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Spacemen 3 titularon una de sus grabaciones 'Taking Drugs To Make Music To Take Drugs To', algo así como 'tomando drogas para hacer música con la que tomar drogas'. Ese círculo vicioso (extraordinariamente vicioso, podríamos decir) estaba en el corazón mismo de la banda británica ... y, como es lógico, ocupa un lugar predominante en el libro 'Spacemen 3 y el nacimiento de Spiritualized', la biografía de la banda escrita por Erik Morse y publicada hace unos meses en castellano por la editorial vizcaína Banizu Nizuke. Del mismo modo que las canciones del grupo llegan a producir en el oyente cierto mareo psicodélico, a caballo entre la hipnosis y la narcosis, hay pasajes del volumen en los que el lector acaba perdiendo el contacto con su mente, por citar otra composición de los obsesivos Spacemen.
La banda procedía de Rugby, una ciudad inglesa con más peso en el comercio de las drogas que en la historia de la música: de hecho, la apodaban Drugby (de 'drug', droga) por su condición de nudo en la red de distribución de estupefacientes. Morse nos cuenta cómo la chavalería local solía colocarse con gas de recargar mecheros e incluye al final del libro un listado de las drogas que tuvieron algo que ver en la breve carrera de Spacemen 3, una imponente farmacopea donde aparecen una treintena de sustancias. Alan McGee, el fundador del sello Creation, describe en cierto momento la conducta de la banda como «una carrera mortal hacia la autodestrucción».
El periodo de formación del grupo fue algo así como una vía de doble carril, donde los deslumbramientos musicales (The Stooges, The Velvet Underground, 13th Floor Elevators, Silver Apples...) avanzaban en paralelo a los descubrimientos químicos (el hachís, la psilocibina, la heroína...), pero las adicciones también tuvieron un papel decisivo en la temprana desintegración de la banda, ya que uno de sus dos líderes (Peter Kember, más conocido como Sonic Boom) era heroinómano y abstemio, mientras que el otro (Jason Pierce, alias J. Spaceman) cada vez consumía más alcohol: «Apenas se hablaban, porque Jason no creía que Pete se lo tomara en serio, por su problema con la heroína, pero a Pete le pasaba lo mismo: no le gustaba beber y odiaba a la gente que bebía», desentraña uno de sus colaboradores.
En cualquier caso, nada de eso tendría ninguna relevancia si no fuese por la música, el tesoro que legaron a la posteridad. En la década que va de 1982 a 1991, Spacemen 3 dieron forma a un estilo personalísimo que combinaba en precario equilibrio las obsesiones de sus dos líderes y que, aún hoy, resulta difícil de describir: puede ser extremadamente minimalista (mejor dos acordes que tres, mejor una nota que dos), repetitivo y experimental (el libro cuenta la iluminación que experimentaron cuando el zumbido de una afeitadora eléctrica se combinó con sus guitarras), pero también florece en pasajes de una belleza más ortodoxa, que beben del blues y el góspel y funden en una misma contemplación el éxtasis de la religión, el del amor y el de la heroína. Sus conciertos, en los que Sonic y Jason tocaban sentados en taburetes y daban uso a sus reliquias de electrónica obsoleta, eran ceremonias de trance que polarizaban al público. En uno de ellos, recibieron el espaldarazo de un personaje tan improbable como Lemmy, el de Motörhead, que seguramente reconoció en ellos el latido psicodélico de sus comienzos en la música: «¡Qué buen concierto!», rugió. En el otro lado de la historia, cabe poca duda de que My Bloody Valentine cosecharon algunos elogios que habría merecido antes la antisocial banda de Rugby.
De alguna manera, la trayectoria de Spacemen 3 es el relato del desencuentro progresivo entre Sonic y Jason, dos caracteres opuestos que supieron canalizar su tensión creativa pero, al final, ni siquiera se hablaban. Tras una disolución nada amigable, Sonic continuó su exploración sonora por distintas vías, mientras Jason lograba al frente de Spiritualized ese éxito comercial que parecía incompatible con los siempre radicales Spacemen 3.
Tanto Jason Pierce como Sonic Boom siguen dando alegrías a sus seguidores. Los dos han lanzado álbumes muy interesantes este año que ahora termina, y desde ambos trabajos se puede remontar la línea que lleva hasta la hipnosis original de Spacemen 3, aunque aderezada con nuevos ingredientes y planteamientos. Jason publicó en abril 'Everything Was Beautiful', su noveno álbum con Spiritualized, en el que de hecho recupera su alias tradicional J. Spaceman. Se trata de una nueva muestra de psicodelia y góspel cósmico que remite a los mejores momentos de su carrera. Sonic Boom, por su parte, ha firmado a medias con el músico americano Panda Bear un fascinante artefacto titulado 'Reset', que salió al mercado en agosto: son nueve temas construidos a partir de 'samples' y 'loops' de introducciones y brevísimos pasajes de temas de los 50 y los 60.
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