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Maria Callas falleció en 1977 a los 53 años. AP/Christian Steiner
Cien años de Maria Callas: la necesidad de ser sublime

Cien años de Maria Callas: la necesidad de ser sublime

Una fuerza de voluntad irrebatible, sus dotes para el canto y el instinto musical la convirtieron en dueña de los escenarios del mundo

Alfonso Carlos Saiz Valdivielso

Bilbao

Viernes, 1 de diciembre 2023, 18:17

Maria Anna Cecilia Sophia Karogelopoulos vino a este mundo el 2 de diciembre de 1923 en el Flowers Hospital de Nueva York, no lejos de la vivienda familiar de Washington Heights, un ruidoso barrio plagado de emigrantes griegos. Aquella niña con el nombre de Maria Callas asombraría al mundo por su voz y su prodigiosa manera de cantar.

Con su madre, que nunca la quiso, y su hermana Jakie arribaron al puerto de El Pireo en febrero de 1937, empeñadas, seguramente, en recuperar sus raíces griegas. De febrero a septiembre de aquel año, Maria cantaba canciones, a la manera de Rosa Ponselle, en las tabernitas aledañas al puerto, a cambio de unos dracmas y un plato de sopa.

Llegado septiembre, Maria y su madre se presentaron en el Odión Athenam con la pretensión de que recibiera clases de canto, tras falsear hábilmente su edad para superar la exigencia del ingreso en el Conservatorio, a los 16 años. Durante el primer curso fue encomendada a la profesora Maria Crivella. En el curso siguiente, pasó a estudiar con la maestra Elvira de Hidalgo, la turolense que electrizó a los públicos de Europa y América con sus agudos de infarto y una innata elegancia de soprano de coloratura.

¿Qué pudo ver la Hidalgo en aquella muchacha corpulenta, gruesa y miope para fijar su atención en ella? La propia Hidalgo nos lo explica en sus memorias: «Vi, precisamente, su mirada, reveladora de un misterio, como de querer poseer y abarcarlo todo. Ahora bien, que aquella muchacha abrigara el deseo de convertirse en cantante resultaba aparentemente ridículo. Pero cuando la escuché cantar el aria 'Océano', del Oberon, de Webber, me inundaron cascadas de sonidos, aún incontrolados, pero llenos de emoción y dramatismo, y quedé convencida de que ante mí tenía la materia prima ideal para crear la soprano sfogato del siglo XX –poseedora de todos los registros–, la heredera directa de Maria Felicidad García, o sea María Malibrán, la más grande sfogato del XIX».

Maria Callas entre Renato Cioni y Tito Gobbi en la Ópera de París en 1965. AFP

Profesora y alumna trabajaron intensamente. Elvira prolongó el horario académico cuanto pudo, incluso en su casa. Maria correspondió a tal esfuerzo, casi hasta la extenuación. Era la primera en llegar y la última en marcharse. Elvira fue maestra, mentora y madre. Permanecieron juntas hasta bien avanzado 1944. Fue entonces cuando Maria, dispuesta a conquistar el mundo, viajó a Norteamérica. En aquellas tierras cantó sin demasiado relieve y conoció a Giovanni Zenatello, que estaba preparando temporada en la Arena de Verona y le ofreció cantar allí 'La Gioconda', junto al tenor Richard Tucker, el 27 de julio de 1947, bajo la batuta de Tullio Serafín. Éxito discreto y primer encuentro con quien habría de ser su marido, Giovanni Meneghini.

Después, Serafín logró incrustar el nombre de Maria Callas en la cartelera de La Fenice, de Venecia, donde asume el reto titánico de cantar 'Tristán e Isolda', 'Turandot', 'Las Valquirias' e 'I Puritani', cuyo papel de Elvira estudia, a marchas forzadas, mientras ensaya a Wagner. La Callas puede con todo, y el público, enardecido, aplaude el advenimiento de la soprano absoluta, que se hará dueña y señora de los principales escenarios del mundo, especialmente del de la Scala de Milán. En sus años de plenitud, de 1948 a 1958, Callas dará vida a 47 personajes, imprimiendo un sello especial a Norma, Violeta Valery y Floria Tosca. Hay muchos más, naturalmente. Llegados a este punto, cabe preguntarse ¿cuál fue la aportación a la ópera de Maria Callas?

