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El miércoles arrancó el quinto congreso profesional musical BIME (Bizkaia International Music Experience), que tiene varias ramificaciones: el BIME Pro, ubicado en el BEC baracaldés, donde se cierran negocios (por ejemplo la promotora bilbaína Noise On Tour trató con una empresa que organiza ... autobuses para ir a festivales), el BIME City(casi cuarenta conciertos con puertas abiertas desperdigados por salas de la capital bilbaína; en las primeras ediciones el BIME City era de acceso exclusivo para los profesionales acreditados en el BIME, este año unos 1800, y como a menudo la asistencia a estos bolos era desoladora se tuvo a bien celebrarlos con puertas abiertas y el ambiente ya es otro), más el BIME Live (el festival de dos días bajo techo, de nuevo en el BEC, donde la masa milenaria se salta con descaro las reglas de prohibido fumar)
En esta quinta edición el país invitado es Holanda, una nación muy melómana: es el quinto mercado musical en Europa, por delante de España, que le triplica en población (17 millones de habitantes frente a 46). Por eso, con el patrocinio de la embajada tulipán y del programa ‘Dutch Impact’, el jueves por la tarde, en el BIME Pro, con camareras repartiendo canapés (rechacé todos, sin que sirva de precedente) y el respetable profesional del rollo muy alejado del escenario (pero al menos atento y en silencio), se montó un concierto de Max Meser, un veinteañero espigado nacido en Sabadell hace 25 años, de los 14 a los 19 criado en la Costa Brava, y hoy residente en Ámsterdam.
Alto y flaco, en plan dandy retro (pantalones de rayas, camisa naranja como el color de su nación, largo pañuelo a modo de corbata y pelo a lo Paul Weller), Max lideró un bolo bien resuelto de 8 temas en 31 minutos en formato cuarteto: al bajo, Mano Hollestelle, que era la primera vez que tocaba con ellos y lo hizo muy bien; a la batería la señorita Gini Cameron; a la guitarra Isaac Wadsworth, un inglés que se crio con Max en la Costa Brava; y a la voz, la guitarra, el órgano y la pandereta Max Meser.
Max se declara influido por los Beatles, para él la mejor banda de la historia, pero su sonido es tan moderno que se puede equiparar a Oasis. Antes del show nos prometió en entrevista: «Garantizo al público que le entrarán ganas de cantar, bailar y beber. Será un concierto rítmico, melódico y con actitud». En total, tocó una canción de su primer disco, ‘Change’, y siete del segundo, ‘Pictures’.
En el espacio del BEC iluminado con luz natural y pegado a una gran cristalera que mostraba los tejados de Barakaldo y el tráfico del puente de Rontegi, Max Meser sonó eléctrico y fue un poco a menos, quizá por descolgarse de una guitarra a la que de repente extraía unos punteos largos de naturaleza blusera como los de sus compatriotas DeWolff. Abrió con pop de Liverpool tan moderno como lo facturarían los vecinos de Manchester Oasis (‘Who’re Ya Goin’ To Blame’), y siguió con esa capacidad de asumir clásicos como los Kinks y actualizarlos con rock potente (‘Mr. Jimbo’). El encanto melódico de su querencia brit-pop se reveló en ‘Weak For Love’ (la única que sonó de su disco debut, una pieza superior a los Kaiser Chiefs y con otro sorprendente punteo vía DeWolff), y en ‘Moth Situation’ sonó sincopado como los primeros Beatles.
«Mr. Jimbo es un amigo nuestro que ama el rock and roll», presentó Max antes de la quinta: ‘Mr. Jimbo Reprise’ (sí, la segunda también la titulan inspirados en este colega), que cruzó voces puro Oasis con guitarras como los Beatles en Hamburgo. Max se descolgó la guitarra y preguntó antes de la sexta: «¿aquí en el País Vasco se baila también?». Pero la peña puso cara de circunstancias y sólo una chica danzó algo durante la lisergia de ‘Square Room’, con el líder a la pandereta y la armónica. En las dos últimas Max se sentó al piano y con reminiscencias de Lennon tocó ‘Love’, de aspiraciones grandes, y ‘Broomstick Man’, que también creció a lo Oasis. Buen bolo, pero si llega a tocar primero las del dos piano, luego la lisérgica y al final las cinco guitarreras, habría sido muy bueno y dejado mejor sabor de boca.
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