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George Benjamin (Londres, 1960) es, pese a una brillante trayectoria en la que se le ha comparado incluso con Mozart, una persona con los pies en la tierra, consciente del papel que debe jugar un compositor contemporáneo. Con tono pausado y dialogante, el catedrático de Composición del King's College londinense reflexiona sobre la ópera y la música clásica en un mundo sujeto a grandes turbulencias.
– En tiempos oscuros como los actuales, ¿qué puede aportar la música clásica a la sociedad?
– Me gustaría pensar que la música seria se necesita aún más cuando el mundo estaba entrando, como parece ser, en estos tiempos de desafíos problemáticos. ¿Qué efecto podría tener la música ahí? No puedo dar una respuesta fácil. Así que mi única respuesta es la de seguir escribiendo y componiendo de la mejor manera posible. Si como compositor soy capaz de componer algo auténtico y bello en tiempos difíciles, es suficiente. Ningún compositor es capaz de cambiar el mundo, la historia nos demuestra que es así. Pero ignorar lo que está ocurriendo a nuestro alrededor es irresponsable e imposible para un artista.
– Pero la música, así como el arte y la cultura en general, sí tiene capacidad de transmitir unos valores humanos y de respeto.
– Hay que recordar que el público no existe como tal, en realidad es una colección de personas individuales. Creo que deberíamos intentar llegar al individuo, porque es verdad que uno escribe para ser escuchado. Y si eso conmueve a una persona, a un individuo o a un grupo de personas, y les afecta a nivel humano, me colmaría de satisfacción. Es decir, si conseguimos conectar con esa parte humana, eso quizás sí contribuya a la cultura y al mundo donde vivimos. Pero tampoco debemos olvidar lo que ocurrió a principios de los años 30 del siglo pasado, cuando todos los artistas, pintores, arquitectos de la Bauhaus y demás personajes que eran auténticos visionarios, fueron destruidos por un Estado fascista y monolítico. No hay que exagerar el poder de la música en la sociedad. Yo no escribo música para eso, yo escribo lo adoro y quiero crear algo, y eso es lo único que quiero aportar.
– En ese amor por la música que lo mueve a escribir, más allá de sus reconocidas influenias como Beethoven o Purcell, ¿no hay en sus creaciones un reflejo de lo que observa en el día a día?
– ¡No lo sé! Yo no elijo esas cosas y no creo tener un mensaje que transmitir. Todo lo que hago es escribir con el máximo de inteligencia y esfuerzo que pueda y con todo mi corazón. Y cada pieza que creo es una parte del camino en este viaje, en esta aventura. Cuando disfruto es cuando en este camino me descubro a mí mismo haciendo cosas que nunca había hecho y experimentando con la música. Estoy abierto a todo lo que me pueda ayudar a crear, pero no sé de dónde me vendrá el próximo estímulo o inspiración. Lo que no quiero es sermonear sobre ningún tema, no me sentiría cómodo diciendo que mi música tiene un propósito en concreto.
– Después de décadas en la música orquestal y de cámara, decidió lanzarse al mundo de la ópera, ¿por qué tardó tanto?
– Quería escribir ópera desde que tenía diez años, pero hubo muchas razones para que tardara tanto. En primer lugar, es necesario mucho tiempo para desarrollar las técnicas y la capacidad de llenar toda una velada con música. Y además, tuve que esperar a encontrar un colaborador con el que me entendiera para el libreto, que fue Martin Crimp. Con su ayuda, encontré el tipo de teatro y obra que quería desarrollar en pleno siglo XXI, es un colaborador maravilloso con el que por fin pude dedicarme a la ópera.
– ¿La ópera contemporánea debe intentar ser accesible al gran público o limitarse a un nicho?
– No contemplo ese debate. Yo simplemente he escrito lo que yo mismo quiero escuchar y ver, y he creado un objeto de drama musical de la mejor manera posible. Yo participo en los ensayos, elijo a la orquesta y a los cantantes y colaboro en todo lo que entra dentro de mis posibilidades, porque me encanta ensayar sin público. Entonces, el estreno es en cierta manera doloroso, porque me encanta escuchar mi música sin un público delante.
– Rehúye sus propias representaciones, entonces.
– Cuando veo que se acerca el estreno pienso 'no, no, aléjate, solo quiero mi música para mí' (ríe). Pero, desgraciadamente y afortunadamente a la vez, esto no es posible. Una obra tiene que lanzarse al mundo, pero no tengo control sobre el tipo de público, no pienso en ello mientras escribo. Quiero hacer algo bello y eso es lo importante, aunque es verdad que la ópera es un género muy público, ya que tocamos cuestiones menos abstractas. Y ahí entran en juego los textos de Crimp, que tratan unas cuestiones muy actuales. Eso sí, odio esa forma de sermonear o gritar al público diciéndole lo que tiene que pensar, es mejor hacer reflexionar a las personas. Apelar a su sensibilidad y esperar.
– En cualquier caso, sin público no habría ópera posible. ¿Ve usted relevo generacional o interés en los más jóvenes?
– Sí que lo hay, yo nunca he pensado que la música clásica o la ópera no atraiga a los jóvenes. Y en muchos países donde se han representado mis obras ha habido mucha presencia joven. Un elemento importante son los precios de las entradas, si son altos los jóvenes no acudirán. Así que hace falta financiación institucional para un medio artístico que es caro de por sí. Tengo que decir que, en el caso de España, es un momento importante para la música clásica. Observo un crecimiento impresionante a nivel de cantidad y de calidad de los músicos en los últimos años, y eso moviliza al público. Porque, si hay calidad auténtica, el público acudirá.
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