Dani Martín va a llenar el WiZink Centar ocho días seguidos el próximo noviembre. Sony

Cara y cruz de la fiebre del 'sold out'

El auge de los directos, con artistas llenando grandes recintos con una facilidad pasmosa, ha resucitado a la industria pero conlleva riesgos en el plano musical y social

Domingo, 28 de julio 2024, 00:14

De un tiempo a esta parte, la actualidad musical la acaparan una serie de conciertos de estadio y festivales masivos que no paran de sucederse desde la primavera y se prolongan hasta bien entrado el otoño. Es difícil definir cuándo ha comenzado esta fiebre por ... los eventos musicales, pero la tendencia se acentuó desde que se levantaron las restricciones de la pandemia y ha continuado al alza, hasta el punto de que actuaciones como las de Taylor Swift, Bruce Springsteen o más recientemente Karol G han centrado la atención mediática en España. También en salas medianas hay bandas como Arde Bogotá, Sidonie o Sen Senra que tienen todo el papel vendido allá donde van.

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Este auge de la música en vivo arroja cifras récord –tanto de eventos y festivales como de asistencia y venta de entradas– y un balance muy positivo para la industria y en términos económicos. Pero, a la par, conlleva riesgos y aspectos negativos, mayormente en artistas y salas de la escala pequeña y mediana del sector. En el 'mainstream', sin embargo, artistas de diversas propuestas no paran de agotar grandes salas, estadios y pabellones. Más allá de estrellas internacionales como Taylor Swift, los ocho WiZink Centers que va a llenar Dani Martín a finales de año lo atestiguan.

Y, en el ámbito euskaldun, bandas como ETS no paran de cosechar éxitos hasta el punto de que han logrado llenar tres BECs para marzo de 2025, recinto con el que también se va a atrever la próxima primavera la cantautora Izaro. También hay veteranos como Fermín Muguruza que, en su próxima gira de regreso a los escenarios, ha agotado en cuestión de minutos en grandes aforos como el Bilbao Arena o el estadio de Anoeta. Es la fiebre del 'sold out', con tickets que vuelan en cuanto se ponen a la venta y artistas llenando con una facilidad pasmosa recintos de miles de personas.

Arde Bogotá, Karol G o Fermín Muguruza están agotando entradas en sus giras. Efe/E. C.

Esta dinámica lleva consigo luces y sombras, tanto en el aspecto artístico o musical, como en el socioeconómico. Entre lo positivo, la resurrección de la industria musical –que vivió momentos críticos–, la irrupción de una nueva generación que se engancha a la música en vivo, o el éxito de nuevos géneros musicales. ¿Los aspectos más discutibles? La masificación, la agonía de las salas pequeñas, o las discutibles condiciones laborales de quienes trabajan en estos eventos.

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E incluso hay debate sobre el verdadero interés que pueda tener una parte del público de estos eventos en la propuesta musical o artística que van a presenciar, sino que más bien son empujados por la presión social o la ansiedad que generan las redes sociales. Es decir, el llamado FOMO (acrónimo en inglés del 'miedo a perderse algo') que han popularizado tanto plataformas como Instagram. Eso no quita para que también exista el componente positivo de la comunión social, tan necesaria después de las largas restricciones de la pandemia. Cara y cruz, por tanto, de un fenómeno que se ha ido acrecentando en los últimos años y ha alcanzado este año sus mayores cotas.

Iraide Fernández, vicepresidenta de la Asociación Vasca de Sociología y Ciencia Política, analiza los conciertos masivos y el 'sold out' desde el punto de vista del comportamiento social: «Está claro que se ha dado un cambio cultural enorme en la forma de consumo musical y además ha ocurrido de manera bastante rápida. Antes la principal fuente de ingresos era la venta de discos, pero desde hace años son los conciertos. Solo que ahí también vemos un cambio importante, porque antes estábamos dispuestos a pagar bastante dinero por ver a un grupo escogido, y ahora nos hemos habituado más a pagar una tarifa por ver a muchos grupos en el formato festival».

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¿Economía, cultura o ambas?

Algo similar ocurre con los conciertos de estadio, que se llenan en cuestión de minutos pese a los altos precios de las entradas, pero que deben ofrecer algo más que una simple actuación musical. «Si es un concierto único, la gente, ya que paga bastante dinero, busca un show. Este es el caso de conciertos de estadio como los últimos de Karol G, donde hay un espectáculo en el que no solo está el artista, sino que hay bailarines, luces y todo un aparataje detrás»; añade la profesora de la UPV.

