Dos horas 40 minutos duró el martes la función del estreno europeo, contando el descanso. Se evidenciaron descoordinaciones técnicas (por ejemplo al pinchar las imágenes del culebrón, o con los subtítulos en inglés y castellano) y deficiencias de sonido (con los micrófonos de los actores o al final, en los momentos cumbres, cuando no se oyó nada aunque el respetable paciente y educado no protestó) que seguro se resuelven para las sesiones que quedan hasta el viernes. No en vano, el martes este espectáculo de entretenimiento sonó mejor en la segunda parte, la más espiritual, que en la primera, la mundana.
Permitiéndose algunas licencias artísticas y estéticas; y beneficiado por la nutrida presencia de actores, coros, bailarines, músicos (la sinfónica sonó muy televisiva, con mucha batería) e incluso por la insólita intervención de animales sobre el escenario (tres veces salen caballos, una un zorro), 'Franciscus' es un popurrí estilístico que trata de abarcar todo género posible (del videojuego de guerra al ballet, del folk al teatro declamado, de la ópera a la serie de televisión, de la música sacra –los pasajes más ovacionados– al musical pop o de Walt Disney) para lanzar un mensaje proselitista católico.
Un show blanco para todos los públicos, cuya intención de fondo se acentúa más en la parte enlatada, televisiva, que en la real, la actuada, la narrativa, en la que se disfrutan los momentos culmen: el prólogo instrumental con la orquesta emergiendo del foso, varios números de masas de colorido vestuario en la taberna o en las calles medievales, el protagonismo del gran órgano del Euskalduna y el par de cantos religiosos de la segunda parte de esta evocación a Francisco de Asís o puesta al día del 'loquillo del Cielo', como le llamó Jacinto Benavente, dato que se evoca al principio de la representación mediante técnica documental. Ahí nos enteramos también que incluso Lenin admiraba a San Francisco.