Hay imágenes que quedan prendidas en la retina y son por acumulación las que ayudan a levantar los mitos. Cuando los teletipos han escupido la muerte de Tina Turner lo primero que me ha venido a la cabeza es ella saliendo al escenario de la ... plaza de Toros de Bilbao aquel 16 de julio de 1987, en medio de una tormenta insolente, equipada apenas con un vestido de raso muy corto -cambiaría de modelo tres veces aquella noche- y una toalla que no dudó en lanzar al suelo para secar ella misma la tarima a golpe de cadera. ¡La Reina del Rock pasando la mopa, hay que joderse! Y sin complejos, seduciendo al público calado hasta los huesos que aullaba como loco.
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Cuando Tina aterrizó en Bilbao ya se había sacudido la influencia tóxica de su marido, superado con creces la fama atesorada a su sombra e irrumpido en el cine de la mano de Mel Gibson como la inquietante reina de la Cúpula del Trueno. Anna Mae era la dueña rutilante de la alfombra roja, no importaba dónde actuase, demostrando que era 'The Best', aunque el primer single de 'Foreign Affair' no llegara hasta 1989.
Su desembarco en Vista Alegre significó un auténtico terremoto en la ciudad, aunque la discreta calidad del sonido impidió que el resultado fuera brillante. Tina no tardó en dejar claro a los 12.000 asistentes que la lluvia sólo era un meteoro, pero que ella era una estrella. Se nos metió en el bolsillo. Lo hizo coqueteando, lanzando guiños y besos al público, mientras el teclista John Miles capitaneaba a la banda. Todos entregados desde el minuto cero a los alaridos animales de esta mujer con melena de león; siempre provocadora, pero nunca ordinaria.
El concierto duró hora y cuarenta minutos -y gracias, porque el cielo seguía intratable-, alternando éxitos recientes como el 'What's love got to do with it' con otros de su anterior etapa como aquel 'Nutbush city limits' que parecía sacar de las entrañas y remitía a su infancia en Tennessee; o el 'Proud Mary', que arranca remolón y acaba estallando en una danza tribal. Una diosa de 49 años y cuerpo de gacela; la 'private dancer' con la que todos soñábamos.
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