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En 1967, tras haber sido expulsado primero y readmitido más tarde en el Partido Comunista de Checoslovaquia, Milan Kundera publicó su primera novela, titulada 'La broma'. Aunque aparentemente era una frustrada historia de amor, el trasfondo del relato es una acerada sátira del estalinismo. El ... dato revela el carácter insobornable de un escritor que durante medio siglo ha sido el gran representante de una literatura centroeuropea que se negó a admitir dogmas y que enarboló por encima de cualquier otra la bandera de la libertad, incluso al precio de la prohibición y el exilio. Kundera murió el martes en París a los 94 años, aunque la noticia ha trascendido hoy. Llevaba medio siglo viviendo en Francia, país del que obtuvo la nacionalidad y cuya lengua usó para la escritura a partir de 1990. La República Checa no le devolvió la ciudadanía hasta el año 2020 y su obra más importante, 'La insoportable levedad del ser', hubo de esperar 22 años desde su publicación en Francia hasta que pudo verse en las librerías de aquel país.
Nacido el 1 de abril de 1929 en Brno (Checoslovaquia), era hijo de un músico que dirigió el conservatorio de la ciudad. Su padre trabajó con Leos Janácek y la música de este siempre fue una inspiración para el escritor. Tanto es así que en la versión cinematográfica de 'La insoportable...' dirigida por Philip Kaufman y en la que él mismo trabajó como guionista, hace que varias de sus obras pianísticas y sus cuartetos suenen de una forma casi obsesiva.
Aunque comenzó estudios de Literatura en Praga, Kundera pronto se pasó a la Facultad de Cine. Son los años de su primera expulsión del Partido, acusado de actividades contra el mismo. La experiencia le serviría para su primera novela. Más tarde, readmitido y hasta su definitiva caída en desgracia, fue profesor de Cine en varios centros universitarios. Su vocación literaria fue relativamente tardía. Antes de sentarse a escribir, siendo apenas un adolescente, había compuesto piezas musicales en el estilo de Schoenberg, luego tocó la trompeta y el piano en algunos cabarets de barrios obreros, después hizo una breve incursión en la poesía para desviarse de nuevo, esta vez hacia la pintura. Con 30 años escribió un cuento que luego incluiría en 'El libro de los amores ridículos'.
Cuando los tanques soviéticos aplastaron la 'primavera de Praga', Kundera era ya un escritor famoso gracias a solo dos libros. Fue consciente entonces de que quizá no se atrevieran a detenerlo, pero no podría publicar lo que quería escribir. Además, le echaron del Instituto de Cine y de nuevo del Partido y tuvo que vivir de sus ahorros y de unos ingresos mínimos que obtenía tocando el piano en pequeños locales. Cuando los ahorros se acabaron, se trasladó con su esposa a Francia. Era el año 1975 y estaba convencido de que su carrera como escritor había terminado porque no le quedaba nada nuevo que decir. «Las tiranías producen a menudo pueblos admirablemente valerosos, pero generan muy pocos pensamientos originales», le dijo en una entrevista al también escritor Philip Roth.
En Rennes primero y París después disfrutó, lo dijo él mismo, de los mejores años de su vida. Veía su país con una perspectiva nueva y contemplaba Francia como un extranjero. Seguramente por eso volvió a escribir. Son los años en que ya habla con toda claridad contra los totalitarismos, sobre todo acerca del peligro de la argumentación que conduce a ellos. «En nuestros días, las gentes de todo el mundo rechazan inequívocamente la idea del gulag, pero sin embargo siguen dispuestas a dejarse cautivar por la poesía totalitaria e incluso marchar hacia nuevos gulags», advirtió. Y sus palabras no han perdido vigencia. Tampoco su diagnóstico del camino al abismo que a veces toman las sociedades. En su opinión, los totalitarismos se venden como el sueño de un paraíso de libertad, igualdad y armonía. Por eso atraen a tanta gente. Pero cuando «el sueño del paraíso comienza a convertirse en realidad» aparecen quienes tratan de interferir y entonces «los soberanos del paraíso deben construir al lado un pequeño gulag. Con el correr de los años, el gulag va haciéndose mayor y más perfecto mientras el paraíso contiguo es cada vez más pequeño y pobre». Lo escribió un autor de un pequeño país que en poco más de medio siglo experimentó «la democracia, el fascismo, la revolución, el terror estalinista y la desintegración de ese terror, la ocupación alemana y rusa, las deportaciones en masa y la muerte de Occidente en su propio territorio».
Todo eso era el trasfondo que lo había conducido a «no creer en nada, a ser un hombre sin creencias», como decía con frecuencia. A partir de ahí, su literatura gira en torno a la risa y el olvido. Lo mismo sus libros en checo que los escritos en francés ('La lentitud', 'La identidad', 'La ignorancia', 'La fiesta de la insignificancia') sitúan a los personajes ante el exilio, la identidad, la 'levedad del ser', la maldad y el absurdo del totalitarismo y del fanatismo.
Galardonado con casi todos los grandes premios literarios internacionales (Médicis, Kafka, Jerusalén, Cino del Duca...), fue durante muchos años un muy serio aspirante al Nobel. Su militancia comunista primero y su feroz crítica del sistema más tarde le ocasionaron algunos rechazos. No le importó. Desde hace no menos de veinte años vivía alejado del mundo literario, sin aparecer en público ni conceder entrevistas. Sus amigos dicen que contemplaba la situación de Europa con preocupación. Hace más de treinta años ya había recordado, casi con carácter premonitorio, que «en las últimas cinco décadas, cuarenta millones de ucranianos han ido desapareciendo del mundo sin que el mundo hiciera el menor caso».
En sus libros, fue capaz de extraer una sonrisa incluso del infierno totalitario. «He vivido aterrorizado por la idea de un mundo que está perdiendo su sentido del humor», dijo. Milan Kundera, el escritor insobornable.
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