cómo he tratado de cambiar esa situación». Adams recogerá esta tarde en el Palacio Euskalduna el premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA en la categoría de Música y Ópera. El jurado ha explicado el premio por su labor en la creación de «una música que es genuinamente de nuestro tiempo, y siempre lo ha sido, desde finales del siglo XX al siglo XXI». El compositor afincado en California habla un castellano fluido con un tono pausado y un gesto amable. Pero lo que dice, y lo reconoce con una sonrisa, es «políticamente incorrecto».
- Cuando terminó los estudios en Harvard, muchos de sus compañeros pidieron becas para continuar formándose en Europa con Boulez, Stockhausen y otros. Usted, en cambio, se fue a la costa oeste. ¿La música estadounidense se ha ido distanciando de la europea en todos estos años?
- Creo que hoy existen bastantes diferencias. En Europa, sobre todo en Francia y Alemania, parece necesario inscribirse en un estilo. Es como si precisaran saber qué es esa música que hacen. En EE UU no importa. Como director he trabajado la música de muchos compositores de 25 a 35 años, y no sienten para nada esa necesidad. El resultado es que hay muchos compositores jóvenes y sobre todo muchas compositoras y muchas directoras. La situación política no es buena en EE UU, pero sí lo es la música.
- Su música recoge influencias del jazz y otras corrientes populares.
- Ha sido así en EE UU desde hace mucho tiempo. Lo encontramos en Bernstein, Ives y otros. Cuando lo hizo Gershwin en su Concierto para piano y en 'Porgy and Bess' fue muy controvertido, pero hoy sus obras son aceptadas sin el menor problema. Es típica de la cultura norteamericana esa forma de mezclar infuencias.
- Suele decir que su obra transmite sentimientos. ¿Se había intelectualizado demasiado la música?
- En muchos casos, sí, aunque no en todos. No lo hicieron los soviéticos, como Shostakovich y Prokofiev. Pero es cierto que durante décadas el prestigio se lo llevaban Schoenberg y sus seguidores. Me parece especialmente interesante el caso de Stravinski. Sus obras de juventud, como 'La consagración de la primavera', 'El pájaro de fuego' y otras, tienen una gran fuerza y son muy populares. Luego se fue haciendo más intelectual, hasta llegar al serialismo en sus últimos años.
- ¿Por qué razón los museos de arte contemporáneo tienen tantos o más visitantes que los clásicos pero los conciertos de obras contemporáneas tienen muchos menos aficionados que los que programan Beethoven, Mozart o Chaikovski?
- La música es un arte difícil de comprender. Y hay una circunstancia que me parece crucial. Si usted está en un museo y llega ante un cuadro que no le gusta, la solución es tan sencilla como seguir caminando hasta encontrar otro. Pero si está en un auditorio sentado en la fila 20 no se puede levantar aunque no le esté gustando nada lo que suena. Hay gente, mucha gente, que teme la experiencia de la música atonal y la disonancia. Porque duelen.
- ¿Físicamente?
- Sí, físicamente. Yo uso de vez en cuando la atonalidad, pero lo físicamente natural es la tonalidad. Lo que le voy a decir es políticamente incorrecto pero lo pienso: el ser humano quiere escuchar sonidos armoniosos. La música popular, que es completamente tonal, tiene un gran éxito, gusta a todo el mundo. La música contemporánea, atonal, es justo lo contrario. Llevo toda mi vida tratando de cambiar eso.
- Pero usted es un compositor de éxito.
- Y aun así, cuando los programadores me ponen en un concierto junto a Beethoven o Mahler, escriben sus nombres en los carteles muy grandes, y también el del director, y el mío lo esconden...
- Sus óperas tratan asuntos de la política más actual. ¿Cree que eso también acerca el género al público?
- Creo que sí, por eso abordo en ellas asuntos que tienen que ver con nuestra vida: el terrorismo, la bomba atómica... Mi último trabajo gira en torno al racismo y la discriminación de las mujeres... aunque esté ambientado en la California de 1850.
- Ha escrito algún musical, pero para el cine apenas ha trabajado y solo lo ha hecho para películas documentales. ¿No le atrae lo que hace Hollywood?
- Es un problema de agenda. Coppola me pidió una partitura, pero no podía decirme cuándo iba a terminar la película. Mi agenda estaba repleta para los siguientes dos o tres años, así que no pude aceptar. Yo no soy un compositor tan rápido como Philip Glass, por ejemplo, así que no podía comprometerme.
- Un músico necesita el silencio. ¿Cómo asume usted el ruido continuo de nuestras sociedades, esa música (mala) que nos asalta en todas partes y no podemos evitar?
- El ruido es algo propio de las ciudades, un hecho asociado a la vida misma. A mí no me gusta. Cuando trabajo, lo mismo si estoy en un piso que tengo al norte de San Francisco que en una casita en las montañas de California, uso cascos para no escucharlo.
- Vivimos en una sociedad en la que todo se vuelca en las pantallas. ¿Teme que desaparezcan el concierto y la ópera como experiencias en vivo?
- A la gente la gusta reunirse para disfrutar de la música en vivo, así que no creo que desaparezcan, pero quizá cambie la experiencia. Brahms no pudo prever la invención de la guitarra eléctrica, el micrófono o las grabaciones. No sé cuál será el futuro de la música.
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