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Aplazado abruptamente por motivos de salud el concierto previsto para el 11 de marzo en la Sala BBK de Bilbao, que había agotado el aforo en la venta anticipada, este jueves 25 de mayo por fin se celebró el encuentro, adscrito en el décimo ciclo Noites de Fado, con Dulce Pontes, quien dio un concierto en sexteto de 16 temas en 107 minutos, abiertos y cerrados también abruptamente. Primero, con la salida por sorpresa a escena de la vocalista diciendo hola y dedicando el encuentro a Kepa Junkera (presente en la sala), y segundo cerrando el bis doble con la interpretación igual de inesperada del 'Maitia nun zira' que grabó con Kepa. Fue un tema coreado tímidamente por la concurrencia, de edad elevada, tanto que nos preguntamos: ¿este público también venía a verla hace 30 años o Dulce solo gusta a la gente mayor? Bueno, la gente mayor dispone de dinero para ir de vez en cuando a un concierto.
El concierto comenzó culto y elitista (ella parecía dibujar una burbuja hermética que le aislaba de los mortales del patio de butacas) y acabó derivando hacia lo populista, sobre todo por los tres momentos coreados: el citado junkeriano y antes otros dos con la diva lusa rascando la interacción. La asertiva Dulce José da Silva Pontes, nacida en Montijo hace 54 años, empezó a dúo, ella al piano y Luis Miguel Nunes Guerreiro a la guitarra portuguesa, concatenando tres piezas elevadas que combinaron la técnica vocal operística con los efectismos new age (la tercera fue 'Ondeia'). Y ya con la formación completa, un sexteto con batería (aunque a menudo el percusionista hizo mutis), Dulce se atrevió con el jazz improvisado (siempre étnico), rasgó tañidos junkerianos (en el sexteto cabía un acordeonista), y fue étnica y etérea, exótica por la atmósfera y afrancesada por el acordeón.
Ella no era fría y procuraba conectar con el aforo, pero demasiado ambiental y un tanto distante había discurrido esa primera parte de 6 piezas con alardes vocalistas de la lusa llevando los gorgoritos a cotas tan agudas que una espectadora anónima al salir de la BBK los calificó de 'estridentes', aunque la mayoría de los asistentes manifestaban, compartían que había sido un concierto 'bonito'. En esa segunda mitad Dulce fue concretando el cancionero e intimando con el respetable, pero al precio de pecar de populista con los coritos.
La mejor pieza fue la séptima, el fado 'Nosotros' (o algo así), por concretarse en la canción y no evaporarse en el ambiente ni en los estilismos, y alcanzó también hitos mediante un morriconiano 'Meu amor sem Aranjuez' y en el algo vals 'Amapola', antes de continuar un concierto aparentemente pensado para el aire libre estival mediante jazz étnico improvisado (y Dulce bailando y mostrando la pierna bajo su vestido, pues aunque descalza llevaba cascabeles en los tobillos). Y ese bis doble abierto con 'Canción de mar', de la inigualable maestra fadista Amália Rodrigues, y cerrado con el guiño junkeriano euskérico, ya se ha dicho.
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