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Aviso: el nuevo disco de Igor Paskual requiere conocer algunas claves para entender la literalidad del puñetazo en la nariz que representan 'Dios es colombiano' o 'Ratas', sus dos temas de adelanto y una auténtica deflagración de radicalidad sonora y textual. La primera de ellas ... es que el cantante, guitarrista y compositor donostiarra –aunque afincado no se sabe bien si en la ciudad de Gijón o directamente en el estadio de El Molinón– tiene un historial plagado de antecedentes vinculados a la iconoclastia y el malditismo históricos del rock. Ha bebido de múltiples fuentes, desde Ian Dury, T. Rex y el amado Bowie hasta Blondie. Del glam y la british invasión al punk más comprometido.
La segunda clave, y muy importante, radica en la capacidad del artista de crear unidades temáticas por encima de una colección de canciones. Paskual vierte sentimientos tan profundos como la rabia por una tragedia –el fallecimiento de Jessica Muñoz de la Paz, bajista y productora asturiana de sus dos últimos discos–, la revuelta contra la imposición a modo de un animal acorralado y dos ideas-fuerza: la predisposición del ser humano a causar el mal, solo evitada por el superior miedo al castigo, y el reiterado argumento a lo largo de la Historia de que el mal siempre vence al bien.
Todo ello se desprende de 'La pasión según Igor Paskual' (Dro/Warner), un disco de inminente publicación que pretende ser una «declaración de amor» y una celebración «antitristeza». El álbum es una distopía en un mundo de criterios musicales sin ideas. Te gustará o se te caerá el reproductor al suelo con la primera canción, pero está claro que sus once temas exploran los múltiples recursos del rock; del punk rápido de apenas tres minutos ('Ratas') hasta descargas fulminantes ('Maquiavelo iba en serio') o una personal versión de 'El gavilán' de Violeta Parra de nueve minutos de duración. Lo explica este padre de tres hijos, responsable de una biografía profesional de intenso recorrido como guitarrista y compositor de Loquillo, fundador de la mítica banda de culto Babylon Chat y dueño de una carrera en solitario que ha alumbrado dos discos perfeccionistas llamados 'Equilibrio inestable' y 'Tierra firme'. También es escritor, aunque sobre el escenario, vestido con botas militares y falda escocesa, casi nadie piense en él como un articulista social y deportivo.
– La canción de adelanto 'Dios es colombiano' suena ya, de entrada, a polémica. Facebook advirtió que el videoclip contiene imágenes inadecuadas. En la letra denuncia los abusos de poder y también la búsqueda de los paraísos en la tierra y, en fin, que ahí está la cocaína para conseguirlos. ¿No es muy extremo mezclar a Dios con el tráfico y consumo de sustancias estupefacientes?
– En el fondo, en ambos casos se busca solucionar una fractura emocional, hallar el resultado de una ecuación extraviada y rota. Los estupefacientes calman tu dolor y, algunos de ellos, incluso te hacen sentir como si fueras un dios, poderoso e invencible. Creo que las drogas, el rock y la religión se parecen bastante, intentan ayudarnos a vivir en este mundo, y las tres tienen efectos secundarios.
– 'Soy el cordero Paskual y prometo decir la verdad'. A ver, estas frases no se le ocurren a uno paseando por el parque con los niños. ¿En qué contexto surgió?
– La canción nace de un texto larguísimo sobre lo que había sido mi vida y del deseo de encontrar el paraíso en la tierra. Pero no sabía cómo darle forma. Me ayudó mucho la fascinación que tengo por el hip hop; me sigue atrapando cómo son capaces de contar muchísimas cosas en tan poco tiempo. El rock no suele ofrecer tanto espacio para las palabras. Por otra parte, hay algo muy atávico en el ritmo de los versículos de los evangelios, tan exactos y concisos. Esa prosodia ofrece una apariencia de verdad que es muy eficaz si lo aplicas al rock.
– ¿Se impuso algún límite (a priori, parece que no) para definir hasta dónde podía llegar en este disco?