Maria Callas junto a su marido Giovanni Battista Meneghini. AFP

En el terreno vocal demostró, con la máxima solvencia, cómo había que interpretar las obras de la primera mitad del siglo XIX, en concreto las de Rossini, Bellini, Donizetti o el joven Verdi, restituyendo a la agilidad y al belcantismo su papel expresivo y evocador. Un empeño de tal naturaleza le indujo a rescatar óperas de difuso recuerdo, como 'Medea', 'La Vestale', 'Armida', 'Il turco in Italia', 'Il Pirata', 'Ana Bolena' o 'Macbeth', y a devolver a otras –'Norma', 'I Puritani', 'Lucía di Lamermoor', 'La Traviata'– su carácter sustancialmente, dramático. Abrió el camino por el que habrían de transitar Leyla Gencer, Renata Scotto, Mirella Freni, Joan Sutherland, Montserrat Caballé, June Anderson y Cecilia Gasdia. También han de considerarse tributarias de Callas voces ambiguas de mezzo, como la de nuestra inmensa Teresa Berganza, y las de Marilyn Horne, Fiorenza Cossotto o Sirley Verret.

En cuanto a la composición del personaje, dejemos hablar al eminente Carlo Maria Giulini, quien en 1977, tras el fallecimiento de la descomunal soprano escribió: «Con su muerte desaparece la excelsa figura que en nuestro tiempo representó como nadie el melodrama, que requiere la fusión de tres elementos: palabra, música e interpretación. Ella lo consiguió plenamente».

Perfecta cuadratura

En 1958, René Leibowitz publicó en la revista 'Les temps modernes', que dirigía Sartre, un espléndido ensayo sobre el papel de Callas en la historia de la ópera. Años después, la Radio Corriere TV, de Roma, organizó un coloquio en el que Visconti, Gavazzeni y un selecto grupo de intelectuales italianos hicieron un profundo estudio sobre el arte de la Callas, en sus vertientes escénica y vocal, publicado tras su muerte con el título 'Proceso a la Callas', en el primer número de la 'Nuova Rivista Musicale Italiana'. Un trabajo imprescindible que merece ser consultado.

Maria estaba convencida de que con un material de partida como el de Rosa Ponselle, Claudia Muzio, Renata Tebaldi o Victoria de los Angeles era poco probable que su insaciable afán de superación, que siempre fue su motor artístico, hubiera prosperado. Pero disponía de algo que no tenían sus colegas: una fuerza de voluntad irrebatible, expresividad dramática y un canto misteriosamente sensual, siempre reconocible. Disponía, además, de una perfecta cuadratura, que no es sino exactitud rítmica y afinación, lo que le permitió un pleno entendimiento con los directores orquestales, a pesar de ser incapaz de distinguir, con nitidez, sus batutas, a causa de su miopía. Pero su instinto musical, que tanto admiró Victor de Sábata, era, en verdad, uno de los puntos fuertes más significativos de su personalidad.

Maria Callas con Aristoteles Onassis.

En su prematuro declive influyeron varios factores: la brutal cura de adelgazamiento a que se sometió entre 1953 y 1954, que le hizo perder 30 de los 90 kilos que habitualmente pesaba; su separación de Meneghini y su unión con Onassis, quien acabó con ella alterando su estabilidad psíquica seriamente y reduciendo su disciplina de trabajo.

Maria Callas falleció en París el 16 de febrero de 1977, cuando sólo contaba 53 años.

Si todo artista aspira a ser mito, y la Callas lo fue en grado sumo, antes debe comprometerse a inventar sus propios fantasmas. Su mensaje nos concierne a todos. El fenómeno Callas es la historia de una voluntad indomable. El legado de una mujer artista, que sintió la ineludible necesidad de ser sublime.

Alfonso Carlos Saiz Valdivielso es Académico Correspondiente de las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando y Ciencias Morales y Políticas.

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