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E. C.
Miércoles, 30 de septiembre 2020, 00:44
De los pies a la cabeza, ninguna parte de su cuerpo está libre de tinta, ni siquiera el blanco de los ojos o la lengua. Sylvain Hélaine, de 35 años, habitante de la región de París, lleva doce años como maestro y ha sabido compaginar ... su pasión por los tatuajes con su vocación de maestro de infantil y primaria, aunque no sin levantar revuelo. «Llevo unas 460 horas de tatuaje, 57.000 euros», cuenta Sylvain, conocido como Freaky Hoody en las redes sociales. Está considerado como el hombre más tatuado de Francia. Motivos florales de colores en el cráneo, cabeza de demonio en la espalda y sus ojos rellenos con tinta negra: el ídolo de las convenciones de tatuajes comenzó a cubrir su cuerpo en 2012. «Acabaré todo negro a los 80 años», avanza.
Sus pupilas y sus iris apenas destacan sobre el 'blanco' de sus ojos, ahora negro azabache. Para poder realizarse este tatuaje ocular tuvo que viajar a Suiza, pues esta técnica está prohibida en Francia. «Es una tortura, te mantienen el ojo totalmente abierto, sientes cómo la aguja te perfora», describe.
Su cuerpo le abre puertas: «Agencias de modelos me contrataron para películas y series», afirma. Una cosa le llevó a otra, y anima y desfila en convenciones de tatuajes y algunas discotecas le llaman para bailar.
Pero Sylvain Hélaine es igualmente maestro de escuela, y enseña a niños de entre 6 y 11 años, la edad de todas las curiosidades pero también de todos los miedos. «Siempre provoco un momento de estupefacción en los niños y los padres. Pero cuando me presento y ven que soy un profesor como los demás, todo va bien», explica Hélaine, que asegura que ama su profesión.
Y sin embargo, no puede enseñar a los más pequeños, en preescolar, tras las protestas de algunos padres. Él, sin embargo, estima en cambio que su particularidad hace su fuerza: «Los niños que me ven, aprenden la tolerancia y el respeto por los demás. Cuando sean adultos, puede haber más posibilidades de que no sean racistas, homófobos, que no vean a los discapacitados como animales de feria», analiza.
«No hay que juzgarle debido a su apariencia», asegura Gayané, alumna de la escuela Paul Langevin de Palaiseau, en la región parisina. «Son sólo sus ojos los que dan miedo, pero es muy amable y buen profesor», dice. «Reaccionan sobre todo los padres, porque hoy se enseña a los jóvenes a respetar todas las apariencias», explica Loic, uno de sus exalumnos.
Pero algunos padres -«de niños que no tengo en clase», precisa Sylvain- no son tan indulgentes con su presencia en la escuela. «Hace diez años, se negaba la entrada de los alumnos que llegaban al colegio con el pelo azul...», recuerda una madre. «Hay que ser tolerante. Lo que haga con su vida privada no nos incumbe», replica otra madre, en este caso de uno de sus alumnos.
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