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Dentro de la serie mensual llamada Art&Music, que monta un concierto a las 10 de la noche en el Guggenheim y que antes permite visitar las exposiciones museísticas con las salas casi vacías, este viernes ha actuado la pianista polaca Hania Rani (Hanna Raniszewska, ... nacida en Gdańsk hace 33 años, música culta licenciada por la Universidad de Música Fryderyk Chopin de Varsovia), quien logró agotar las 700 entradas con antelación, venderlas a un público más bien juvenil, particularmente hierático (salvo una quincena de espectadores que a la izquierda de la masa bailaban lentamente, como en trance) y atento hasta ovacionar cual hipsters a la moda cuando lo permitía en orden de las canciones o más bien piezas (Hania dijo que era difícil aplaudir porque su repertorio suele ir seguido).
Efectivamente, lo del viernes no fue un concierto al uso, sino más bien una experiencia sensorial provocada y conseguida por la música polaca, que en principio carismática actuó ella sola sobre el escenario (le rodeaban cuatro teclados: piano de cola, piano de pared y dos teclados eléctricos), al principio dando la espalda al público al modo de alguna intérprete de indie pop (se ignora si empezó así por diva o por tímida, pues apenas se la veía entre la oscuridad del escenario, su postura inclinada y el parapeto de sus pianos; como mejor se la veía era reflejada en las cristaleras del museo, y un espectador de nuestra derecha echó de menos una pantalla).
Lo de este viernes en el Guggenheim fue una experiencia sensorial generada por Hania misma, con sus cuatro teclados, su voz filtrada, y sus varios trucos técnicos, como los loops o bucles de instrumentos y voces, y como los pregrabados y secuencias, aportaciones extras que probablemente le disparaban desde la mesa de mezclas, pues ella sola no parecía cantar, tocar y manejar tantas maquinitas simultáneamente.
Su minimalismo musical, su reduccionismo ambiental, su compresión de estilos y técnicas, cursó variado durante un concierto, o más bien recital porque ella fue la única actuante, de unas 12 piezas (perdón por la imprecisión, pero iban unidas, ya se ha dicho) mayormente instrumentales, en 97 minutos, con dos de aplausos finales, y sin bis porque como alegó ella al reaparecer requerida por la concurrencia el sonido se iría a las 11.30 de la noche (hablando de horarios: in extremis se anunció que este concierto se adelantaba a las 9.45, y a la postre arrancó a las 10.03).
Hania Rani vino a presentar su disco 'Ghost', y poco de novedoso hubo en su coctelera estilística. ¿Los sustratos propios de una rave serían lo más actual? Quizá, quizá, quizá... Hania abrió dando la espalda al público y alentando la caracola de la new age minimal ('Oltre terra'), a la segunda asimiló el proto-tecno de Jean Michael Jarre ('24.03'), y a la tercera cantó con artificios para la voz y la música ('Dancing with ghosts'). Concentrada en la tarea de manejarlo todo, bastante ajena al público, evolucionó ondulante y minimal en plan banda sonora ('The boat') o tipo étnica acuática documentalista y con voz reminiscente de Sting en solitario ('Leaving'), y hasta miró al norte, al jazz escandinavo, en una maniobra descaradamente sensorial ('Buka').
Nos saludó y habló al de 45 minutos de haber subido a escena (fue la única vez que nos habló, aparte del adiós definitivo), y ya hasta el final conjugó pop a lo Pet Shop Boys deconstruidos ('Don't break my heart'), la citada rave ('Thin line'), secuencias rítmicas tecnocráticas y añosas en la escuela Kraftwerk ('It don't bother me'), hibridos entre el tecno de Vangelis y Jarre y de la progresividad concisa de Supertramp ('Komeda'), y para despedirse se sumó al aura dramáticamente pop de Lana del Rey ('Always in the dark', pieza en cuyo epílogo volvió a exhalar la caracola, cerrando el círculo).
Fue una experiencia sensorial que habría funcionado mejor con el público sentado, para que le fuera más fácil evadirse. Fue un trance al que entró la mayoría de la parroquia, aunque no Óscar Esteban, quien concluyó con la serenidad que le caracteriza: «¿Cuántas melodías recuerdas de este tostón? Ahora entiendo por qué la de la organización nos ha advertido que los fotógrafos no podían subir al escenario. ¡Yo habría subido para desenchufar el tinglado!». Je, je...
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