Pablo Tosco posa junto a la fotografía que tomó en Yemen y que le valió el reconocimiento que obtuvo en el World Press Photo 2021. efe

«Me motiva acercar una herramienta tan potente como una cámara a gente silenciada»

El periodista Pablo Tosco, premiado con el World Press Photo en 2021, participará hoy en Montehermoso en una conferencia junto a otros tres reporteros de guerra

Jueves, 20 de octubre 2022, 03:42

Hace 20 años, Pablo Tosco apenas era un chaval de Córdoba (Argentina) recién egresado en Comunicación Social. Un tío de «barrio empobrecido», que nunca pensó en que acabaría abandonando el videoclub en el que trabajaba haciendo vídeos para cumpleaños, bodas, bautizos y comuniones. «Tenía que ... ir yo a las casas con un televisor y un reproductor de VHS para enseñarles los vídeos», recuerda el hoy prestigioso fotógrafo que, asegura, «jamás hubiera imaginado que acabaría asistiendo a una guerra».

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El año pasado, el World Press Photo le premiaba por su retrato de Fátima y su hijo pequeño. Dos personas anónimas que se afanan en pescar con sus redes a bordo su precaria barcaza, víctimas inocentes de uno de los conflictos para el fotoperiodista «más invisibilizados», el que hoy, ocho años después, todavía enfrenta a Yemen y Arabia Saudí.

Un reconocimiento al que Tosco insiste en quitarle hierro. «Ese trabajo no es solo mío sino de todos los que ayudaron en el camino. Desde el que consiguió el visado hasta el que me puso en contacto con esas personas». Sea de quien sea el mérito, el caso es que desde entonces su obra en pro de dar voz a los más vulnerables es más visible que nunca. De esta y otras experiencias hablará hoy mismo en Montehermoso a las 19.00. Una conferencia que promete ser multitudinaria. Las entradas ya están agotadas pero, para aquellos que no quieran perdérsela, también se podrá ver en 'streaming' Junto a Tosco estarán Ricardo García Vilanova, Patricia Simón e Igor G. Barbero, todos ellos reporteros con abundante experiencia en la cobertura de conflictos armados, incluido el de Ucrania.

El «poder» de la cámara

Una vocación peligrosa, pero con un gran aliciente detrás. «Lo que siempre me ha movido es poder acercar una herramienta tan potente como una cámara o un micrófono a gente que de normal es silenciada». A Tosco la oportunidad le llegó con una beca en Barcelona. Al principio reconoce que no le fue bien, pero hoy la ciudad condal ya se ha convertido en su base de operaciones. Y desde allí siempre ha estado muy ligado a oenegés como Oxfam Intermón. Con ellos viajó «primero para documentar proyectos de cooperación al desarrollo» y después para asistir a crisis humanitarias.

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«Empecé a visitar los grandes campos de refugiados por los conflictos de Sudán del Sur, República Centroafricana, Siria e Irak, pero siempre desde el prisma del impacto que tiene en la vida de los civiles». Experiencias en las que, confía, «me ayudan a acercarme al origen de esa guerra». Y abunda. «No me considero un fotógrafo de trinchera y frente de guerra, sino del sufrimiento de los civiles». Solo así, dice, se puede «señalar a los responsables y cuestionar aquellas políticas que perpetúan el conflicto».

Tras años de experiencia y de tomar cientos de testimonios ha descubierto que la guerra, por desgracia, también tiene un sesgo de género. «La experiencia me dice que los que sostienen la guerra en muchos casos son hombres y las que huyen y lidian con las consecuencias son las mujeres». Ese, dice, siempre ha sido uno de sus focos, «mostrar cómo en Colombia la mujer lucha para dejar de parir hijos para la guerra o en Siria por que no sean reclutadas como esclavas sexuales y sus hijos como milicianos».

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Asume que acceder a ellos implica «estar expuesto y ser consciente de que existe la posibilidad de no regresar vivo». «Hay que mitigar riesgos», asume, pero al final «no me puedo olvidar que yo tengo el privilegio de que voy a poder escapar de ese horror, ellos no».

«Si un día las historias dejan de atravesarme, dejaré el oficio»

Pablo Tosco no entiende su trabajo si no es volcándose por entero en cada una de las personas a las que trata. No, para él esta profesión no es lugar para 'insensibles'. «Todas las historias me atraviesan por igual. Y cuando eso deje de pasarme, es que quizá ya no sirvo para este oficio», zanja convencido.

«La empatía no es una cuestión espontánea; es un ejercicio constante». Más incluso cuando en la guerra te confían historias de cuyo tratamiento informativo depende la vida de mucha gente. «Hay historias que por el simple hecho de contarlas estás poniendo en riesgo a esa persona. En esos casos hay que salir del privilegio del periodista y proteger a las personas. De lo contrario, no estaríamos haciendo bien nuestro trabajo».

La última hora, dice, no puede estar por encima de todo. «Yo no disputo una primera plana de un periódico. Tampoco creo en el instante decisivo. Mi foto debe ser una huella de un encuentro, que no es un segundo, sino que dura un tiempo. Cuando es posible, la cámara debe quedar a un lado hasta que la persona se sienta cómoda. A lo que añade, «la audiencia debe ser consciente de las limitaciones o la persecución con las que has tenido que lidiar para llegar a ese reportaje».

Y para aquellos que están estudiando ser fotoperiodistas –de guerra o de paz– lanza un consejo. «Se trata de que tu foto dé pistas a la audiencia para que tenga recursos y entienda mejor el mundo  y que esa realidad no quede silenciada. Y no, una foto no vale mil palabras, al contrario, una foto debería forzarnos a hacernos preguntas».

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