Con su primera novela, 'Amaren eskuak', la escritora alavesa Karmele Jaio conquistó a muchísimos lectores. Y no es solo cosa del pasado, lo sigue haciendo doce años después: antes del verano le dijeron que iba por la edición número 25. En 2008 ella misma la ... tradujo al castellano. Se hizo una película. Tuvo una traducción al alemán... Y ahora el libro está ya disponible en inglés. 'Her Mother's Hands', editada por la galesa Parthian en su colección de nuevas voces de autoras europeas, ha llevado a Jaio a una presentación en el Festival del Libro de Edimburgo este verano, y ahora a hablar de nuevo sobre una novela que sigue muy viva porque se centra en el cuidado, una palabra que en los últimos tiempos ha saltado incluso, por fin, a la agenda política. La escritora trabaja, además, en Emakunde.
- Hace unos meses usted le decía a este periódico que el reto de los autores euskaldunes seguía siendo la traducción.
- Tenemos que ser conscientes de que tenemos un público reducido, o muy concreto, y que para llegar a más gente la traducción es el puente, la herramienta. No hablo solo del español, sino en general. El nivel de la literatura vasca ahora mismo es el de cualquier literatura europea, muy bueno, es exportable. Y se está exportando. Antes eran unos pocos autores, cada vez son más los que son traducidos a otras lenguas.
- Este verano 'Amaren eskuak' se ha publicado en inglés. ¿Sigue siendo 'la gran lengua'?
- Sin duda. Yo ya tenía traducida esta novela al alemán y la segunda, 'Musika airean', al ruso, pero en cualquier feria del sector, cuando se te acerca un editor de otro país, te dice «bueno, cuando tengas esto en inglés, nos lo pasas». Es un trampolín importante para llegar a otras lenguas, desde las que habla mucha gente hasta las consideradas pequeñas.
- ¿Y cómo es eso de que doce años después la novela reviva en inglés?
- Es un libro que ha tenido muchas vidas. Para nada imaginé cuando lo escribí, como primera novela, que tuviese tan buena acogida entre el público en euskera, que se tradujera al español... Cada vez ha sido un pequeño renacer. ¡Sigue vivo!
- ¿Porque trata temas que están aún más de actualidad una década después?
- Trata el día a día de las personas, el momento general que vivimos, que hace que no podamos cuidar de nuestras madres, de nuestros hijos, porque no tenemos tiempo... Habla de una manera de vivir en la que, en cuanto pasa algo que no está previsto, se nos cae todo eso que parecía que teníamos tan controlado. Y es muy actual, creo, en el sentido del cuidado: cada vez se escuchan más voces, y menos mal, sobre la necesidad de poner el cuidado en el centro, las personas en el centro -el cuidado de las otras personas, de una misma-. Habla de vivir una vida que merezca la pena cuidándonos realmente. Ese es un reto pendiente todavía.
- ¿Imposible conciliar aún?
- Este es un proceso que lleva empujando y empujando mucho tiempo. Cada vez es más visible y llega más a las agendas políticas y de las empresas, cada vez más ámbitos se están viendo cuestionados en su funcionamiento y organización. Eso tiene que explotar. No puede ser que quienes lleven el peso de todo el cuidado sean las mujeres. Es una mochila que nos impide, entre otras cosas, promocionarnos en el trabajo y que afecta a la salud. Y encima con la culpa, porque hemos sido socializadas en que eso es lo nuestro y si no lo hacemos, nos sentimos mal. Y si lo hacemos, morimos en el intento.
- ¿Hasta qué punto es importante el cuidado?
- Sostiene todo lo demás. Si no están esas manos, todo lo demás que queremos construir se viene abajo. Pero está invisibilizado, es como si no existiera, no se mide, y hay que sacarlo y hay que repartirlo.
- En esta década, ¿ha cambiado algo?
- Hay muchos hombres cada vez más implicados, y existe otro modelo de masculinidad, sin duda, pero anda que todavía no queda... Todo es consecuencia de cómo hemos sido socializados. A mí me han enseñado que el cuidado es mi responsabilidad y al hombre que la suya es proveer, traer el alimento. Eso está ahí, dentro, dentro. Se sabe que no es así, pero hay que estar todo el rato empujando porque si no, retrocedes. Es un trabajazo. Y hay que ser consciente de que transmitimos con lo que hacemos. A mí me preguntan a veces, como soy escritora, cómo creo que pueden fomentar la lectura en los hijos. ¿Tú lees en casa? No. Pues ya está. Que te vean. Las actitudes son más que las palabras, las palabras se las lleva el viento.
- De todo eso habla 'Amaren eskuak', así que volvamos a su nueva vida. ¿Se ha vuelto a leer?
- En inglés, a ver cómo suena. Lo que pasa es que cuando llevas mucho tiempo sin leer lo que escribiste, te da la sensación de que es de otra persona. Siempre ocurre con los libros, que no se terminan nunca.
- ¿Eso es peligroso?
- Para la fidelidad de la obra original, sí, pero yo me tomé la licencia de cambiar algunas cosas cuando traduje 'Amaren eskuak' al español y no me arrepiento.
- ¿Que hace a una literatura, como usted ha dicho antes, exportable?
- Que sea buena. Lo que escribe Harkaitz Cano, lo que escribe Eider Rodriguez, está a un nivel muy bueno, es como para estar orgullosos.
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