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Cuando era muy joven, con 20 años, Luis García Montero conoció en Granada a Blas de Otero, que había acudido al primer homenaje realizado en democracia a Federico García Lorca, poeta al que Blas había conocido de adolescente cuando vino a Bilbao... Uy, qué lío. ... O no. Es una cadena de poetas, poemas, lecturas y libros, que habla de cómo se unen pasado, presente y futuro a través de la literatura, de la transmisión cultural. Ayer, se cerraba un círculo cuando García Montero venía a Bilbao a recoger el Premio Pluma de Plata a la trayectoria, que le entregaban como acto previo a la inauguración de la 49ª Feria del Libro de Bilbao. El poeta y director del Instituto Cervantes, conocido por su compromiso político, presentaba de paso su último libro, 'Las palabras rotas' (Alfaguara).
- Ya le había dado vueltas a la degradación de los valores en 'Las inquietudes bárbaras'.
- Entonces planteaba cómo los valores democráticos estaban quedándose en los márgenes de la sociedad e incluso parecían bárbaros los que los defendían frente a la normalización de la intolerancia, de la falta del respeto al otro, de la avaricia del egoísmo neoliberal. Y este libro tiene mucho que ver porque planteo la idea de que la degradación de la democracia empieza con la degradación del lenguaje. Por qué hoy están en el cubo de la basura de las conversaciones cotidianas palabras como política, verdad, bondad, identidad, lectura.
- No hace tanto hablábamos del poco valor que le damos a las palabras. ¿Ahora están, directamente, rotas?
- El otro día había quedado con una alumna en Granada y dudé si iba a acudir o no hasta el último momento porque ahora, con el WhatsApp, el tiempo se ha fragilizado muchísimo. Antes se quedaba para el día siguiente y, como no había comunicación directa, se estaba comprometido a ir. Ahora no. La palabra ha perdido peso por eso, pero también porque está sirviendo para mentir -a esta época se la ha llamado la de la posverdad, que es como la mentira de siempre pero multiplicada por el poder de las redes sociales- y el vocabulario democrático se está desprestigiando enormemente. La gente identifica política con escándalo, con sectarismo, con corrupción, con promesas incumplidas. Y la política, se olvida, es la gran manera de una sociedad para defender los conflictos de manera pacífica.
- ¿Sigue creyendo en las palabras?
- La palabra es el mayor patrimonio público que tiene una comunidad. El idioma, la lengua, consolida la comunidad. La lengua tiene un doble valor que hay que respetar: en las relaciones con la intimidad de la materna, nos relacionamos con el mundo a través de las palabras con las que hemos aprendido a decir madre, tengo frío o te quiero. Y porque, tras un proceso de estandarización, es la que asegura la comunicación entre mucha gente. El español, mi idioma, es hoy hablado por 600 millones y qué riqueza es tener una lengua así. De lo íntimo a la comunidad, eso es una gran lección democrática, que nos dice que solo se puede convivir a través del respeto. Nadie puede considerarse ni dueño ni capital ni centro de ese idioma.
- ¿También respeto hacia las otras lenguas que conviven con el español?
- Hay que considerar una riqueza enorme que en España haya cuatro lenguas oficiales de mucho peso y de mucha tradición literaria. El Instituto Cervantes tiene como norma divulgar las culturas de todas las nacionalidades que se integran en el Estado. Es un disparate llevar las faltas de respeto al territorio de la lengua materna, es una ofensa muy íntima, de una intolerancia absoluta.
- ¿La poesía siempre es política?
- Habla de nuestra relación con el mundo, de la relación de una individualidad y una conciencia con una realidad, y en ese sentido sí me parece que la dimensión política es indiscutible en gente que no nace aislada ni vive sola, sino con un idioma compartido con mucha gente y en una sociedad compartida con mucha gente. Si la poesía indaga sobre nuestra identidad y sentimientos, esa dimensión histórica y política es fundamental. La historia de la poesía es la historia de la meditación sobre el sentido que le damos al decir «soy yo». Una de las grandes lecciones de la poesía es darle sentido público a las emociones privadas.
- Volviendo a las palabras rotas, ¿tienen arreglo?
- Uno de los santos laicos que van conmigo es Albert Camus, el escritor francés, y él dijo, como periodista, que era importante no creerse en posesión de la verdad y comprometerse a no mentir. Eso es fundamental en el periodismo digno en el mundo de las falsas noticias, y es un buen eje de reflexión cultural. Defender la verdad no como creerte en posesión de ella, que nos conduce al basurero, sino como comprometerte con tu propia conciencia y tratar al otro con respeto y honestidad, ese es un camino.
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