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El Festival Internacional del Libro de Edimburgo goza de una pujanza envidiable en su 36ª edición. Inaugurado el pasado sábado, tiene previsto acoger más de ... 800 eventos, con la participación de 900 autores de 60 países. Una locura que dura tres semanas y cuenta con una organización infalible. «Es la sexta vez que vengo y me sigue admirando», elogia Bernardo Atxaga. Es uno de los siete autores vascos que participan. Iban Zaldua abrió brecha y mañana Eider Rodríguez se encargará de poner el broche. Todos ellos son protagonistas de la sección 'Indigenous Voices' (Voces indígenas), con el apoyo del Instituto Vasco Etxepare. Las entradas para asistir tanto a las lecturas -algunas con acompañamiento musical- como a las mesas redondas o talleres cuestan de 6 a 35 libras. Demanda no falta. El euskera llama la atención.
Iban Zaldua
Ha debutado a lo grande en Edimburgo, ante un aforo lleno hasta la bandera. El sábado participó en una mesa redonda con el escritor escocés James Robertson. Era la jornada inaugural del festival. ¿Había miedo escénico? Sí, un poco. «Más que nada porque James y yo no nos conocíamos. Pero enseguida congeniamos. Estoy contento. Ha sido la culminación de un proyecto que empezó en febrero. Hemos intercambiado una serie de cartas-ensayo que, al final, forman parte de un libro. ¿Temáticas? Hombre, algo variado. Identidad y lengua; literatura y Europa», enumera Iban Zaldua (San Sebastián, 1966) en conversación telefónica desde la cabina de un tren que recorre Escocia, de norte a sur. Es un hombre inquieto, que empezó escribiendo en castellano, se pasó al euskera y ahora lo mismo publica relatos que novelas, ensayos, literatura infantil o el guion de un cómic.
Son las nueve de la mañana y el traqueteo del tren lo tiene muy espabilado. No quiere desaprovechar la oportunidad de conocer New Lanark. Como buen profesor de Historia Económica, le interesa ver con sus propios ojos «el pueblo donde Robert Owen aplicó el socialismo utópico a principios del siglo XIX». Una doctrina que no predicaba la lucha de clases sino la fraternidad. Más allá de la eficacia de sus postulados, sentó las bases del movimiento cooperativista británico. Es decir, mucho antes de que Arizmendiarrieta hiciera lo propio en Mondragón, ya había fábricas en Escocia en las que se cultivaba 'un nuevo orden moral y económico'. Las ideas siempre han fluido por el Viejo Continente como Pedro por su casa. Con más o menos dificultades según la coyuntura política.
- En la mesa redonda, ¿James Robertson y usted hablaron del Brexit?
- Claro, claro. Coincidimos en que se trata de una apuesta por el pasado imperial. Y también una reivindicación del monolingüismo.
- Por cierto, llama la atención la vitalidad del escocés. No se estudia en las escuelas, pero lo habla todo el mundo.
- Efectivamente. En Reino Unido es la lengua más hablada después del inglés.
Bernardo Atxaga
Bernardo Atxaga (Asteasu, 1951) tiene una relación estrecha con Escocia. No solo porque le gusten los 'scones' (panecillos típicos) y sepa que 'bonnie' significa 'bonito' en la lengua vernácula. Eso está al alcance de cualquiera. En el caso del escritor guipuzcoano, los vínculos han echado raíces muy profundas en su memoria. Le retrotraen al origen de todo. Del nuevo Atxaga que nació con el éxito de 'Obabakoak'. «Sí, sí, lo terminé en Escocia. Allí vivía yo porque mi mujer, Asun Garikano, estaba como lectora en la Universidad de St. Andrews. Puse el punto final del libro una mañana de junio de finales de los 80. Me acuerdo como si fuera hoy. Amanecía muy pronto. Serían las tres de la mañana...», evocaba desde su casa de Zalduendo, en Álava, antes de marchar a Edimburgo.
Esta tarde compartirá protagonismo con Margaret Jull Costa, traductora de sus obras del castellano al inglés. «Es una profesional de gran prestigio», recalca el autor en euskera más leído en el mundo. Incluso en Etiopía hay libros de Atxaga. Eso sí, no le obsesiona la difusión de sus textos en otros idiomas, más allá del castellano. «Hay que ser realista. En el mercado anglosajón, el catálogo de traducciones no supera el 2% del total. Una parte ínfima. Eso explica que entre el público haya gente que no sabe quién es... Mario Vargas Llosa. ¡Verídico!».
La vorágine del festival de la capital escocesa siempre le ha inspirado. Es el escritor vasco que mejor lo conoce. Desde 1992 ha participado en cinco ediciones y, a estas alturas, solo le queda hacer sus pinitos con la gaita. Al tiempo. Es profundamente observador. «Detesto la publicidad pero me gusta el trato con la gente. Aquí he conocido a personas maravillosas, como Jan Fairley, que fue directora del certamen entre 1995 y 1997». Musicóloga, periodista y bilingüe -hablaba castellano a la perfección-, era una mujer que tenía como mantra la canción 'Gracias a la vida'. «Se la echa de menos. Falleció hace unos años. Me acuerdo mucho de ella».
Eider Rodriguez
Es la primera vez que vuela a Edimburgo. Acaba de estar en México por razones familiares y ahora le toca poner el broche a la participación de los autores vascos en el festival. Un colofón ajetreado: llega hoy, mañana interviene por partida doble (con una lectura y un taller de traducción) y se marcha el lunes. Visto y no visto. Pese a todo, le sacará provecho al máximo: «Esa es la actitud. Me hace ilusión pero voy sin ideas preconcebidas. De entrada, pienso que este tipo de eventos son positivos. Por lo que tienen de acercamiento a los lectores y, de paso, también de inyección de autoestima para todos nosotros», reflexiona Eider Rodriguez (Rentería, 1977), ganadora el año pasado del premio Euskadi de Literatura, en la categoría en euskera, por 'Bihotz handiegia'. Es una antología de cuentos, que también se ha publicado recientemente en castellano con el título de 'Un corazón demasiado grande'.
Vive un momento creativo muy dulce. Está motivada. Aun así, reconoce que despegar los ojos del ordenador, salir del estudio, coger un avión y acabar en un escenario, delante de un micrófono, «es un cambio que te reafirma en la convicción de que la literatura no es algo tan decadente». No viene mal salir del ensimismamiento y socializar un poco. No le importaría que le sucediera algo parecido a lo que vivió en un festival de Zagreb. «En aquella ocasión, conocí a una polaca que sabía euskera. Puede parecer sorprendente, pero... ¿por qué no? Charlamos animadamente. La cultura también es eso».
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