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El sábado, tras aguantar en vano 4 horas de cola para visitar el buque de guerra Juan Carlos I, nos echamos a temblar nada más ver las dos colas que entraban en el pabellón de Miribilla. Buf, menos mal que solo tardamos un cuarto ... de hora en acceder al multitudinario recinto que albergaba el tinglado de 'Yo fui a EGB', esa exitosa marca polifacética generada a partir del libro homónimo publicado por los bilbaínos Jorge Díaz y Javier Ikaz. A la postre, más de seis horas duró el evento (una más de los previsto), que alternó los conciertos (diez, aunque debemos resaltar que Pino D'Angio solo interpretó su 'Qué idea' en playback y flanqueado por dos bailarinas) con sesiones de DJs apoyadas en vídeos (seleccionadas por el Dream team, o sea Toni Peret, José María Castells y Quique Tejada), números de ballet también amenizados con música enlatada (dedicados a Michael Jackson, Queen y la tercera tanda inspirada en las películas 'Dirty Dancing' y 'Grease', que fue la más ovacionada), y las intervenciones del humorista y maestro de ceremonias Carlos Latre, que aportó el mayor componente nostálgico y ochentero desplegando un montón de grandes éxitos de la época, desde El Fary hasta… Eros Ramazzotti.
Indiquemos que la EGB (Educación General Básica) fue un sistema de educación que duró de 1970 a 1997, y ajustándose a este periodo el humorista catalán daba pie a recordar y a cantar: repasaba las películas y series de la época (también coló una referencia 'Friends' que duró de 1994 a 2004), los dibujos animados (y movía a corear sus sintonías en los momentos más infantiles de la larga velada) o los anuncios de publicidad (el mejor momento fue cuando el pabellón en pleno coreó un villancico con una devoción natural que ya apenas se vive, este: «Las Muñecas de Famosa se dirigen al portal, para hacer llegar al niño su cariño y su amistad, y Jesús en el pesebre se ríe porque está alegre, y Jesús en el pesebre se ríe porque está alegre. Nochebuena de amor, Navidad jubilosa, es el mensaje feliz de las muñecas Famosa»; increíble.
Y, claro, Carlos Latre recordó las canciones famosas de entonces, las que grabábamos en casetes y oíamos en la radio, etc., un popurrí de grandes éxito que nos cayó en cascadas esporádicas: hubo una ráfaga heavy con Bon Jovi, Guns N' Roses, AC/DC y Europe, se atrevió con otra parte cañí (Las Gracas, Los Chunguitos…), y llegó a apelar a los difuntos para pinchar fragmentos de sus éxitos con una alegría improcedente (escogió a Antonio Flores, Antonio Vega, Enrique Urquijo, Tino Casal, Bowie, Nirvana…). Además, el maestro de ceremonias coló algunas referencias autóctonas (Goenkale, Hertzainak, genial el chiste y la imitación de Argiñano) y, para dar pie al público, a veces Latre preguntaba: ¿Os acordáis de…?
La mayoría de los conciertos fueron de tres o cuatro canciones en un cuarto de hora y se aprovechaban los momentos de Latre, que incluso imitaba a cantantes (Julio Iglesias y más) y humoristas (Eugenio, Gila…), para hacer los cambios de escenario. Un escenario bastante bajo, con dos pantallas laterales surtidas por una única cámara más una pantalla central rectangular, y poca luz, que menos mal se incrementó en las tres últimas actuaciones (por cierto, había un cañón de luz en las antipodas del tablado que apenas proyectaba un leve haz).
Abrieron plaza los dos proyectos sintéticos del lote de diez. Primero Amistades Peligrosas, el dúo en el que sigue la asturiana Cristina del Valle pero no el gallego Alberto Comesaña. Ella y su nuevo partenaire, Marcos Rodríguez, cantaron mal y sonaron peor en trío, respaldados por un bajista que disparaba las bases musicales de un set que primó la sensualidad y lo visual mediante los bailes de los dos protagonistas. Cristina cantó éxitos como 'Estoy por ti' y dijo una gran verdad: «La música de los 80 y 90 está más viva que nunca y esto lo demuestra. No somos de una década pasada. Somos del presente, de 2019».
Le sucedió el dúo tecno barcelonés OBK, con sólo un miembro original, el cantante Jordi. Azpiazu, que disparaba fotos con zoom desde la grada, observó: «Físicamente no ha cambiado nada. Y seguramente el teclista no sea el original, porque se ha colocado detrás y no le enfoca la luz…». Sí, Miguel Ángel Arjona lo dejó en 2012, pero los actuales OBK, aguantaron el tirón con su tridente, que podría ser contratado para el festival BIME del BEC: 'Tu sigue así', como Dorian, 'El cielo no entiende', tipo Pet Shop Boys, e 'Historias de amor', a lo Alaska o La Casa Azul.