Según Fernández, es necesario empezar a ver el fenómeno no solo desde el punto de vista cultural, sino también en el plano económico. «Es la única manera de entenderlo, estos eventos están súper vinculados al sector turístico y las instituciones están muy interesadas en fomentarlos», explica, ya que movilizan a miles de personas que dejan millones en sectores como la hostelería o los hoteles y alojamientos. Por tanto, es innegable el balance positivo que arrojan en economías locales, más allá del evidente componente artístico-cultural.

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A la par, los macroconciertos arrojan también problemas sociales. «Un ejemplo es que son eventos vinculados al consumo de alcohol, e incluso otro tipo de sustancias, y que pueden tener un efecto negativo en los vecinos. Hay que tener en cuenta que la ciudad se llena de gente que está de fiesta. Otra cuestión a debate es el tipo de actividad cultural que se promociona, básicamente grandes artistas o artistas incipientes, pero rara vez artistas locales», remacha la socióloga.

Cuestión de géneros

Desde la organización de conciertos, este negocio lo conoce bien Adrián Medrano, incombustible programador bilbaíno en salas como Santana 27, la ya extinta Shake o, en menor escala, en el Shelter de Iturribide; y que confirma la locura por el directo. «Hay una afluencia muy grande a conciertos en general. Lo que pasa es que hay géneros que por su idiosincrasia y por su momento han ido disminuyendo su afluencia y otros que han subido un montón. Pero, sí, en general, hay mucha más gente que va a conciertos que hace unos años», detalla.

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Incide en cualquier caso en que hay que diferenciar por estilos musicales, con ciertos géneros en auge y otros más estancados: «Por ejemplo, los géneros urbanos hace diez o 12 años habían perdido influencia pero luego resurgieron y ahora mismo están súper en boga. Además, en este mundo se han creado también nuevos estilos como el trap que han conseguido que una nueva generación haya empezado a ir a conciertos con frecuencia. Se ve gente muy joven». No ocurre lo mismo con el rock, que adolece de una falta de renovación en bandas y público. «Lo que está pasando es que los nombres grandes de rock siguen moviendo a mucha gente, pero al final siempre se tira de los mismos y cuesta más que salgan nuevas bandas», explica Medrano.

En cualquier caso, y más allá de las cifras de asistencia a los conciertos, el programador bilbaíno identifica un interés genuino por la música. «Hay una fiebre de gente que monta grupos y hay muchos alumnos apuntados en las escuelas de música, la gente se anima a aprender a tocar instrumentos a edades variadas y forma grupitos que pueden mover público en sus grupos de amigos. Pero lo que pasa es que cuesta salir de ahí, falta apoyo en la música independiente», concluye.

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Salas pequeñas y underground

Como todo movimiento de masas, los macroconciertos tienen también su cara B, en lo que respecta a las dificultades que atraviesan las propuestas musicales más pequeñas o minoritarias. En ese sentido, Adrián Medrano señala la lenta agonía de las salas pequeñas como principal preocupación: «Aunque haya buena afluencia de público, hay muy pocas salas pequeñas, tanto en Bilbao como a nivel nacional».

Asimismo, las bandas que sacan la cabeza del pequeño circuito no lo hacen ya progresivamente, sino de una forma muy repentina, lo que complica la programación de recintos medianos. «Las pocas bandas que crecen lo hacen muy rápido, ya no existe ese momento en el que los músicos iban creciendo poco a poco e iban haciendo paulatinamente salas de 200, luego de 400, etc. Ahora pasan directamente en solo un verano de meter 200 personas a meter 1500. Hoy en día todo funciona en plan viral. Y cuando algo no lo es, se queda en el urderground sin apoyos», explica el programador de Santana 27.

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Hay quien se queja además de precios excesivos de los conciertos en sala, aunque Medrano desmiente esa percepción: «En comparación con otros países de Europa, en España no son demasiado caros. Y además hay otra cosa: si la gente lo sigue pagando, el precio sigue subiendo».

Tampoco las ve caras la socióloga Iraide Fernández, que lo vincula además a las condiciones precarias de los trabajadores de festivales o macroconciertos: «Para la cantidad de personas que hay trabajando, el asistente no paga demasiado por la entrada. Entonces, se genera empleo súper estacional y nada bien pagado».

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