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Josu Olarte
Domingo, 11 de noviembre 2018, 11:25
Llenó casi al completo Manolo García el Bilbao Arena con cerca de siete mil fans de aquí y allá (de Asturias a Extremadura) en el cierre triunfal de la gira de su último álbum Geometría del Rayo, alegoría sobre la chispa interior que prende ... el fuego de la música y que, como su propia carrera solista peca de moroso, excesivo y hasta manierista por no decir repetitivo.
Si algo evidenció García en vivo es que golea en su propia liga, pues no hay solista que después de más de 30 años de carrera siga arrastrando un seguimiento semejante alejado de los cánones del pop; tanto vitales como musicales, pues sus canciones (mestizaje rockero lo llama) buscan la complicidad con un fondo sonoro homogéneo y recurrente que funde algo de rock adulto, aromas mediterráneos y un lirismo poético entre humanista y coplero. Las inflexiones morunas y andalusíes de su banda nodriza han cedido en una fórmula sonora algo recurrente y monocorde a la que contribuye el violín de Olvido Lanza y el contrapunto melódico de la corista Mone Teruel.
Claro que todo eso lo mitiga Manolo con su intensidad movedora, el chorro vocal que conserva a sus 63, su comunión con la grada y un entusiasmo que no regatea esfuerzos. Ni en entrega , ni en producción; pues un atractivo escenario con pantallas de gran definición y hasta dos bandas, la suya habitual y la americana, formada con cotizados músicos de sus dos últimos álbumes, ha paseado en esta gira, si bien en Bilbao la parte yanqui quedó reducida, por cuestiones de agenda, a la bajista Jesse Hume.
Las tres horas de generosa panorámica que García ofreció en Bilbao resultaron excesivas para los no conversos que eran minoría entre su publico cómplice que ha madurado con sus canciones. El dinamismo decayó en la parte central del recital marcada por su novedad, en contraste con los exiguos rescates de su banda previa que, con actitud loable, García se niega a rescatar, pese a las propuestas millonarias.
Sentado en un sofá casero y con una cachaba pueblerina con la que parecía apelar a la España rural que tanto infecta sus rimas, arrancó remontándose a sus inicios con 'Malva', 'Nunca el tiempo es perdido' o 'Prefiero el trapecio'. Muy contento de estar en Bilbao se había mostrado en euskera para dedicar el concierto, «por su profesionalidad y amor a la música», a la muy ridiculizada últimamente a Amaia Montero.
Con guitarra protagonista de Victor Iniesta voló alto Manolo recuperando 'Recuerdos de una noche' de los Triana iniciáticos (que llegó a grabar cuando opositaba a rockero) ligado con 'Todo es de color' de Lole y Manuel. Ya con la bajista americana entró el recital en un valle con un cuerpo central de temas nuevos ('Ardieron los fuegos', 'La llamada interior', 'Océano azul', 'Nunca es tarde', 'Humo de abrojos', La Gran Regla de la Sabiduría…) que hasta tuvo momentos de autoplagio. García logro por momentos levantar el bajón central, sudando la gota gorda en coreados rescates previos ('Es mejor sentir', El frío de la noche...) o invitando a su hermana Carmen a cantar la insulsamente rockera 'Ruedo, Rodaré' después de que, apelando a su genérica charnega, rural y ecologista, dedicara 'Un giro teatral' a la Euskadi ganadera. «No podemos perder el contacto con la madre tierra, el futuro está en ella», proclamó para iniciar un primer viaje micro en mano por las gradas que puso arriba de nuevo al personal. Con comunión coral se recibió el coro de 'Campanas de libertad' que el cantante extendió para presentar a la banda y su amplio equipo. Hasta se bajo los pantalones para mostrar sus 'bilbaínos' calzoncillos rojos, en desagravio tras haber saludado por error a la gente de San Sebastián, sede central de la promotora del evento Get in.
Con camisa nueva atacó el cantante la hora final de propina aplacando el entusiasmo con un par de baladas ('En tu voz', 'Crepúsculo creciente') y reivindicando, en tono mitinero el arte y la alegría como elixir «para compensar los tiempos duros, contra el gris de la vida y la confusión de la política».
Recuperando su característica inflexión moruna recurrió a la 'Sombra de la sombra de tu sombrero' como alegato «contra la violencia machista» (por su arranque no quiero ser tu cárcel) para comenzar a desatar la locura final tirando de rumba catalana en 'Como un burro amarrado en la puerta del baile', de EUDLF, que evidenció lo lejos que está García del adhesivo coplero y andalucista de su banda nodriza, al que apenas se ha acercado en solitario con su mejor canción 'Pájaros de barro', que propicio su baño final de multitudes.
Abrazos, flores, abanicos y selfies por doquier fue recogiendo a medida que recorría cantando pletórico las primeras filas, se subía por las gradas y cruzaba la platea entre la masa, agasajante pero respetuosa, para interpretar sin perder el aliento 'Carbón y ramas secas', en torno a la mesa de sonido, y 'Somos levedad', desde lo alto de una de las barras.
Lisonjero y colega con su fanaticada, recogió una ikurriña en su retorno a la tarima guiando con más énfasis guitarrero la fiesta final con 'A San Fernando', entre globos y confeti y caricatos de abejorros tan extemporáneos como los bailes de su camarógrafa de escenario. Para la esperada propina final quedo 'Insurrección', celebrado himno de El Último que, entre Goras a Euskadi, Viscas a Catalunya y recuerdos a los llegados de fuera, puso el broche apoteósico con danza en la tarima y jolgorio futbolero a modo de despedida y cierre triunfal de gira.
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