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Carlos Benito
Jueves, 7 de junio 2018, 00:54
Los Beatles eran algo así como una cuadrilla de superhéroes, cada uno con una personalidad perfectamente marcada, y siempre resultó evidente que El superpoder de Ringo Starr era la simpatía. El buen humor, en una escala que oscila entre el leve guiño irónico ... y la payasada sin contemplaciones, fue el arma que aquel niño pobre y enfermizo eligió para enfrentarse al mundo, y con ella logró también mitigar las tiranteces entre los egos colosales que le acompañaban en el cuarteto. El Ringo de hoy, con 77 años que no aparenta y el título recién estrenado de Sir, conserva la misma personalidad desdramatizadora y alegre, tanto fuera del escenario como en pleno concierto: anoche, en el Olympia de París, inició la gira europea que le traerá el 1 de julio al Palacio Euskalduna de Bilbao, con un planteamiento que recuerda mucho a una despreocupada fiesta de amigos. Pero no de unos amigos del montón, claro, sino de los amigos de Ringo, que son tipos como Steve Lukather (de la banda Toto), Gregg Rolie (Santana, Journey), Colin Hay (Men At Work) o el recién incorporado Graham Gouldman (10cc).
Todos ellos forman parte de la decimotercera encarnación de la All Starr Band, si no fallan las cuentas del jefe. Teniendo en cuenta que hablamos de un 'beatle', que viene a ser el grado máximo en la aristocracia del rock and roll, puede sorprender que Ringo se dedique a repartir el protagonismo entre sus compañeros, pero precisamente de eso va la banda que puso en marcha en 1989, recién desintoxicado tras décadas de excesos. «Busco las canciones -explicó en la rueda de prensa previa al concierto- y este grupo tiene una buena lista. Prometo que todas las personas del público conocerán al menos una».
Según ha indicado en alguna ocasión, el criterio para ser admitido en la All Starr Band es haber estado en algún grupo con un mínimo de tres éxitos, aunque ayer admitió que, para la primera formación, se limitó a tirar de agenda de manera un poco caótica: en su listado de teléfonos le iban saliendo nombres como Dr. John, Billy Preston, Joe Walsh, Levon Helm... «¡Todos dijeron que sí! Como yo me sentía un poco inseguro, acabó habiendo tres baterías».
En sus veinte minutos de comparecencia ante los medios, no faltaron los signos de «paz y amor», las clásicas 'ringotadas' («no me acuerdo ni de mí mismo», le respondió a un periodista que decía conocerle) ni la discreta evocación de aquellos fabulosos camaradas con los que compartió ocho años muy especiales: «Tras la ceremonia -dijo, en referencia a su nombramiento como caballero- tuve un momento de recuerdo y de tristeza, porque me di cuenta de que la vez anterior éramos cuatro».
El concierto de anoche también invitaba a hacer memoria, porque los Beatles estuvieron actuando en el Olympia durante tres semanas en 1964. Pero, en realidad, el repertorio de ayer no tuvo tanto que ver con aquellas veladas de hace más de medio siglo: aunque la All Starr Band se suele entender como un artefacto de nostalgia beatlemaniaca, el legado del grupo constituye solo una parte del 'setlist' y queda restringido, además, a canciones que ya en su día cantaba Ringo. Así arrancó la actuación, con el 'beatle' en el centro del escenario, entonando una de esas versiones de rock and roll que hacía junto a sus compañeros (el 'Matchbox' de Carl Perkins) y uno de sus éxitos en solitario ('It Don't Come Easy'). Ringo, con un cuerpo menudo que parece de un chaval de 15 años y una camiseta negra con el símbolo de la paz, bailoteaba feliz y el público le aplaudía a rabiar, con todas esas ganas de aplaudir a los Beatles acumuladas durante décadas.
Pero, a la tercera, Ringo se refugió tras la batería y adoptó su otro papel de la noche: algo así como un discreto seleccionador que no quiere llamar mucho la atención. Nuestro hombre no es exactamente un novato en el arte de quedarse en segundo plano, y en ningún momento racanea protagonismo a los otros miembros de la banda: ni siquiera era el único batería, porque estaba también Gregg Bissonette, y uno de los atractivos de la noche era comprobar como Ringo y Gregg coincidían a veces y discrepaban otras, como una máquina rítmica de cuatro manos.
El 'setlist' (21 canciones en hora y media, sin bises) barajó cuidadosamente temas de los Beatles, de Ringo y de los demás miembros del grupo, en un repaso a varias décadas de música con hitos como el 'Rosanna' y el 'Hold the Line' de Toto, el 'Black Magic Woman' y el 'Oye cómo va' de Santana, el 'Who Can It Be Now' de Men At Work o, muy especialmente, un precioso 'I'm Not In Love' de 10cc en el que Ringo ni siquiera estaba sobre el escenario y los músicos bordaron unos coros casi espectrales.
De todas formas, los dos picos absolutos del concierto les correspondieron al jefe y a los Beatles, qué remedio, en dos de esos ratos en los que Ringo ejercía de 'frontman' y no de batería. A mitad del lote llegó 'Yellow Submarine' y todo el mundo se volvió un poco loco. Ya se sabe que es una de esas canciones que uno tararea aunque no quiera, pero el público parisino la coreó y la bailó con fervor obsesivo mientras Ringo hacía el signo de la paz, como un obispo del buen rollo que reparte sus bendiciones. Acabó la canción pero la gente siguió con el estribillo, reacia a apearse del submarino amarillo.
Y, para rematar la noche, la All Starr Band se reservó 'With a Little Help from My Friends', en la que apareció fugazmente en el escenario Joan Baez para hacer los coros. Al final, la empalmaron con 'Give Peace a Chance' y todo el mundo sonreía, radiante. Era, al fin y al cabo, una fiesta de amigos organizada por un tipo muy popular, una de las estrellas más simpáticas del mundo.
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