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Con el regusto del tango se cerró el domingo el a la postre satisfactorio 37º Festival Internacional de Folk de Getxo, que por cierto poco folk ha servido en sus cinco conciertos principales, habiéndose programado una violinista roquista, un proyecto tanguero y una verbena mestiza, ... además de un bolo celta estelar y otro trikitilari que resultó demasiado académico.
De los cinco conciertos principales, este sería el orden de calidad: el mejor de todos ha sido el del gaitero gallego Carlos Núñez (sábado, entradas agotadas a 20 € cada una de las 391 butacas de aforo reducido), no se quedó a la zaga la fiesta de cumpleaños a base de fusión mestiza de Amparanoia (viernes, entradas agotadas, a 20 €), y en tercer lugar quedaría Cyclical Tango (domingo, tres cuartos de entrada a 10 €). A más distancia y en cuarta posición pondríamos a la violinista roquista Judith Mateo, que no se acopló al recinto (jueves, media entrada a 10 €), y los últimos, bastante alejados de la cabeza, serían Miren Eta Roberto Etxebarria, trikitilaris demasiado nerviosos, rígidos y canónicos en su exposición (miércoles, media entrada a 8 €).
Al contrario que con Judith Mateo, el recinto, la negra Sala Ereaga, la magna del auditorio municipal Muxikebarri, le fue como un guante al proyecto ortodoxo, revisionista y nostálgico Cyclical Tango, integrado por cuatro músicos sentados (el líder es el bandoneonista bonaerense Fabián Carbone y quien más destacó fue el violinista rumano del Teatro Real Laurentiu Grigorescu, que rasgó las cuerdas con una honda tristura europea dilatada hasta el manierismo gótico), una esbelta vocalista que usó cuatro vestidos (Mariel Martínez, que empezó justita y terminó por las alturas), más una pareja de baile (que también usó cuatro indumentarias, una por cada estación del repertorio).
Y es que Cyclical Tango vinieron con un repertorio definido, atado en corto: 'Las cuatro estaciones porteñas' de Ástor Pantaleón Piazzolla (Mar del Plata, 11 de marzo de 1921; Buenos Aires, 4 de julio de 1992), según su libreto 16 piezas (17 contando el segundo bis arrancado con tenacidad por el público encantado, un bis donde repitieron el orate tema cimero) interpretadas en 98 minutos (los 90 iniciales más los ocho del exigido bis, pues tardaron en reaparecer los actuantes).
La cita no comenzó demasiado bien con 'Balada para mi muerte' (la música ignoramos si llegaba insuficientemente integrada o deficientemente ecualizada, y la labor vocal de la estilizada Mariel pareció demasiado teatral), aunque la buena onda fue imponiéndose empero lo diverso de las emociones de las partituras (por ejemplo se pasaba de lo cinemático de 'Invierto porteño' al trasfondo jazz de 'Fracanapa') y escasa profundidad inicial de la afilada vocalista (quien suave susurró en 'Chiquilín de Bachín').
Pero la música de Piazzolla trascendió del formalismo estático de sus ejecutantes (y de la sombra 'exploitation' a la hora de explotar su centenario) mientras los dos bailarines transitaban por delante del tablado como figuras en dos dimensiones no más y Mariel Martínez, con su melenísima áurea, sorprendentemente rompía su techo y apuraba a la perfección su dicción teatral en 'El gordo triste', el octavo tema, el punto de inflexión de la cita dominical vespertina, cuya buena onda continúo en el instrumental muy de BSO 'Verano porteña', con el violín generando una suerte de efectos especiales del alma.
Y entonces se levantó de su silla al fondo del escenario el líder Fabián Carbone, y se acercó al micrófono del centro del tablado, y con su pinta de Michael Nyman total (cráneo rasurado, gafas redondas de carey, traje negro, camisa sin corbata y sin abotonar, y, je, je, similar expresión displicente del bonaerense), tras advertir que no solían hablar en sus shows, agradeció nuestra presencia, presentó a sus subalternos, y dijo que «Piazzolla logró una genial fusión de la música culta y la popular que universalizó el tango».
Sostenido lo cual, prosiguió el encuentro con más cimas, caso del cénit que fue 'Balada para un loco', con la majestuosa Mariel dando lo mejor de sí en la actuación y el canto, y a partir de ahí ya ella la bella sumando hasta el adiós más momentos emocionantes: 'La última grela', 'Los pájaros perdidos' (en cuya letra cabe la sentencia escrita en el último sensual vestido de Mariel Martínez: «amé y perdí»), y tras el instrumental celebérrimo y bastante jazzista 'Libertango', que fue el primer y único bis previsto, la gente casi se amotinó, no dejó de dar palmas aunque se encendió la luz y la megafonía invitó a evacuar la Sala Ereaga, y logró que se abriera de nuevo el telón y Mariel, oh, Mariel, repitió la que ella sabía había sido su óptima interpretación, 'Balada para un loco', la cual la muy experta en esta ocasión entonó a mayor velocidad su introito recitado y teatral.
Dentro de un mes igual no nos acordamos de nada. O de una semana, pero ahora el regusto tanguero es muy bueno, y la sensación que nos queda muy balsámica.
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