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Fito Cabrales, el chaval que nació en la calle Zabala de Bilbao La Vieja en 1966 y se curtió como rockero en el bar de Xuxo, el añorado Umore Ona, va añadiendo hitos a su carrera. Primero a lomos de Platero y Tú, con los que conoció el éxito. Después en solitario, entonando 'Soldadito marinero', una canción que dice mucho más de su vida de lo que el título da a entender. Además, tiene el récord del concierto más multitudinario al aire libre en Euskadi (60.000 personas en una Botica Vieja a reventar en la Aste Nagusia de 2004). Un entradón que reeditó en junio en San Mamés (esta vez, en una actuación de pago cuyas entradas vendió en menos que canta un gallo). Y ahora aspira a su primer entorchado internacional. Esta madrugada, noche en Las Vegas, podría obtener un nuevo reconocimiento a su trayectoria en la gala de los Grammy Latino, certamen en el que figura nominado en la categoría de mejor álbum de pop-rock con 'Cada vez cadáver', el disco con el que está embarcado en una ambiciosa gira.
Para Fito sería el broche internacional a una carrera que ya le ha llevado a escenarios emblemáticos, como el Royal Albert Hall de Londres en 2018. Fue uno de los hitos del autor de 'Soldadito marinero', «que tenía los ojos verdes y un negocio entre las piernas». A Fito Cabrales no le ha hecho falta medir 1,80 ni tener los rizos de Bisbal para gustar a todo tipo de públicos, vender más de un millón de discos con sus canciones con Fitipaldis (sin contar los de su grupo anterior, Platero y Tú), convertirse en el músico bilbaíno más popular de la historia y escalar a lo más alto del panorama rockero español.
Fito nació en el corazón del Bilbao más casta, en el número 1 de la calle Zabala. Allí vivió con sus padres y su hermano Manrique los primeros 10 años de su vida. Luego se fue a Laredo; creció y trabajó ayudando en el pub-cafetería de su madre, después se fue al sur a vestir de soldadito y regresó de nuevo con 20 años. En el medio, la separación de sus padres cuando él era adolescente, momento difícil que retrata en su biografía, 'Soy todo lo que me pasa' (Now Books, 2008).
Su padre regentó La Palanca 34, uno de los locales emblemáticos del barrio, después convertido en estudio fotográfico. Al regresar de la mili, Fito volvió a vivir con él, años de reencuentro con el progenitor: «Me iba a potear con él y sus amigos; yo con 20 años y ellos con 60 y 70. Yo a zuritos y ellos a vino Respaldiza, ja ja, me agarraba unos pedos...». Trabajó incluso en el puticlub durante tres años. «No, no había camas ni cuartos, aquí sólo bebían y se encontraban con los clientes. Luego se iban a otro lado», explicaba el músico a este periódico en un recorrido realizado hace unos años por el barrio que le vio crecer y en el que hubo parada obligada en el Umore Ona, hoy cerrado. Era un local señero para los amantes del rock y los músicos que, como Platero, los Fitipaldis y muchos otros han dado lustre a la escena musical de esta ciudad. En la calle Esperanza, Fito se abrazó a Xuxo, su histórico dueño. A Polako (su mánager) le conoció también aquí.
«Era como nuestra oficina, es mucho más que un bar», recordaba entonces. En aquel reencuentro, Xuxo realizó una confesión a Fito que a la postre ha sido premonitoria: «Te has hecho más grande de lo que me imaginaba. Eso sí, esperaba un recorrido más largo hasta llegar tan arriba, pero estaba más claro que el copón que a nada que se oyera un poco, que la gente lo conociera, te los ibas a meter en el bolsillo». Esta madrugada, los Grammy Latino pueden hacerle un poco más grande aún.
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