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Los extremos no se tocan. O se tocan mucho menos de lo que deberían. Hay géneros brutales que de alguna manera parecen llamados a entenderse, como el metal más bestia y la electrónica ruidista, pero la mayoría de los artistas evitan contaminarse de extremismos ... ajenos, como si tuviesen miedo de abandonar la cómoda senda de su estilo. Los estadounidenses Full Of Hell constituyen una excepción clara a esta perezosa costumbre: frente a la actitud conservadora tan extendida entre bandas supuestamente radicales, este cuarteto de Maryland y Pensilvania parece empeñado en explorar los huecos que separan las distintas etiquetas de la música extrema, a través de una evolución constante y coherente y de colaboraciones con espíritus afines. El miércoles que viene inician en Bilbao una gira española de cinco fechas, como teloneros de Immolation, que permitirá disfrutar en directo de ese infierno del que están llenos, si es que 'disfrutar' es la palabra adecuada para un grupo que en alguna ocasión ha manifestado lo siguiente: «Queremos crear música desagradable y un ambiente hostil que te dé ganas de matarte».
Full Of Hell no llegan a la década de historia (cuando empezaron, eran prácticamente adolescentes) y proceden de la escena hardcore. Su primer álbum, de 2011, se ajustaba todavía a los parámetros de ese estilo, bien es verdad que con cierta tendencia a los pasajes ruidistas, y hoy en día mantienen su adscripción filosófica a los principios que alentaron su nacimiento: «Creo que la etiqueta hardcore punk es importante. Siempre hemos visto la ética y la comunidad como algo importante para nosotros, aunque toquemos una mezcla de distintos estilos de metal extremo con otras mierdas», declaró hace años a 'Exclaim!' el cantante y portavoz habitual Dylan Walker, que también se ocupa de la electrónica. En el segundo álbum, de 2013, su sonido ya se había vuelto más áspero, más inquietante, más experimental y aún más salvaje, una combinación de grindcore y otras malas hierbas que tomaba elementos de la música industrial y power electronics: su primer corte, de hecho, sonaba más a Whitehouse que a cualquier banda de guitarras. Y, en un movimiento inesperado, su siguiente disco largo fue una colaboración con Merzbow, la estrella del noise japonés, un tipo ajeno a toda melodía que siempre parece empeñado en echar abajo los recintos donde toca.
Aquella colaboración vino propiciada por una camiseta: Full Of Hell, que se definen como «amantes de la música rara», querían rendir tributo a Merzbow en el diseño de una prenda de su 'merchandising'. Del contacto con él para pedirle permiso, surgió la chocante iniciativa de trabajar juntos. El músico japonés les envió 45 minutos de material que ellos pudieron utilizar a su antojo: en buena parte del disco, el influjo de Merzbow resulta perceptible solo de manera ocasional, pero se hace más evidente al final, como una creciente contaminación sonora, y sobre todo en el segundo cedé, un 'bonus' donde el noise domina sobre el rock. Los miembros de Full Of Hell son entusiastas de las colaboraciones: también han publicado dos álbumes en amigable revoltijo con el dúo The Body («son otra banda que, de alguna manera, está fuera de la escena metalera», elogian) y una imponente colección de 'splits', esos discos en los que cada cara corresponde a un artista distinto.
Su último álbum 'en solitario', editado en primavera del año pasado, se titula 'Trumpeting Ecstasy' y es un holocausto de grindcore dinámico, arrollador, estruendoso y desesperado, una andanada de once canciones en veintitrés minutos que se vuelve más efectiva cuando juega con el contraste: la cumbre del álbum es el tema que le da título, un microcosmos de tres minutos que alterna la furia inhumana de la banda con la voz aguda de la cantautora canadiense Nicole Dollanganger, acompañada por turbulencias electrónicas. Ah, el asunto del disco, según explicó Dylan Walker a 'Decibel', es cómo «las pequeñas buenas acciones de los hombres son barridas por nuestra especie».
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