
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Minutos antes del ensayo, en el silencio de la sala casi desierta, la profesora Emma López previene a los visitantes con esa frase hecha que dice «donde hay música, hay alegría». Y tiene toda la razón del mundo, claro, aunque en realidad los veintitrés miembros del coro ya llegan con la alegría puesta, incluso antes de entonar una sola nota: entran como un torbellino, repartiendo sonrisas y abrazos a diestro y siniestro, sin disimular la ilusión contagiosa que sienten por cantar. Es el cuarto encuentro de este nuevo conjunto formado por la Sociedad Coral de Bilbao con Gorabide, la asociación de apoyo a los discapacitados intelectuales, y los protagonistas -acompañados por tres monitores- están decididos a disfrutar de cada minuto.
«Es una gente maravillosa, muy implicada, con un nivel muy alto de motivación y compromiso. Le ponen muchísimo entusiasmo y son muy expresivos, espontáneos: así es fácil trabajar, yo lo estoy disfrutando un montón», comenta Emma, que es la coordinadora de Eskolan Kantari, el programa de la Sociedad Coral para acercar la música a colectivos de escolares. La iniciativa, ya en su tercer curso, se centraba hasta ahora en los niños de siete colegios, pero el trabajo con Gorabide supone su primer proyecto con adultos. «Los resultados en un coro no son inmediatos. Lo que importa son las ganas y la constancia», plantea Emma, que conduce el ensayo semanal con muchas risas pero también con rigor: las coreografías divertidas resultan perfectamente compatibles con aprender en qué consiste un canon.
«El coro me encanta. No tengo oído para la música, pero me gusta mucho cantar... ¡y también bailar! Escucho de todo un poco: 'OT', Oskorri, Fran Perea... ¡Variado! Y, para cantar, me gustan las canciones del País Vasco, las de misa y, si estamos aquí, la de 'Los cacharros de mi cocina'», detalla Mikel Martija, que se erige en improvisado relaciones públicas del coro. Al expansivo Mikel lo mismo te lo puedes encontrar en una pasarela de moda, que en un grupo de danza, que en un montón de fotos al lado del presidente de Iberdrola («¡fue compañero mío de gimnasio!»), y en el coro se entrega en cuerpo y alma, con una pasión que le impide contener los bailoteos. «Yo creo que, cuando cantamos esto, mejor hacemos así», le propone a Emma, mientras sacude las caderas para remarcar un verso.
Los miembros del coro se muestran a la vez disciplinados y desenvueltos: las instrucciones son sagradas para ellos y se esmeran en cumplirlas, pero siempre encuentran algún hueco para dar esquinazo a la rigidez con una carcajadita, una mueca o un bisbiseo. «Según la cara que ponemos, nos sale el sonido. ¡Cantamos con cara alegre!», les alecciona Emma, y es verdad que, a medida que se les agranda la sonrisa, les va quedando mejor la melodía. Cantan una que dice 'ramalama' y 'lalalalalí-laleló', con algunas palmas que no estaban previstas, y después uno de los miembros del coro, César, ejerce de competente solista para trabajar la polifonía, con lalalás distintos por un lado y por el otro. Cuando Emma les habla de preparar el concierto de final de curso, resuena un 'buuuuuuuufffff' general, por lo abrumador de la responsabilidad, y algunos hasta se echan las manos a la cabeza: «¡Y vendrá nuestra familia a vernos!».
En una de las estrofas, María Ángeles Rebouras se pasa de largo y se queda cantando sola durante un segundo. Los demás se ríen un poco, cómo no, pero el desliz ha permitido comprobar que su voz estaba perfectamente afinada. «El sonido era bonito», elogia la profesora. María Ángeles tiene 59 años -«yo creo que soy la mayor de todos», repasa, echando una mirada alrededor- y se muestra entusiasmada con el plan del coro, que le trae bonitos recuerdos de cuando era niña y tocaba la flauta. También su compañera Enara Martínez evoca la infancia: «Yo cantaba 'aleluya' en un campamento», explica esta fan de Malú, de Alfred García y de Amaia Romero.
Llega el momento cumbre del ensayo, la de «con los cacharros de mi cocina voy a formar una orquestina», con su mímica de sartenes, tapaderas, cacerolas y ensaladeras. «Tenéis que reducir un poco la energía. Con esa intensidad, nuestro público se va a quedar lesionado», pide Emma. Cuando acometen la parte de «me quemo, me quemo», tienen que poner gesto de tremendo dolor, así que es más o menos inevitable que a uno de los cantantes le acabe entrando un ataque de risa. El espectador ocasional da por hecho que los demás van a sumarse a las carcajadas, con unanimidad de coro, pero qué va, mantienen el aplomo y siguen a lo suyo como profesionales mientras su compañero se congestiona.
Ha pasado ya una hora y llega el final del ensayo: «¡Quiero más!», se queja María Ángeles, que seguiría el día entero. «Están todos encantados -comenta Almike Gutiérrez, la coordinadora de tiempo libre de Gorabide-. La experiencia supone un enriquecimiento mutuo: para la Coral, este es un colectivo con el que nunca habían trabajado; para nosotros, es una manera de hacer lo que hace el resto de la sociedad». Y Mikel, que ha reunido a sus compañeros alrededor del piano de la sala de ensayos, reclama la atención del periodista porque le queda algo muy importante que añadir. Lo dice con una sonrisa, como siempre, pero es una cosa muy seria: «A ver si damos un buen do para que nos oiga la sociedad. Así sabrán que valemos también para cantar. ¡Podemos reivindicar con las canciones!».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Favoritos de los suscriptores
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.