Y luego vivimos una triada rocanrolera y guitarrera siempre en quinteto y con La Guardia como banda base. En primer lugar acompaño al madrileño Javier Andreu, de La Frontera, que adaptó al español el Nuevo Rock Americano (a lo Jason & The Scorchers) en tres canciones perjudicadas por la acústica embarullada, 'Cielo del sur' con armónica, 'El límite' a tres guitarras y 'Judas el miserable' con banjo. En segundo lugar La Guardia escoltaron al malagueño Javier Ojeda, de Danza Invisible, que subió un escalón más la velada gracias a su dinamismo escénico saltimbanqui en tres piezas: 'Sin aliento', un rock bien integrado en la banda donde el andaluz literalmente se tiró por el suelo, 'Sabor de amor', donde se sentó al borde del escenario, y su acertadísima adaptación al español de 'Al otro lado de la carretera' de Van Morrison con sucesión de saltos finales y guitarra durísima. Antes de esta dijo el arrollador Ojeda: «Bilbao me enerva en todos los sentidos. Bilbao es una ciudad energética. Ni Red Bull ni pollas». Y los granadinos La Guardia, con su líder Manuel España, que dejó cantar demasiado al público (como hizo en Navidad en el '1980 Pop Festival', en el BEC), también voló alto con su triada compuesta por 'Mil calles llevan hacia ti', vía Los Secretos, 'El mundo tras el cristal', muy country y algo Duncan Dhu, y 'Cuando brille el sol', a lo Nuevo Rock Americano de los 80. La gente coreó mucho sus canciones.
Luego les tocó el turno a los bilbaínos Doctor Deseo, más bien El Deseo del Doctor, como presentó su líder en la introducción, pues en el quinteto solo hay dos miembros de los doctores: el guitarrista Toro y el cantante, «una servidora, Francis», como dijo Diez, el jefe, quien también alegó que «nunca hicimos canciones para ponernos tristes» antes de la agónica 'Abrázame', con Aiora de Zea Mays de invitada, tema que sonó después de 'Corazón de tango' y antes de una 'La chica del batzoki' rearreglada con andalucismos y donde Toro coló partes del 'Misirlou' del difunto Dick Dale, El Rey de la Guitarra Surf.
Latre nos hizo cantar bilbainadas, Pino D'Angio, llegado desde Pompeya, interpretó en playback solo una canción, su hit 'Qué idea', y entonces entramos en el epílogo, con sonido superior y más luminotecnia. El último tercio lo abrieron Los Toreros Muertos madrileños pilotados por un sembrado Javier Carbonell, actor nacido en Cádiz que soltó antes de empezar, y luego nos dimos cuenta de que era verdad: «Qué pedazo de teloneros hemos tenido» (si, los anteriores tuvieron peor luz y sonido). Los Toreros, en cuarteto uniformado (americanas y niquis a rayas horizontales), tocaron cuatro canciones con acústica pétrea y espectacular más la interpretación alocada, delirante, teatral, onomatopéyica e inventiva vocalmente de Carbonell: 'Yo no me llamo Javier', fue puro David Byrne, el de los Talking Heads, en el pasado BBK Live; 'Manolito', fue como oír a Albert Pla con La Polla Records o mejor con Frank Zappa; 'Hoy es domingo' fue surreal y digno de los Primital del saxofonista bilbaíno Santi Ibarretxe; y cerraron su set con su megahit 'Mi agüita amarilla', que duró siete minutos y medio según filmó Azpiazu, que sonó a reggae a lo Police con grititos selváticos, y donde colaron cachitos de otras canciones donde llueve, por ejemplo el 'Ojalá que llueva café' de Juan Luis Guerra, 'Purple Rain' de Prince... ¿Saben qué? Los Toreros Muertos fueron de lo mejor del año.
Habían pasado cuatro horas. Y en el pabellón se bailaba todo: reggae, ska, rock and roll, las de la película 'Grease', el flamenco de los Chichos con los brazos en alto, el 'Ritmo de la noche' de Mystic... También danzaron las canciones del gallego Miguel Costas, ex Siniestro Total, que es más solvente en directo que sus antiguos compinches y el sábado en cuarteto ejecutó cinco temas en 18 minutos, haciéndonos reír con 'Assumpta', rocanroleando en 'Pueblos del mundo', siendo carpetovetónico en 'Camino de la cama' y 'Bailaré sobre tu tumba', y despidiéndose con el 'Miña terra galega', su versión del 'Sweet Home Alabama' de los Lynyrd Skynyrd, donde dejó cantar a la peña. Comparó Azpiazu: «En el Satélite T metió 60 personas, y aquí mira».
Y cerraron el 'Yo fui a EGB' de Bilbao los valencianos Seguridad Social, que dieron el concierto más largo de la noche, de 46 minutos para 7 canciones, variadas, potentes, muy coreadas y bailadas, claro. Todas mandadas por el cantante José Manuel Casañ, que se definió como un superviviente y que nos trató con la chulería levantina que comparte con Tarque, el de M-Clan. 'Mi rumba tarumba' le salió muy quedona, 'Quiero tener tu presencia' no perdió su ritmo tropical, la ansiosa y flamencófila 'Chiquilla' logró que el respetable levantara los únicos 'oé oé' de los diez conciertos, 'Comerranas' enloqueció mediante ska, la rumba 'El amor te vuelve gilipollas' fue la única canción nueva que sonó de toda la noche (más de 30 se tocaron en vivo) y la despedida fue su versión del 'Un beso y una flor' de Nino Bravo, a la que incrustaron solos que solo sirvieron para alargar el tema y destensar al público, pero muy bien también Seguridad Social.
Los mini-conciertos estuvieron bien, excepto el primero, el de Amistades Peligrosas. Luego, un poco acartonados y prescindibles parecieron los lapsos del ballet, formado por más de diez integrantes, pero el de 'Grease' fue encantador. Los DJs podrían haberse ahorrado las partes intercaladas, menos mal que fueron cortas. Y Latre, con su guión escrito en cartulinitas, fue recurrente en la fórmula, reiterativo, pero debía hacer tiempo para los cambios de grupo a grupo. Y se alargó la velada un hora, pero de ahí no se movió nadie, o sea que todos estaban contentos.
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