Intenso Prokofiev

Hay que valorar que Francisco Valero-Terribas (que sustituía a Chloé van Soeterstède) mantuviera el programa inicialmente previsto y dirigiese también el Concierto para violín n° 2 de Prokofiev pese a no haberlo hecho nunca antes; con Alena Baeva la obra adquirió toda su profundidad, el encanto que le confiere ser a la vez tradicional y moderna, a veces algo árida en su apariencia exterior pero intensamente lírica cuando Prokofiev, dejando atrás su época de enfant terrible de la música rusa, sacaba su vena más melódica. El Andante assai, sobre todo, fue prodigioso en manos de una Baeva que se mantuvo siempre dentro del concierto, en sus luces y en sus sombras.

Schumann es harina de otro costal, y desentrañar sus sinfonías encierra el doble reto de diseccionar su estilo e interpretar su personalidad, dual, cambiante, tan introspectiva como secretamente apasionada. Schumann no tenía la facilidad de escritura para orquesta de algunos de sus contemporáneos, como Mendelssohn, pero poseía una mirada mágica que le permitía elevarse por encima del estrecho mundo que rodeaba su vida y en su Segunda sinfonía rozó el cielo en el Adagio espressivo, uno de los mejores movimientos lentos del todo el romanticismo musical. Valero-Terribas guardó distancias con él e incidió más en la precisión y la minuciosidad con que está escrita la sinfonía en su conjunto: la respuesta orquestal fue impecable, pero la música careció del temblor que une lo simplemente intelectual a lo sentimental.