Unai Elorriaga (Getxo, 1973) publica con diez años de demora la versión en castellano de 'Iazko hezurrak', rebautizada como 'Mapas y perros'. Cita a este periódico en Telletxe, punto de partida de la novela, una obra atípica que aborda la violencia y los conflictos en todo su ser y geografía, desde Algorta hasta Ruanda. La traducción la acometió él mismo, pero la publicación estuvo aparcada hasta que la escritora gallega afincada en Madrid Alba Carballal le preguntó por ella para sacarla al mercado como primer título de su flamante editorial, Plasson e Bartleboom.
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– Este libro ha tardado diez años en publicarse en castellano.
– Fue mayormente porque la que era mi editorial, Alfaguara, fue absorbida por una compañía enorme, Random House, y cambió toda la estructura y criterios de edición, por lo que no les encajaba este libro. Y eso que había sido finalista del Premio Nacional y del Premio Euskadi. Yo ya estaba con el siguiente libro y lo dejé pasar, hasta que hace dos años me escribió Alba Carballal y me dijo que se había enterado de que había un libro mío sin publicar en castellano y si se lo podía mandar. Yo lo había traducido para el Premio Nacional, así que se lo mandé y me respondió que quería que fuera el primer libro de su nueva editorial.
– Llama la atención el cambio tan radical de título en la traducción.
– 'Iazko hezurrak' venía de un refrán antiguo en euskera que ya no se utiliza y que venía a decir que los burros muertos el año pasado hieden hoy. Aunque cuando los mataron no pasó nada, el olor a podredumbre sigue hoy. Pero al pasarlo al castellano, la palabra 'iaz', en castellano son tres ('el año pasado'), por lo que me parecía demasiado largo. Me descolocaba y no funcionaba, así que busqué otros títulos hasta quedarme con 'Mapas y perros'.
– ¿Hay algo autobiográfico en la obsesión de la protagonista de la novela por los hechos violentos?
– Al final en un momento dado te das cuenta de que toda nuestra vida, y seguramente la de todo el mundo, ha estado rodeada de violencia, aunque tú no hayas sido protagonista o no hayas participado de ella. Me di cuenta de que aunque he tenido una vida tranquila y no me he metido con nadie, ni nadie conmigo, sí que he estado rodeado de hechos violentos y eso conforma tu personalidad. La violencia está presente en todo el mundo, en cada segundo, es algo esencial. Y siempre necesito escribir sobre lo que es esencial para mí y para los que me rodean.
– Diez años más tarde de la publicación original, esta traducción llega en plena escalada violenta en Oriente Medio.
– Siempre hay alguna escalada, siempre. Y después hay conflictos con perfiles más bajos que no están presentes en las noticias. ¿Qué está pasando en África? Yo recordaba Ruanda, que me impactó mucho en su momento porque tenía diez y pico años y se me quedó grabado. Pero luego miré qué conflictos seguía habiendo en África y ahí estaban Somalia, Etiopía, el Congo… Y esas guerras no nos llegan, aunque todos los días mueran personas y niños. Trasladar eso era la ambición de esta novela.
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– El libro recoge numerosas violencias y guerras del siglo pasado. El trabajo de documentación tuvo que ser exhaustivo.
– Sí. No es que fuera mi obsesión recapitular toda la violencia del mundo, porque sé que se me iba a escapar el 90%, pero lo que sí quería hacer era mencionar una tras otra las violencias y ponerles un ritmo hipnótico, ese ritmo que te produce acostumbrarte a una cosa a la que es imposible acostumbrarse. Muchas veces lo que hago es quitar los verbos para que solo aparezca el hecho en sí. Mi escritura suele ser bastante cálida, entonces lo que hice es bajar 15 grados la temperatura, pero a la vez no dejo que el lector se acostumbre del todo a la violencia. Hablo de la muerte de soldados en Ruanda, pero de repente añado el caso de un hospital de maternidad en el que cogían a los niños y los golpeaban contra la pared. Entonces el lector dice: 'buf, eso ya no'. Le impacta tanto que le crea angustia.
– En el mapa cercano, la geografía de Algorta está muy presente en la novela.
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– La violencia, desgraciadamente, también es algo nuestro y ha quedado en el imaginario de muchos. Ahí introduzco la figura de Eustakio Mendizabal 'Txikia', jefe militar de ETA al que la Guardia Civil mató en Algorta en el 73. Yo vivía entonces a escasos diez metros. Es algo que quedó grabado en el pueblo y cada uno tiene su teoría de lo que pasó y de por dónde intentó escapar.
– Son además acontecimientos todavía muy recientes...
– Claro. Por ejemplo, cuando estaba escribiendo el libro jugué un partido de rugby de veteranos y uno del equipo que era mayor que yo me contó que él presenció la huida de 'Txikia' mientras jugaba de niño a las canicas en Telletxe y vio a los policías que le perseguían. Son curiosidades que te rodean y crean ese imaginario. Y en Algorta hay más personas a quienes mataron, como el juez José María Lidón (asesinado por ETA en 2001). Me pasó algo parecido, resulta que escribí sobre ello en el libro y años más tarde, cuando me mudé, me enteré de que a Lidón lo mataron en la misma casa donde vivo ahora. ¡Fue en el mismo garaje donde ahora yo guardo el coche!
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– En 'Mapas y perros' hay poco espacio para el optimismo. ¿Puede el caso de Euskadi con el fin de la violencia ser una puerta para la esperanza?
– El libro está contado, como ya he dicho, de una forma muy fría, pero es evidente que lo que traslada es que la violencia no lleva a ningún lado. Ni una, ni otra, ni la violencia inicial, ni la respuesta a la violencia. Al final, todo se convierte en una espiral que no lleva a ningún lado. Yo creo que aquí nos hemos dado cuenta, gracias a Dios, y ya vamos por otros derroteros. Esperemos que siga muchos años así y esperemos que en otros lugares se den cuenta de que la violencia no es la respuesta, de que se tiene que responder de otras maneras. La violencia solo lleva a más, a más, a más, a más. ¿Y para qué? Para que no avance nadie, ni los de un lado, ni los del otro, ni siquiera los que ganan. Has ganado una guerra, sí, ¿pero toda la gente que ha muerto? ¿Dónde están? Lo que traslada el libro al final es que hay que explorar otras maneras de mirar al futuro.
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