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Los cantantes de ópera tienen el aparato respiratorio de un atleta. Los hay que logran mantener (como hacían Gayarre y Caballé sin pestañear) una nota más de 25 segundos. «Pero si te pilla el coronavirus y pasas por la UCI, puedes llegar a perder el ... 20% de la capacidad pulmonar. En definitiva, destroza tu instrumento de trabajo», advierte el barítono Luis Cansino (Madrid, 1967), promotor del Sindicato de Artistas Líricos de España. Una agrupación que nació el 25 de marzo para hacer frente al impacto de la pandemia en la lírica. El Covid-19 les acosa por muchos frentes.
«No hacemos política ni sindicalismo de trinchera. Solo queremos representar al gremio y actuar como un interlocutor válido ante las instituciones». Sobre todo ahora, con el debate más abierto que nunca. En el plan de desescalada propuesto el martes por el Gobierno central, se prevé que los teatros puedan abrir con un tercio del aforo. Una estrategia que, en principio, ya rechazaron hace semanas los principales teatros y salas de conciertos porque «es inviable económicamente y estigmatiza la actividad». Pero Luis Cansino tiene otra opinión: «Lo fundamental es abrir las salas, aunque sea con menos público. Todos debemos hacer un esfuerzo. Hay que volver a trabajar, cumpliendo con las medidas de prevención».
La soprano Isabel Rey (Valencia, 1966), que también forma parte del sindicato, se muestra más cauta. A su juicio, hay que sopesar todos los puntos de vista. Casada con Ulises Jaén, director artístico de la Ópera de Las Palmas, conoce de primera mano los encajes de bolillos que hacen los gerentes y programadores para sacar adelante una temporada. «La taquilla para muchos teatros es fundamental. Abrir un auditorio cuesta mucho dinero», recalca la cantante, que no disimula su admiración por los valientes (como sucede en Bilbao) que no tienen ni sala ni orquesta propias pero, aun así, se lían la manta a la cabeza para sacar adelante un puñado de títulos de ópera.
«De esta crisis podemos salir reforzados, se pondrá en valor el talento de verdad y el público responderá»
«La taquilla para muchos teatros es fundamental. No podemos cantar para poquísima gente. Es inviable»
Aunque no lo admitan públicamente, la mayoría de mánagers y agencias dan por perdida la temporada hasta diciembre. Se cierran contratos por inercia pero no hay ninguna certeza. «Vivimos en el limbo. O en el infierno. Las cancelaciones nos mandan a casa sin un euro. Una cosa está clarísima: no podemos estar paralizados hasta que se descubra una vacuna. Un año con esta angustia es impensable...», murmura Luis Cansino.
No todos son Jonas Kaufmann, que cobró hace un par de años 50.000 euros por cada función de 'Andrea Chénier' en Barcelona y se embolsó 150.000 en una semana. Para el común de los mortales, los cachés no superan los 10.000 euros. Y hay «miles y miles de cantantes», recalca el promotor del Sindicato de Artistas Líricos, que no ganan más de 800 euros al mes. Por si fuera poco, en España los viajes, alojamiento y manutención corren siempre del bolsillo del artista. Y las semanas de ensayos (sean tres u ocho) no se cobran.
La intermitencia laboral -nadie trabaja más de dos meses seguidos-, la diversidad de contratos y la condición de 'freelancer' han dejado en la más absoluta intemperie a los profesionales modestos. No tienen cabida en un ERTE, no pueden solicitar un subsidio de desempleo y tampoco pueden postular a la mayoría de ayudas que ofrece la Administración. El Gobierno central tiene previsto aprobar el próximo martes un paquete de medidas urgentes para reflotar el sector de la cultura. Un balón de oxígeno que puede venir bien. A medio y largo plazo, no obstante, todo está en el aire. La ópera es una manifestación artística muy alejada de las mascarillas, los guantes y el gel desinfectante. En ella, no hay distancias que valgan.
Cientos de trabajadores arriman el hombro para poner en marcha una función. Un maremágnum de cantantes, bailarines, figurantes, instrumentistas, técnicos, regidores, tramoyistas, maquilladores, peluqueros... que se afanan en el foso, sobre el escenario, entre bastidores y en los camerinos. Es un ambiente cargado de intimidad y confianza. Todos sudan a chorros, pero los cantantes más que nadie. Y no solo eso. Los grandes de la lírica, como apunta Isabel Rey, «sueltan mucha saliva y hasta babean porque tienen una técnica fantástica y cantan muy relajados».
«Lo fundamental es abrir las salas aunque sea con aforo reducido. Hay que volver a trabajar, cumpliendo con todas las medidas»
«Los jóvenes vamos a tenerlo difícil a partir de ahora. Pero yo no tiro la toalla, al contrario. Me da coraje y me motiva más»
Más allá de las medidas de protección que vayan a imponer las autoridades sanitarias, también habrá cambios por la debacle económica. Será necesario apretarse el cinturón y el 'business' de la ópera se replegará. «La globalización, también en la lírica, pasará al baúl de los recuerdos», advierten los mánagers. Se apostará por el talento nacional (que lo hay y mucho) y los cachés bajarán. Las producciones serán más austeras y se estrenarán menos montajes. «Sin olvidar -recalcan- el miedo que se nos habrá quedado en el cuerpo, máxime entre la gente de cierta edad, que es la que más va a la ópera, al menos en España».
Suceda lo que suceda, el tenor Celso Albelo (Canarias, 1976), también afiliado al Sindicato de Artistas Líricos, no quiere perder el norte. «Lo más importante, ahora y siempre, es defender la calidad. Hay que seguir peleando». Confinado en su casa de Roma, procura mantener el ánimo y, sobre todo, disfruta de la compañía de su mujer y de sus dos hijos. Nunca se había dado un respiro tan largo, siempre de aeropuerto en aeropuerto, enfrascado en las partituras mientras vuela a Moscú, Tokio, Montpellier, Bérgamo... Ahora se ha quedado con las ganas de poner el broche de oro en la temporada de la ABAO con 'Anna Bolena'. No obstante, confía en venir a Bilbao con ese mismo título. Ya se ha comprometido con los responsables de la entidad vasca y mira hacia el futuro con relativo optimismo. «De esta crisis podemos salir reforzados. Se pondrá en valor el talento de verdad y no habrá impostores. ¿Qué quiero decir? Pues que en tiempos de bonanza se admiten muchas tonterías...».
Lo cierto es que vienen tiempos muy duros para las nuevas generaciones. Incluso en países tan sensibles para las artes como Alemania, donde la mezzo Carmen Artaza (San Sebastián, 1995) está terminando la carrera de canto en Frankfurt. «Los teatros van a ser conservadores y les costará apostar por nosotros», intuye la joven desde Múnich, donde se ha recluido en casa de su pareja. Ambos se dedican a la música y derrochan ilusión. El pasado verano, la artista donostiarra tuvo la oportunidad de empaparse del ambiente del Festival de Salzburgo, como parte del elenco en una ópera infantil que se representó en la Grosse Aula de la Universidad, y dentro de unos meses pensaba hacer realidad otro sueño. Iba a debutar en la Quincena Donostiarra como Olalla, en 'Amaya', de Guridi, arropada por la Orquesta Sinfónica de Bilbao.
- ¿Cree que el Covid-19 le ha cortado las alas?
- Noooo. Solo me retrasará la carrera uno o dos años. Eso me da coraje y me motiva todavía más.
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