Cuentan que, cuando Ennio Morricone vio la copia de trabajo de 'La misión', le dijó a Roland Joffé, su director, que no necesitaba música. Sin ... embargo, accedió finalmente a componer la partitura. Asumió el encargo y creó una de las bandas sonoras más memorables de la Historia. Es imposible imaginar la película sin su música y sin la cantidad de insondables significados que nos aporta su magistral combinación con las imágenes. Además del evidente legado cinematográfico y musical, Morricone nos deja un ejemplo insólito de compromiso realmente creador, de obras que nos parecen (y que son) eternas, pero que salieron de su trabajo incansable buscando 'aquel sonido', buscando un lenguaje propio como manifestación de su voluntad creadora. Resulta sorprendente su renuncia a trabajar para la industria americana a cualquier precio y su apuesta incansable por la diversidad en la manera de contar historias, arriesgando con estéticas aparentemente insólitas.

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En su obra percibimos el estilo eterno del amor italiano por las melodías, pero también la osadía más contemporánea en la búsqueda de timbres y combinaciones narrativas distintas. Y en su combinación con las imágenes encontramos también ese genio que crea significados inmensos a través de esa alquimia misteriosa entre la pantalla y la música. Es cierto que nos sentimos huérfanos de padre cinematográfico y musical, pero es igualmente cierto que somos mucho más 'nosotros' gracias a su empeño por ser él mismo y contarnos historias. Gracias, Maestro.

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