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Dos veces en ocho días hemos visto a Niña Pastori en su 'Gira 25 años': el jueves pasado en el octavo festival Flamenco On Fire en Pamplona (Auditorio Baluarte, entradas agotadas con semanas de antelación, unas mil almas presentes) y este viernes en el 'Bilbao ... Musik Fest' (Miribilla, unas 555 almas -nos enteramos en taquilla- para un aforo reducido a unas 2.000 localidades). Hubo menos gente en Bilbao, pero fueron iguales la banda (un noneto con dos coristas -Sandra y Toñi- que arropan a menudo a la lideresa), la escenografía (muy televisiva), el vídeo introductorio de tres minutos que repasa los logros de la gaditana (25 años sobre los escenarios, 22 discos, 4 Latin Grammy, 14 giras…) y el repertorio exactamente en el mismo orden en ambas plazas (18 temas en 114 minutos en Bilbao, y en 113 minutos en Pamplona).
Pero en el fondo, en esencia, fueron conciertos distintos: mucho mejor el de Pamplona por la sensación de urgencia, la persecución de la apoteosis por parte de la banda y el contento de la lideresa (había estado cuatro días con la familia de su hermano, que vive en la capital navarra), y sólo bueno y hasta con momentos diríase rutinarios el de Bilbao, divisible en tres partes: un arranque átono, una parte central con La Pastori más tranquila, bromeando y cantando con mucho tino e imponiéndose a la banda (en Pamplona sus músicos sonaron por encima de ella, lo cual disgustó a muchos aficionados), y el bis dilatado y plano, nada comparable con la gradación pamplonesa, eso que fueron los mismos tres temas y con la misma disposición escénica.
Si en Pamplona Pastori usó dos vestidos rojos, en Bilbao sólo se puso uno negro. Además, el volumen atrapador fue muy superior el jueves pasado, así como las dimensiones del escenario, aunque este viernes se usaron más las dos pantallas laterales. Y si el público se comportó con formalidad en el Baluarte, en Miribilla se dejó llevar y se montó una fiesta, sin poderse reprimir a la hora de levantarse para bailar a pesar de los esfuerzos y la insistencia de los miembros de seguridad de producción por evitarlo. .
Aire de fiesta en un show de casi dos horas que arrancaron sin demasiado arrojo, con la gaditana de 43 años María Rosa García García cantando una suerte de pop rociero, de flamenquito lolailo dramático, de comercialidad pulcra y bien mediado, y asimilando escasamente el abismo al que se asoma Alejandro Sanz ('La habitación', el mejor tema de los seis primeros).
Ella fue acostumbrándose al entorno y quizá a la cantidad (no solo de espectadores) y hablando un poquito a su público, sin abusar de los monólogos. Dijo al principio: «Cuídense, pónganse las mascarillas. Estoy un poquito más gorda»; luego antes de cantar 'Cai' espetó «¡vivan los gitanos!»; y después, relajada, bromeó sobre sus taconazos: «El zapatito, el zapatito… Lo que hay que pasar para ser más alta»; y en la presentación de sus músicos se saltó aparentemente sin premeditación al guitarrista y percusionista Chaboli, o sea a su marido.
Por la parte central del espectáculo, Niña Pastori cumplió su rol de neofolklórica ('Dime quién soy'), elevó los coros espontáneos del gentío al versionar 'Cuando nadie me ve' de Alejandro Sanz, le quedó muy bien el 'Contigo' de Joaquín Sabina, cantó sensacionalmente en 'Ese gitano', y remató el repertorio con un tridente, o en su caso con una trinidad compuesta por 'Cuando te beso' (soul sensual algo a lo Pitingo), 'La orilla de mi pelo' (un rock vía Antonio Flores) y el adiós en falso con 'Y para qué' (una gozadera boogaloo), antes del bis triple demasiado dilatado (las bulerías se hicieron eternas, aunque la pista del Bilbao Arena se convirtió en un gallinero bailongo) y rematado con estilo con 'Yo tengo una cosa' (tipo Rosariyo en una gala televisiva de fin de año cantando eso de «Gitana guapa y morena / Ponte una horquilla en tu pelo / Ponte una blusa de flores / Y dame tus ojos negros»).
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