– Lo difícil en 'Dios es colombiano' fue cortar la canción, que originalmente era mucho más larga. Y también ordenarla ya que no es simétrica, es irregular como el blues más primitivo que no seguía la regla de los doce compases. Tenía que tener cuidado para que no se quedara descompensada. Y también quería hacer algo que yo no hubiera grabado antes y que, al menos que yo sepa, nadie más estuviera haciendo.
– El clip de esa canción lo firma Paul Stein, un realizador que ha firmado algunos de los mejores anuncios publicitarios y vídeos musicales de este siglo. Viéndole, a usted le contratarían para protagonizar una nueva versión de 'La naranja mecánica'.
– Fue una sorpresa total y eso que llevábamos muchísimo tiempo pensando en el concepto y en las imágenes. Pero Paul Stein domina muy bien el montaje y aunque hayas estado en el rodaje, una vez que pasa por sus manos, el resultado es impredecible. He tenido mucha suerte de trabajar con él y su equipo.
– ¿A quién tuvieron que engañar para conseguir la casulla y la ermita donde se rodó?
– Pues a una familia muy conservadora y religiosa. Pero, para bien y para mal, todos tenemos un precio.
– Rescato una frase suya: «En la religión está la búsqueda de la fe y la felicidad». ¿Se considera religioso?
– Sí, claro. Incluso en mi devoción por el rock hay cierto elemento religioso. Incluso en el arte se producen una serie de circunstancias que remiten a lo religioso. Creo que cualquiera puede experimentarlo ante un Chillida, en algunos rincones silenciosos del Guggenheim. Si vas a ver a Chagall hay algo religioso. De otra forma sería como estar en una tienda de decoración.
– ¿Su nuevo disco es un golpe en la mesa?
– Tenemos mucha información y no quería hacerle perder el tiempo a nadie. Por ejemplo, 'Dios es colombiano' dura cinco minutos, algo excesivo para un tema punk, y si alguien me prestaba atención todo ese tiempo, quería compensarle con algo significativo y que pudiera apelarle. Y que quisiera volver a verlo, que tuviera varias vidas y lecturas. Hay que tener mucho respeto por el oyente.
– 'Tierra firme', su anterior álbum, es un ejercicio de sofisticado eclecticismo musical que remite a la elegancia de los Roxy y el deseo exploratorio de Bowie, por citar dos símbolos imperecederos. ¿Hace aquí algo parecido?
– Sí, hay un buen viaje en todo el disco. Va de un sitio a otro. Me pregunto qué pasaría si grabara algo más homogéneo. Si ganaría o perdería fuerza. Pero sí, el disco tiene muchos lados.
– ¿Cómo lo gestó?
– Con gran esfuerzo y también con momentos muy divertidos. En este caso trabajé con un número elevado de canciones y fui eliminando, lo que siempre es un duro golpe para el ego pues supone admitir que has trabajado en material mediocre. No resultó fácil porque tampoco tenía un referente muy claro que seguir. El mayor esfuerzo fue en darle homogeneidad a esos lados estilísticos. Que fuera rock y que a la vez no lo fuera.
– Mantiene la admiración por Bowie.
– Lo que pasa es que Bowie ocupó tanto espacio que vayas por donde vayas, siempre vas a pasar por algún camino que él haya abierto o insinuado. El nuevo reto consistirá en escapar de su influencia.
– ¿El rock está dormido y necesita cogerle de las solapas y sacudirle?
– Más que dormido, está algo ensimismado. Tiende a escucharse demasiado a sí mismo, piensa que tiene razón y la vida le pasa por delante sin darse cuenta. Es como un padre en el sofá que cree que ha vivido una juventud muy macarra mientras que sus hijos son mucho más salvajes de lo que él era. El rock siempre es mejor cuando se mezcla, cuando se abre. Entonces, despierta y se renueva.
– ¿Hay alguna parte de la sociedad que se libre de la lucha entre el bien y el mal que describe en su disco?
– Existen algunos espacios donde existe una tregua como una biblioteca, algunos conciertos, la mar o ciertos museos.
– ¿Qué es el fútbol comparado con 'Dios es colombiano'?
– Un sucedáneo más de la religión. Algo maravilloso que une a la gente, pero en cuando entra el componente irracional en juego, la separa.
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