i. urrutia cabrera
Miércoles, 2 de marzo 2022, 01:13
A Valery Gergiev (Moscú, 1953) se le conoce como el zar de la batuta y nunca ha escondido su afinidad con Putin. Anteriormente tuvo el apoyo de Gorbachov y Yeltsin, que lo nombraron director artístico y general del Teatro Mariisnky de San Petersburgo (antiguo Kirov), ... pero su valedor más entusiasta y generoso ha sido siempre el actual primer ministro de Rusia. Ya desde 1991, cuando era regidor de San Petersburgo, Putin tenía claro que deseaba convertir el Mariinsky, que tiene la sede en su ciudad natal, en el mayor proyecto de ópera, música y ballet del mundo. Una vez en el Kremlin, no dudó en movilizar todos los medios económicos y humanos para conseguirlo, con Gergiev a la cabeza y un equipo de más de 2.000 personas, entre músicos, bailarines y personal técnico.
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Un éxito que en estos momentos no vale de nada. En Occidente se le están cerrando las puertas, una tras otra. Parece mentira que hace menos de una semana los teatros más prestigiosos todavía se pelearan por fichar a Gergiev y sus huestes. En España, sin ir más lejos, donde debutó de la mano de Plácido Domingo en el Festival de Santander hace 22 años con 'Otello', era un habitual de la Quincena Donostiarra y allá por 1999 estrenó el Euskalduna como coliseo lírico con 'Khovanshchina', de Músorgski. Se trajo en esa ocasión a lo más granado del Teatro Mariinski de San Petersburgo. Más de 300 personas entre la escena y el foso, se aplicaron a fondo en las tres funciones. El montaje costó 140 millones de pesetas y Gergiev quedó bastante satisfecho. Siempre le ha gustado dejar huella.
En España tuvo ocasión de trabar amistad con el rey Don Juan Carlos y en Alemania se codeaba con Angela Merkel que le hablaba en ruso y, como hija de teólogo, entendía sus inquietudes religiosas y su debilidad por la pompa de la Iglesia ortodoxa. El poder le fascina en todos los ámbitos de la vida. Hijo de militar -que falleció a los 49 años por las secuelas de las heridas en la Segunda Guerra Mundial-, no puede evitar el gusto por los modos y formas marciales.
Los músicos del Mariinsky se ponen en pie como un solo hombre (y mujer) cada vez que le ven salir a escena. Se dirige a ellos sin batuta y les arenga con la mirada para que toquen como si la vida les fuera en ello. A veces consigue que Mahler suene como Wagner. Todo un fenómeno.
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