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Achúcarro en una explicación. Moreno Esquibel

Lo culto de Joaquín Achúcarro y lo popular de Flogging Molly

El maestro pianista dio una cercana lección magistral en el Euskalduna con los niños sobre el escenario y el septeto de punk celta californiano erigió en la Santana 27 una barrera de seguridad atacada con un lanzallamas

Domingo, 27 de enero 2019, 13:55

Tarde-noche de sábado con contrastes en sendos conciertos llenos de público entregado a su manera a la música. Usando la terminología del maestro Achúcarro, pasamos de la emoción de la música clásica en el Euskalduna a la explosión del punk en la Santana 27 ... . Ambos encuentros se celebraron ante un respetable bastante joven: en las butacas del Euskalduna, agotado por unas 2.200 personas, Pato calculó que habría un adulto por cada cuatro niños, en la discoteca de Bolueta, los veinteañeros, muchos con el torso desnudo, eran mayoría entre las 900 personas que se concentraron excitadas.

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A las 6 de la tarde Joaquín Achúcarro, entre una gira por Japón y la vuelta a su cátedra universitaria en Texas, con calidez, cercanía y hasta humor sorpresivo (nos hizo reír con el himno del Athletic y con su recomendación de que hay que hacer un poco de deporte, que aunque sea mal hecho beneficia: no hay más que verle estupendo a los 86 años). Protagonizó un recital de 11 piezas en 75 minutos con él compartiendo escena con una treintena de niños que no hicieron preguntas al maestro, como se había anunciado. El encuentro, que según Achúcarro no era ni una master class ni un concierto, estuvo más guionizado de lo esperado, porque la pantalla gigante del fondo retrasmitía, amplificaba el evento, marcaba los títulos y los autores de cada pieza. Y, por cierto, volvamos a destacar que Achúcarro no usó partituras, que lleva toda esa música metida dentro de su cabeza.

Achúcarro tocando ante la treintena de niños atentos. Moreno Esquibel

Dijo el pianista en su primera intervención: «Esto es un anzuelo para quienes creen que la música clásica es tan esotérica que no se puede entender o que es tan aburrida que no se puede aguantar». Y espigó a una serie de autores de los tres últimos siglos. Los cuatro primeros en interpretaciones solemnes hasta la tristura: Bach y su fe religiosa, Rachmaninov con dramatismo propio del cine mudo, Gershwin alumbrando el blues o lo mejor de esa primera parte, Enrique Granados con 'La maja y el ruiseñor', romántico y con pizzicatos pajareros.

Tras este introito donde, como explicó Achúcarro «la nota dominante sentía la necesidad de acercarse a la tónica», entramos en partituras más modernas y menos enclaustradas. Dos piezas de Debussy (la caricatura del payaso Lavine, los logrados fuegos artificiales de la fiesta nacional), una de Falla dedicada a éste y en la que una habanera, «se supone que una danza sensual, la convertía en una marcha fúnebre en homenaje a la tumba de Debussy», el dramático 'Oñazez' del Padre Donostia, la obra más ovacionada hasta entonces que fue 'La danza ritual del fuego' de Falla en el 'El amor brujo'. También un técnico y magnífico 'Nocturno para mano izquierda' de Scriabin (antes del cual el maestro calificó al piano de 'animal sagrado' que tiene 12.000 piezas, que aguanta una presión de 20 toneladas y que su alma son los pedales), y la despedida con la 'Polonesa heroica' de Chopin, dinámica y premiada con la ovación final, rota y silbada, la más larga e intensa.

Como advirtió Titi, el maestro tiene la agenda completa durante los próximos cinco años y no hay fechas previstas en Bilbao. Habrá que verle otra vez en la ETB, que grabó el docto y culto recital.

