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Pantoja brilló en Miribilla, muy bien acompañada. Óscar Cubillo

Delirio ante la Pantoja

Dos horas y tres cuartos chuleando y chillando pletórica estuvo Isabel Pantoja el sábado noche en Miribilla, escoltada de modo mayúsculo por una sinfónica y el coro de la UPV, a los que la tonadillera se impuso siempre

Domingo, 29 de octubre 2017

Superó todas las expectativas el sábado noche Isabel Pantoja en Miribilla, donde oficialmente había unos 4.400 espectadores, todos sentados en un aforo dispuesto para 6.000. Muchos huecos se veían, sí. Actuó con la Orquesta Sinfónica Hasta Que Se Apague El Sol (los músicos ... con chaqués) más el Coro de la Universidad del País Vasco (más de 44 voces contamos), una dupla que sonó mucho mejor que los que acompañaron a Ennio Morricone en el Palacio Euskalduna y en el Palacio de los Deportes de Santander hace una década (lo decimos para que entiendan la gran calidad general). Además, la Pantoja impuso su personalidad y carisma sobre la orquesta no sólo en los dos números pachangueros finales y en tango emperifollado. Isabel Pantoja se salió de la tabla, sí: cantó chillando durante dos horas y tres cuartos, lloró, se hizo la jefa («súbeme la reverb» pidió un par de veces a sus técnicos de monitores; «los tres cañones a mi persona», ordenó de repente a los cañones de luz quizá para que supiéramos que había tres iluminándola desde el fondo del pabellón), y actuó a menudo chuleando como Raphael: en canciones de diálogos imaginarios, en interpelaciones naturalísimas («oye, oye», «adiós»…), en improvisaciones adecuadas para el recinto, en ese largarse del centro de la escena, pararse, volverse de cara al público y poner cara cómplice de circunstancias, y en desplantes totales.

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