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óscar cubillo
Sábado, 2 de junio 2018, 13:43
Las entradas para ver al malagueño de 29 años y un día Pablo Alborán en el Palacio Miribilla en la gira 'Prometo', título de su cuarto disco, se agotaron hace meses y las 9.000 personas que suelen entrar llegaban con sus butacas hasta el techo y rodeaban hasta el asedio a los dos cañones de luz que enfocaban al ídolo andaluz. Abajo, en la pista, la gente en pie estaba muy apretada y a la chavalería de la primera fila, apoyada en la valla, los guardias de seguridad proporcionaban botellas de agua, no sin antes quitar el tapón, no sea que se usaran como proyectiles. Alguna espectadora irresponsable (o inexperta) había llevado a un niño de unos 8 años a esa ardorosa vanguardia que coreaba todas las canciones (cómo entonaban en «tú me has hecho mejor… mejor de lo que eraaaaa»), y que gritaba (desde «guapo» hasta «cásate conmigo») y que también exhibía pancartitas con peticiones como las que les muestran a los futbolistas. El vulnerable infante fue extraído de ese gentío apretado como lata de sardinas para ser recolocado a solas en el marasmo del foso de delante del escenario, menos mal.
La seguridad no permitía introducir paraguas «con punta de acero» al recinto deportivo. Natalia lo dejó fuera y al salir dos horas después… ¡no estaba! Alguien se lo había llevado suponemos que por error (era rojo). Una pareja se plantó ante los escasos paraguas colgados en la rejilla y tampoco lo encontraban: «¡Y decían que iban a vigilarlos!», protestó ingenua la chica. Pero no hubo más problemas de seguridad, y es que ni siquiera vimos fumar a nadie.
Estuvimos sentados en una esquina alta desde la que dominábamos todo el escenario en tres dimensiones (también el fondo). Desde ahí vimos a los siete oficiantes (Pablo y seis escuderos: dos guitarras, bajo, teclados, batería más percusionista que también soplaba una trompeta muy latina), a los 'pipas' (técnicos de sonido) que danzaban durante algunas canciones, las coreografías esporádicas que se marcaba el ídolo andaluz con sus subalternos, el teleprompter que tenía delante de sí con las letras corriendo, las pantallas ciclópeas con una resolución de ensueño (dos verticales laterales, una inmensa de fondo; en 'Saturno' parecía un cine en tres dimensiones), etc.
Al salir vimos dos autobuses y cuatro tráilers aparcados. La promotora donostiarra Get In informó: «El material de la gira será trasportado por ocho tráilers, cuatro para para el escenario y otros cuatro para la producción técnica. Dos autobuses con cama (sleepers) en los que viajan de una ciudad a otra 30 técnicos de sonido, video y producción, más las 50 personas de la producción local que dan apoyo al montaje». Y añadía: «De media el tour lleva 120.000 vatios de sonido, la estructura de luces de movimiento variable es de 115.000 vatios. Pantalla central de 16 x 6 metros y dos pantallas de realización en los laterales de 6 x 3. Escenario de 24 metros de ancho por 16 metros de fondo; y la altura según recintos puede llegar a ser de 14 metros». Hoy sábado 2 de junio actúa en Valladolid.
El macroconcierto asombró por la calidad luminotécnica y sorprendió por la acústica perfecta, por el sonidazo diáfano: a Pablo se le entendía todo y con absoluta claridad en la entonación, incluso cuando se agachaba en alguna ocasión. Se podía llegar a pensar que había tramos de playback, pero solo lo pensamos, no lo afirmamos. Desde que se apagaron las luces de Miribilla y la masa chilló excitada (cuando el termómetro interior marcaba 24 grados) hasta el chim-pun final de la banda previo a que se encendieran las luces para desalojar el recinto (cuando el termómetro había subido a 26 grados), en total en 119 minutos sonaron unas 27 canciones, muchas de ellas unidas. Como observó Natalia: «Va como con prisa, como si quisiera cantar muchas canciones sin dejarse ninguna en el tintero. Y qué pena que esté hablando tan poco».
Pablo Alborán habló poco pero jaleó bastante: decía «Bilbo», «Bilbo os quiero», «Bilbo sois mi mejor regalo de cumpleaños»… Y es que la víspera había cumplido 29. No en vano, al principio del show le cantaron el Zorionak y no se enteró. Pero la segunda vez, cuando ya explicitó su aniversario, se lo cantaron tan alto que él se dio cuenta y se derrumbó de rodillas. Un gran manejo de la masa demostró Alborán: cuando le observabas en la pantalla gigante, le notabas un bigotillo viril incipiente y parecía que te estaba mirando directamente a los ojos y que te conocía. Cuando esa chica le gritó «cásate conmigo», Pablo, que estaba a punto de empezar a tocar el piano a solas en el bis, miró de reojo por la pantalla con simpatía natural y se quedó con todo el mundo. ¡Qué dominio de las tablas!
Cantando perfectamente (ya se ha dicho), dotado de un acompañamiento musical que endurece su propuesta en disco y que le abre de par en par el mercado hispanoamericano que también forma parte de sus giras (guiños reguetón, dejes a lo Juan Antonio Guerra, Carlos Vives y Juanes, similitudes con Silvio y el madrileño Ismael Serrano, los solos de trompeta, algún contado baile del ídolo, una cacho de bossa, ciertas visuales de fondo…), Pablo fue meloso hasta lo almibarado (las palabras que más usa son amor / querer, seguidas de cerca por cama, sofá, corazón y almohada) y logró que corearan a modo su repertorio ultrarromántico desde las matures abducidas y sentadas en las gradas hasta la adolescentes desatadas en la pista (y también había cientos de chavalillas en las butacas, como una cuadrilla del graderío opuesto a nosotros donde relucía una vestida de fucsia fluorescente y también con una pancartita).
Entre versos que estallaban como cargas de profundidad en el océano de amor y emoción («no cabe tanto amor en esta cama», «qué intenso es esto del amor», «entre tu boca y la mía hay un cuento de hadas que siempre acaba bien», y ya más descarados como «ardor que fue bajando hasta el cinturón, que tú desabrochaste sin ningún pudor»), Pablo Alborán se metió a todo el mundo en el bolsillo (el que acudiera obligado, como acompañante, no podría alegar más pegas aparte del demasiado azúcar de sus letras, por otra parte factor ya conocido), resonó a menudo como Manu Carrasco, a veces al gran Alejandro Sanz y al piano ('Solamente tú' abriendo el bis) a un Pablo López al que superó en precisión, todo en un macroconcierto superexitoso en el que por el principio invitó a «olvidarnos de todos los problemas, que tal como está el mundo… intentemos detener el tiempo entre nosotros, que juntos podemos» (glups, a ver si le vamos a llamar Pablemos Alborán) y se despidió diciendo «uno de mis mejores cumpleaños, gracias por el regalo, a vivir que la vida son dos días».
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