Recibiendo la larga ovación con una ramo de flores. Moreno Esquibel

Y el sábado a las 10 ya estábamos en Bolueta, en la sala Santana 27, donde actuaban los punks célticos californiano-irlandeses Flogging Molly (Los Ángeles, 1997), algo así como los sucesores de los añorados Pogues. Regresaban a Bilbao estrenando su sexto álbum oficial, 'Life Is Good' (Vanguard, 2017), su primer trabajo en siete años, y reunieron a 900 personas a casi 30 euros la entrada. Un avance desde su visita anterior a la ciudad, en mayo de 2008 en el Bilborock: «La última vez que tocamos en Bilbao había diez personas», exageró el líder, el pelirrojo, Dave King (voz, guitarra acústica y bodhran), esposo de la violinista y flautista Bridget Regan.

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Flogging Molly, con el líder zurdo Dave King y su esposa flautista y violinista Bridget Regan. Txemaiden

Aunque Flogging Molly se definen como banda alegre que busca arrastrar a la pista de baile al público, en su último disco han metido las letras más sociales, sobre política, economía, desempleo, inmigración… Por eso extrañaron esas reglas de seguridad establecidas en su bolo, ese muro como el de 60 kilómetros de Putin en Crimea. Un muro el de Bolueta protegido por hasta cuatro seguratas. Un muro que al poco de empezar el energético show logró saltar una chavala que se puso a bailar entre los músicos yanquis antes de ser expulsada. Un muro al que se arrimaban los de seguridad en maniobras preventivas cuando veían que algún sujeto hacía surf sobre las cabezas de la gente. Un muro a la postre necesario que saltaron en sentido contrario y ágiles como guepardos varios seguratas cuando un tipo encendió a modo de lanzallamas un spray con el que pudo causar un daño irreparable (qué calor desprendía el fogonazo, cómo se hizo corro de modo inmediato entre la masa), un tipo que fue inmediatamente reducido y expulsado. «¡Increíble!», dijo Dave King, aun inconsciente de la que se pudo haber liado si hubiera salido algo mal.

El concierto, de 18 piezas en 97 minutos, fue acelerado, alegre y bailongo (el pogo se generaba cada dos por tres: ya saben, ese baile en que la peña se empuja entre sí para hacerse sitio). Ruló muy auténtico y en tres tercios: folk, rock, y más folk. A ver, en el inicio a los Pogues recordaron en 'The Hand of John L. Sullivan' y en su logrado hit 'Drunken Lullabies', y en la épica 'The Likes of You Again'. Por el ecuador se pusieron muy roquistas: en el melandólico 'The Days We've Yet', el deudor de los Clash 'Requiem for a Dying Song', el pop épico 'Float' (donde volvimos a fijarnos en un espectador con camisa de cuadros que se pasó todo el concierto llorando de emoción y de alegría), la creciente y largamente desarrollada 'The Spoken Wheel / Black Friday Rule', el rock sin tristura ni arrepentimientos 'Life Is Good'…

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Dave King brindando con su lata de Guinnes Juan Raúl Fernández Salabarria

Dave King brindaba con una lata de cerveza Guinnes, la peña lucía camisetas de Irlanda, de los punk celtas Dropkick Murphys, de los skatalíticos The Toasters, de Manolo Kabezabolo… Una peña que bailaba pogo, donde algunos animados hacían surf, donde un par de tíos mostraban tablas de skate. Una gente que se sentó en masa delante de sus adorados y bien vestidos músicos californianos: gorras, tirantes, pantalones de tergal, americanas negras… Y así, en plena fiesta, afrontamos el arreón final con más lecciones aprendidas de los Pogues: 'Rebels of the Sacred Heart', la ultrabailable 'Devil's Dance Floor', 'What's Left of the Flag' con su estibillo walk away, 'The Seven Deadly Sins' tan duro como los Dropkick Murphys, y el bis doble con la coreada 'If I Ever Leave This World Alive ' y la sincopada 'Salty Dog'. Bolazo, oigan, a pesar del peligro de haber ardido en las filas delanteras, pegados al muro.

El matrimonio y los gorrillas de Flogging Molly Juan Raúl Fernández Salabarria
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