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Hay que evitar dejar todo el trabajo de orientación y guía a los acomodadores. Un aforo de 305 localidades (el máximo que admite ahora el Arriaga) no es una cifra avasalladora, pero en tiempos de pandemia se debe facilitar al máximo el tránsito de la ... gente. De ahí que las señales, flechas y cintas hayan pasado a formar parte del decorado del teatro bilbaíno. «El recorrido hasta la butaca tiene que ser fluido y rápido para todo el mundo. Hay que evitar los parones y aglomeraciones. Hemos marcado con mucha claridad los itinerarios que se permiten en el interior del edificio», explica José Ignacio Malaina, director gerente del coliseo bilbaíno, debidamente embozado con una mascarilla, igual que el resto del personal.
La distancia de seguridad mínima de 1,5 metros se respeta en todo momento. También en los aseos, por eso únicamente permanecen abiertos los de la entrada y el foyer, en la primera planta. Son los más espaciosos del edificio. Ahora, más que nunca, deben evitarse las estrecheces. En el auditorio se han eliminado dos filas de butacas de patio, así como algunas de los laterales. Nada que afecte a la comodidad de los 305 afortunados que esta tarde, a las 19.30 horas, van a asistir al recital de Joaquín Achúcarro. Hay sitio de sobra para todos.
Las localidades se han distribuido por el auditorio de manera irregular, respetando el interés de los aficionados: la plaza se puede haber adjudicado a título individual, pero también hay opciones 'convivenciales', que admiten grupos de dos, tres o hasta cuatro personas. «Eso sí, siempre se dejan dos sitios desocupados entre los colectivos o los aficionados que vienen solos», recalca Malaina. Los protocolos de seguridad y de higiene se cuidan al máximo. Todos los desvelos se han dirigido en esa dirección: tras el cierre forzoso por la declaración del estado de alarma, había que reabrir el teatro con las máximas garantías.
«No se trataba de competir para ser los primeros en subir la persiana. Lo fundamental era poner todos los medios para proteger a la gente del coronavirus. En eso nos hemos centrado desde el principio». Ahora ya está la maquinaria en marcha y la energía ha vuelto al Arriaga. Nada que ver con los primeros días, después del confinamiento, cuando apenas rondaban cuatro personas por los pasillos «y parecía que los años se le habían caído encima al teatro». Se le veía irreconocible. Centenario y apagado. Esta semana, con dispensadores de gel en la entrada y los ascensores bloqueados (salvo para personas con discapacidad o embarazadas), se encuentra más que preparado para retomar la relación con el público. Eso sí, manteniendo la asepsia y las distancias. No habrá programas de mano, ni servicio de guardarropa ni ambigú. Todo sea para evitar el contagio del Covid-19.
«No hay que bajar la guardia. Tenemos que dar ejemplo. Y, la verdad, estamos muy contentos con la respuesta del público. Se están vendiendo bien las entradas. ¡Se nota que la gente tiene ganas de volver al teatro! Hemos hecho un gran esfuerzo para organizar 19 espectáculos hasta el 23 de julio y está claro que merecía la pena», se felicita el director gerente del Arriaga. De momento, la apuesta por el talento local se impone por las restricciones de la pandemia. Y en el caso de Achúcarro, no había lugar a dudas. Solo él podía protagonizar la reapertura del coliseo bilbaíno.
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