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En su escritorio tenía imágenes de los hermanos Marx y de El Gordo y el Flaco. Así era Ramiro Pinilla (1923-2014), agradecido y leal a sus principios. «Pocas cosas mejor que hacer reír», aseguraba un hombre parco en palabras y abundante en hechos. De ... niño soñaba con ser futbolista pero era frágil y después tampoco le fue mucho mejor como maquinista naval en unas bodegas que llevaban al límite su resistencia física. Luego entró a trabajar como administrativo en una fábrica de gas y por las tardes escribía relatos en el dorso de una colección de cromos. «En aquella época solamente por las noches, robando horas al sueño, podía dar forma a sus novelas...», cuenta con admiración y los ojos brillantes Juan Cerezo, director editorial de Tusquets, el sello que lo redescubrió a los 81 años, después de tres largas décadas alejado de los grandes círculos literarios.
Conferencia 9.30. Fernando Valls (UAB, 'Ramiro Pinilla, balance y presente').
Mesa IV: Los desastres de la guerra 10.30. Adrien Raoult (La Sorbona, 'Las memorias de la Guerra Civil en La higuera'), María Encarnación Pérez Abellán, (IES Melchor de Macanaz, Albacete, 'Ramiro Pinilla, escritor de la guerra'), Angèle Gonse (U. de Artois, 'Historia e identidad').
El Getxo de Ramiro Pinilla 12.15: proyección audiovisual. 12.45: 'El taller de Algorta'. 13.45: Clausura con Naiel Ibarrola. 16.00: Ruta literaria con Gustavo Iduriaga.
En 2004 y 2005 se publicaron los tres tomos de 'Verdes valles, colinas rojas' y no faltó quien al principio pensó que el autor debía ser el hijo de Ramiro Pinilla. «Hasta ese punto estaba desaparecido. No sabían que estuviera activo y menos con una obra de esa ambición y envergadura, con más de 2.000 páginas, que recrea un Getxo real e imaginado, que le da pie a crear y parodiar sus propios mitos». Es una cumbre literaria que arranca en 1889 y llega hasta los albores del terrorismo de ETA. Pinilla era muy consciente de su valor y por eso no cejó hasta publicarla en una editorial de renombre y confianza. Algo que consiguió gracias a la mediación y apoyo incondicional de Fernando Aramburu. Lo que no se imaginaba era la repercusión que tendría en galardones (Premio Euskadi, Nacional de Crítica y Nacional de Narrativa) y la vigencia de su mensaje cuando se cumplen 20 años de su publicación y una década del fallecimiento de su autor.
Los rayos de sol entran por un amplio ventanal de Muxikebarri mientras Cerezo hace memoria, sentado en una bancada, a pocos metros del auditorio que acoge el Congreso Internacional sobre la obra y figura de Ramiro Pinilla, con expertos de España, Francia, Portugal y Costa Rica. Es un encuentro que patrocina el Ayuntamiento de Getxo y ha contado con la dirección de Jimena Larroque, profesora de Civilización Española Contemporánea en la Universidad de Orleans y antigua alumna de Pinilla en el taller literario que durante más de 40 años dinamizó el escritor getxotarra. «Tenía carisma, pese a que era un hombre callado. Era muy, muy observador. ¡Terminaba sabiéndolo todo de ti!», recalca Cerezo, que participó ayer en el congreso junto a la escritora y pareja del escritor getxotarra, María Bengoa.
Pinilla pisó el Museo de Bellas Artes de Bilbao por primera vez en 2005, cuando ya tenía 82 años, y no es un dato que sorprenda al editor de Tusquets. «No sentía necesidad de verlo todo. Era un narrador y creador puro. Le aportaba más una buena conversación con un tipo desconocido que hacer una lista de todas las capitales o pinacotecas que debía conocer. Su materia prima era la naturaleza humana». Esa capacidad para adentrarse hasta lo más profundo de las motivaciones y deseos de hombres y mujeres le hacía ponerse enseguida del lado de los desheredados de la tierra. Le removía la injusticia y la crueldad, un acto reflejo que no le inculcaron los frailes de su colegio de Bilbao, sino Gary Cooper en 'Solo ante el peligro'. La voluntad férrea del héroe, con el tiempo que corre y la muerte que acecha, le marcó de por vida. «La tenacidad y el compromiso eran virtudes que valoraba mucho. En muchos de sus personajes te encuentras con esos rasgos».
Ese talante diamantino se trasluce en el amor obstinado y dulce de Roque Altube ('Verdes valles, colinas rojas'), en la entereza y dignidad de Souto Menaya ('Aquella edad inolvidable'), en la lucidez cervantina de Samuel Esparta (en su trilogía policiaca) y en el empeño de Sabas Jáuregui ('Las ciegas hormigas'). Como devoto de los tangos de Gardel, que tatareaba en sus largos paseos por Arrigunaga, con el mar siempre a la vista, sabía muy bien que hay que levantar fortalezas irreductibles en nuestro interior. Ahí es donde nace la libertad. En los años de plomo, no se olvidaba de la letra de 'Volver' y el estribillo que dice 'guardo escondida una esperanza humilde que es toda la fortuna de mi corazón'.
Necesitaba del amor y de la risa como del aire que respiraba. De ancestros aragoneses y riojanos, no podía vivir lejos de su tierra, Euskadi, y más concretamente de Getxo, y «reivindicaba la soledad como el espacio natural de los valientes». Era un libertario que abominaba de las tribus. Las únicas multitudes eufóricas que le inspiraban respeto eran las que jaleaban a los deportistas, ya fuera en un campo de fútbol o en un estadio olímpico.
En general le entusiasmaba la épica, aunque también apreciara los placeres tranquilos. «La última novela que tenía en la cabeza giraba en torno a un grupo de artistas que vivían en plena naturaleza, sin vergüenzas ni prejuicios. Un canto postrero a la utopía de un hombre extraordinario».
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