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«En África la infancia dura poco». Lo dice Isaías Yoweri, un niño de doce años que vive en el norte de Uganda y adora a su abuela, antes de que empiecen 'Los años terribles' que dan título a la última novela de Víctor ... del Árbol (Destino). El escritor barcelonés, galardonado con el Nadal entre otros premios, asegura que que se siente «como si empezara de cero» con esta obra. No sabía cómo contar una historia «tan dura», la de los niños soldado, de forma que el lector se salte las distancias y llegue a meterse en su cabeza. Encontró la clave en 'El corazón de las tinieblas' de Joseph Conrad y en las emociones de su propia infancia.
– Los territorios más hostiles para el ser humano, como la Siberia de 'Un millón de gotas' y la Uganda de los años noventa, ¿son los más fértiles en manos de un escritor?
– En las situaciones extremas es donde uno puede ver su verdadera naturaleza. Yo siempre busco paisajes que tengan que ver con la historia más allá de un contexto exótico. Es el personaje el que me lleva ahí.
– A esta historia le ha llevado Joseph Kony, el señor de la guerra que secuestró a más de 30.000 niños para convertirlos en máquinas de destrucción.
– Se hizo famoso en 2012 por el vídeo de una ONG norteamericana, y la revista 'Time' hizo un monográfico sobre él que a mí me metió en esta historia. No sabía cómo contarla y al mismo tiempo era incapaz de dejarla. Al final vi que la única manera era procesarla a través de mi propia niñez, comparar no las circunstancias pero sí las emociones. Isaías Yoweri es un alter ego mío en muchas facetas.
– ¿Con vidas tan distintas?
– Me crié en un entorno muy complicado, en un barrio de Barcelona, Torre Baró, que mucha gente no sabe ni que existe, y que en aquella época era una zona de barraquismo. Yo sé lo que es orinarse en la cama de miedo. Sé lo que es la violencia, la manipulación, que aquellos que tienen que protegerte te abandonen, y sé lo que es construir una identidad sin tiempo para procesarla. Saltar de la niñez a la edad adulta.
– Escribe en primera persona y resulta difícil no empatizar con el protagonista, aunque sabemos que ha hecho cosas terribles. Como él dice, «puede que seamos víctimas, pero no somos inocentes».
– Isaías ha sido un verdugo porque lo han convertido en eso, pero al mismo tiempo es una víctima, se lo han arrebatado todo. Un niño no tiene la capacidad de un adulto para procesar sus actos, su sentimiento más fuerte es la necesidad de cariño y aceptación. Puede hacer cualquier cosa siempre que un adulto capaz de manipularlo le empuje a hacerlo.
– ¿Cómo se ha documentado? ¿Viajó a Uganda?
– En el norte de Uganda donde transcurre la historia no he estado porque es una zona muy conflictiva y hay problemas burocráticos, pero he viajado bastante por África y conozco su realidad. Me he documentado leyendo al relator del Tribunal Penal Internacional del caso de Kony y he entrevistado a gente que trabaja sobre el terreno en la recuperación de estos niños a los que robaron su infancia.
– ¿Hasta dónde llega nuestra capacidad de recuperación?
– Es infinita.
– Pero una cosa es curar las heridas que te han causado y otra, superar las que has provocado tú.
– Es fácil asumir el rol de víctima, lo difícil es asumir lo que tú has hecho, sobre todo cuando te encuentras con el rechazo de tu comunidad. Muchos chicos que han ejercido la violencia se organizan en bandas armadas o se incorporan a grupos mercenarios.
– ¿Ha conocido a alguno que haya conseguido cambiar de vida?
– Sí, y es lo que me parece más asombroso. Consiguen superarlo porque hay gente que les hace ver que la violencia que han ejercido era inconsciente, y algunos incluso se dedican a curar las heridas de otros. En los campos de refugiados de Sudán hay gente que a través del juego enseña a niños pequeños a superar sus traumas. Lo que yo he aprendido con esta historia es que se puede bajar al infierno y llegar a lo más oscuro, pero, si conservas al niño que llevas dentro de ti, se sale. Estamos hechos para eso.
– ¿Somos más fuertes de lo que pensamos?
– Isaías es mucho más fuerte que Joseph Kony. He conectado con él porque los dos hemos sido víctimas, pero no nos hemos victimizado.
– Aborda el drama de los negros albinos, perseguidos por las supersticiones más crueles.
– Salif Keïta, que es una estrella del pop y un ídolo para muchos, es albino y fue expulsado por su familia, y a partir de ahí construyó toda una carrera. Su música es alegre, colorida, fuerte, y recauda dinero para asociaciones que protegen los derechos de las personas albinas.
– Nos horrorizan las atrocidades que se cometen en África, pero a menudo las vemos como algo lejano.
– Me parece que nuestra indiferencia es la que permite que existan personajes como Joseph Kony, que sigue impune. Pensamos que la única realidad posible es la nuestra, cuando lo cierto es que es la excepción. Lo que pasa a nuestras espaldas acabará pasando en nuestra cara, estos flujos migratorios que dan tanto miedo a Europa vienen de gente que está desesperada pero es muy fuerte, eso no hay que olvidarlo. Y el hecho de sobreprotegernos nos va debilitando. Yo me crié en una familia muy, muy, muy modesta y mi hija tiene otra vida, pero me gustaría darle herramientas de resistencia para un mundo que va a ser muy complicado, también aquí.
– En esta novela rinde homenaje a Joseph Conrad y en 'Por encima de la lluvia', a Henning Mankell. ¿Qué otros escritores le inspiran?
– Me gusta mucho Scott Fitzgerald y hace tiempo decidí que escribiría una novela sobre su mujer, Zelda. La recuperaré cuando yo me recupere, de esta novela me va a costar salir.
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