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CARLOS BENITO
Miércoles, 18 de diciembre 2019, 11:49
De todos los adjetivos que vienen en el diccionario e incluso de los que no, quizá el menos adecuado para calificar a Extremoduro en sus comienzos fuese 'ejemplares'. ¿Cómo iban a ser ejemplares aquellos tipos salidos de Extremadura, agrestes y ásperos, que con versos como ... el memorable «cagó Dios en Cáceres y en Badajoz» no solo escandalizaban a las mentes más delicadas, sino también a algunos aficionados al rock con callos en los oídos? Y, sin embargo, ahora que han anunciado su separación y llega el momento de hacer balance de estos treinta y dos años, habrá que reconocer que Extremoduro han acabado siendo un ejemplo en un montón de cosas, aunque seguramente a Robe Iniesta le espantará que los periodistas escribamos estas tonterías sobre ellos. Al menos, trataremos de compensarlo insertando una canción entre párrafo y párrafo.
Robe sí que estará de acuerdo, porque lo ha dicho un montón de veces, en que lo fundamental son las canciones, y más en un grupo tan poco amigo de la autopromoción y las servidumbres comerciales. La huella de Extremoduro en el rock español ha sido tan profunda, con tantas bandas que han tratado en vano de seguir su estela, que paradójicamente cuesta recordar lo singular que resultaba su apuesta estética allá por sus comienzos, cuando Robe repartía tarjetas con el título de 'Rey de Extremadura'. Las letras de la banda son extremas de verdad, pero no en el sentido que se suele dar a ese término, como una cosa bestial hasta provocar el 'shock', sino precisamente en el de abarcar lo descarnado y lo tierno, lo brusco y lo dulce, la mugre y los sueños, la procacidad chocante y el amor absoluto, siempre sin esos eufemismos que Robe considera «una especie de disfraz». La verdadera rebeldía no estaba en los eslóganes que coreaban otros, sino en esa individualidad abierta en canal.
Y, por supuesto, Extremoduro también han sido un ejemplo en su actitud insobornable, una defensa de la autonomía creativa y personal que en ocasiones los ha llevado a extremos casi asociales. Robe y los suyos han ido siempre a su bola, indiferentes a los mandatos de la costumbre y de la industria. Esa independencia esencial se puede rastrear hasta sus comienzos, cuando financiaron su primera grabación vendiendo vales de mil pesetas canjeables después por una copia del disco, y se ha reflejado en todas las vertientes de su carrera. Hay que citar, cómo no, su peculiar concepto de la promoción, que alcanzó extremos hilarantes con la nota de prensa de su álbum 'Material defectuoso'. «No hay vídeo nuevo, no van a dar entrevistas ni ruedas de prensa, no hay comentario de texto del nuevo disco, no hay fotos nuevas, no habrá gira, pero este disco tiene las 6 (¡seis!) nuevas canciones de Extremoduro», decía aquella presentación. La banda había alcanzado el triunfo al margen de los medios, a lo largo de la primera mitad de los 90, y ya nunca llegó a establecer una entente cordial con ellos.
Pero su sentido de la libertad también les ha llevado a evitar la esclavitud con su público. Hablamos, al fin y al cabo, de un grupo que tituló su primer disco en directo 'Iros todos a tomar por culo'. Extremoduro grababan lo que les daba la gana cuando les daba la gana, y también hacían siempre lo que les apetecía o les parecía correcto, aunque eso les granjease críticas de los fans, más acostumbrados a la estricta disciplina ideológica de otras bandas: ahí están decisiones que siguen causando controversia en los foros, como la de parar un concierto porque había gente viéndolo desde fuera del recinto (y eso se consideraba injusto para quienes habían pagado) o la de aceptar la Medalla de Extremadura y pronunciar el correspondiente discurso en la solemne ceremonia. En un plano musical, Extremoduro se han resistido siempre a ser «un grupo de temas antiguos», meros cosechadores de nostalgias, y han protagonizado una evolución que llegó a descolocar a sus seguidores más inflexibles. Su disco de 2008, 'La ley innata', dio un salto admirable hacia estructuras más ambiciosas, progresivas, crecidas a partir de esas raíces setenteras de las que siempre se han alimentado sus composiciones.
Habrá que concluir, finalmente, que Extremoduro también han sido ejemplares en el sentido más trillado: miembros de distintas generaciones, de distintas clases sociales y de distintas tribus (es decir, toda esa gente que abarrotaba sus conciertos, de una transversalidad poco común) han utilizado sus canciones como guía existencial y hoy sienten en el corazón el pellizco de la pérdida. Gracias a ellos, muchos han descubierto el sentido de la libertad a ultranza o de la poesía como fuego que calienta la vida, y eso no lo han logrado solo con su ejemplo sino también con palabras muy alejadas de aquel «cagó Dios». A una profesora de Lengua que les preguntó cómo explicar a sus alumnos el valor de la poesía, le respondieron: «Es vital, para disfrutar de la vida, aprender a reconocer el valor de las cosas inútiles, como por ejemplo: la poesía, subir a una montaña, afilar un palo con una navaja, el voto inútil, echar pan a los gorriones o hacer canciones para la paz». Hoy, miles y miles de seguidores hacen esa cosa tan inútil que es agradecerles lo que han aportado a sus vidas.
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