Desde su salida al inmenso escenario montado en la Herriko Plaza de Barakaldo se le notaba contento a Coque Malla. Y al empezar a tocar la primera canción, la noche adquirió un brillo, una importancia y una elegancia que rompían y se oponían a la ... burda vulgaridad común en tantos tablados de las fiestas. El exlíder de Los Ronaldos dictó su repertorio, no sólo cañero, pues tuvo bastantes momentos serenos («este es una aburre-vascos, como Benito Lertxundi», exageró uno, y otro protestaba por estar ahí acompañando a su novia y ésta le explicaba «es que es una balada»), literalmente actuó de manera teatral desde las poses hasta los recitados, y se expuso al borde del gigantesco, festivalero escenario para espolear a la masa milenaria que aceptó con limpia normalidad su propuesta.
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Jorge Malla Valle, madrileño de 52 años, eterno quinceañero desde los 80 como comentó Topo por 'wasap', protagonizó un set de 16 canciones en 83 minutos que se tornaron escasos, fugaces, y más si les restamos 4 minutos de introducción con la odisea espacial de Bowie sonando enlatada y los tres minutos de saludos de despedida.
En quinteto, con sus escuderos muy engrasados (mención especial al guitarrista Amable Rodríguez), Coque en la primera mitad del show estuvo superlativo, mojado por las musas, teatral hasta lo shakespeariano, dinámico, polifacético (ora solo cantando, ora con la guitarra acústica, ora con una eléctrica…) y cercano a un público al que apacentaba a su antojo.
Qué arranque, oigan, con qué sacudidas emocionales: el power pop 'Solo queda música', el rock-soul apasionado 'Escúchame', la bunburiana, teatralizada y recitada 'La carta', la no sabemos si emulación consciente de Rufus Wainwright 'La señal', la delicadeza de ese 'No puedo vivir sin ti' que compuso durante la resurrección temporal de Los Ronaldos pero que ahora se identifica únicamente con él, o el blues 'Todo el mundo arde', también teatralizado y que fue justo la octava canción, la que delimitó las dos mitades del gran concierto.
Aunque Coque estuvo igual de suelto, sobrado y seguro en la segunda mitad, debido a los tempos más lentos y a las revisiones de Los Ronaldos, en el fondo bien recibidas, la cita no mantuvo su magia himalaya precedente mientras se sucedían baladas ('Me dejó marchar'), pop de cámara con coros de la gente ('Berlín'), un tridente de Los Ronaldos más guitarreros, funkies y de estribillos adhesivos ('Adiós papá', un superior 'Guárdalo', y 'Por las noches'), el adiós en falso con el precioso y sentimental y culmen soul dylaniano 'Hasta el final', previo a un bis doble y en cierto modo estilista abierto con la imitación de Ron Sexmith 'El árbol' y cerrado con el impulso bailón algo love is in the air de 'Un lazo rojo, un agujero'.
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Bolazo. Ya podrían ser así todos los conciertos de las fiestas: por limpieza y comodidad generales, por calidad de sonido en particular, por inspiración de los actuantes deseosos de ganarse al público sin populismos… Qué guay...
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