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Anoche la música de Wagner caló hasta los huesos. Mérito de la Orquesta Sinfónica de Bilbao y de un elenco que no bajó la guardia. En una ópera como 'El holandés errante' hay que tener todo muy atado para evitar que haga aguas. La ... partitura es un híbrido germano-italiano-francés que puede irse a pique muy fácilmente. Pero en esta ocasión llegó a buen puerto. La batuta de Pedro Halffter no perdió el norte y los cantantes (así como el Coro de Ópera de Bilbao y el Coro Easo) se mantuvieron firmes en sus puestos. Pese a los escollos, la tripulación de 'El holandés errante' sacó adelante con mucho éxito un espectáculo total.
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Isabel Urrutia Cabrera
De entre todos, como era de suponer, destacó la figura del bajo-barítono Bryn Terfel. Un peso pesado en el repertorio germano. Exquisito mozartiano (y liederista), tampoco le falta 'punch' cuando se trata de hacer justicia a la música de Wagner. Lleva más de 30 años haciendo músculo y depurando un estilo inconfundible. Compatriota de Tom Jones y Bonnie Tyler, es un galés con carisma. Lo adoran en los mejores coliseos, desde Nueva York a Viena, pasando por Múnich, y anoche, tras unas dos horas y media al timón, el público bilbaíno también le hizo la ola. Su debut en el Euskalduna deja el listón muy alto para lo que resta de la temporada 2019/2020 de la ABAO.
Desde el momento en que Terfel masculla 'Die Frist ist um' (El plazo ha vencido), la maldición de Satanás aletea como las alas de un vampiro. El barco del holandés errante –de rojo sangre, imponente y lustroso– cruza el escenario hasta el proscenio y ahí se queda. Como un ataúd. No hay nadie a bordo del buque fantasma. Al menos de carne y hueso.
Gran momento cuando el bajo-barítono hinca la rodilla en tierra y confiesa su anhelo por una mujer que le ayude a romper el maleficio. Salvando las distancias, recuerda a Carlos Gardel cuando susurraba aquello de «guardo escondida una esperanza humilde que es toda la fortuna de mi corazón». Unos versos que a ritmo de tango son demoledores. Como Wagner. Y, pese a todo, la melancolía y el sentimentalismo no tienen cabida en este montaje del Teatro de Erfurt. El director de escena suizo Guy Montavon no recrea como una historia romántica –desgarradora y cargada de misticismo– la relación entre el holandés errante y Senta, la única joven dispuesta a serle fiel hasta la muerte y redimirle.
La soprano alemana Manuela Uhl aparece en esta producción como una chica infantilizada y trastornada. Juega a la pelota, anda en bici y vive aferrada a un libro (supuestamente el relato legendario del capitán maldito). Nada que ver en principio con la mujer concebida por Wagner. Una criatura trágica pero lúcida, capaz de sentir pasiones casi sobrehumanas. Aquí, sin embargo, todo lo que sucede en escena es fruto de la imaginación calenturienta de la coprotagonista. La chiquilla rechaza a su novio de toda la vida –Erik, que encarna con esfuerzo el tenor lituano Kristian Benedikt– y fantasea con un desconocido lleno de misterio y 'sex appeal'.
Una opción escénica legítima y bien resuelta, aprovechando los resquicios –hay muchas alusiones a los sueños– que proporciona el propio libreto de la ópera. ¿Dónde está la frontera entre vigilia y alucinación? ¿Qué sucede en realidad? Las videoproyecciones del mar embravecido contribuyen en este sentido a embriagar al público. El mareo y desequilibrio es generalizado. Admirable la energía que despliega Manuela Uhl para seguir las pautas del 'régisseur'. No solo está presente en el escenario durante toda la representación, sino que pedalea animosamente antes de la balada 'Johohohe! Johohohe!' en el segundo acto. Insólito. Es la pieza más comprometida para sus cuerdas vocales. Una montaña rusa. Exige graves y agudos poderosos.
Más allá del compromiso y seriedad de Uhl, que se le reconoció con una merecida salva de aplausos al término de la función, desde un punto de vista estrictamente vocal el papel de Senta quizás sea un tanto espinoso para ella. Tuvo algún problema de afinación y dificultades en las notas altas. Es una profesional irreprochable pero tiene un perfil muy distinto al de la soprano dramática Iréne Theorin, que era la primera opción de la ABAO. Las sustituciones son el pan de cada día en los teatros de ópera y siempre deparan sorpresas. Para bien, o para mal.
Grato descubrimiento ha sido el tenor barcelonés Roger Padullés, que ha venido como reemplazo de Francisco Vas, baja por enfermedad. Su participación como timonel es breve pero le bastó una canción, 'Mit Gewitter und Sturm' (Entre tormentas y tempestades), para encandilar al respetable que escuchaba con arrobo. No le cuesta cantar la música de Wagner con primor. Concertista de lied y oratorio, además de cantante de ópera, tiene una trayectoria en la que caben lo mismo Haendel que Mozart, Debussy y Stravinsky. Merece la pena seguirle la pista. Ojalá se le vuelva a escuchar en Bilbao.
También deja buena impresión Wilhelm Schwinghammer. Niño soprano en el famoso coro de la Catedral de Ratisbona, ahora es un bajo de muchos quilates. Curtido en la Ópera de Hamburgo, proyecta buenos agudos. Anoche se metió en la piel de Daland, padre de Senta, y supo dar los acentos justos; pese a que su imagen y voz resultasen demasiado juveniles. Su personaje es un hombre avaricioso –le hacen chiribitas los ojos con los tesoros del holandés errante– y no duda en aceptar como yerno al capitán malhadado y de tripulación espectral. Todo sea por hacer negocio.
Ninguno de los implicados en la trama, con sus altas y bajas pasiones a cuestas, se imagina el desenlace. Ni siquiera el aya Mary (la gran mezzo de Lekeitio Itxaro Mentxaka), que ordena y manda entre las jovencitas del pueblo costero y nórdico donde transcurre la historia. En el último acto, que empieza con una intervención en masa muy potente y bien timbrada (con el Coro de Ópera de Bilbao y Easo Abesbatza), se precipita el desastre que lleva a la consumación del deseo más íntimo de Senta. ¿Cuál es? Ay, se mire como se mire, no hay 'happy end'. Pero Wagner triunfa. Gran representación.
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