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Alberto Moyano
Martes, 5 de noviembre 2024, 07:58
«Me dijeron que me voy a morir», comienza el libro autobiográfico de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957), 'Antes que nada' (Ed. Random House). El motivo fue un diagnóstico de que padecía Esclerosis Lateral Amiotrófica que, desde entonces, le ha privado día a día de ... movilidad e independencia y le ha sentado en una silla de ruedas. Caparrós, uno de los mejores reporteros y columnistas de las últimas décadas, intercala la narración de su agitada vida viajera, militante, afectiva y profesional, con catorce capítulos en los que reflexiona sobre la muerte y con un repaso a los momentos de la vida en los que estuvo a punto de morir. El jueves presenta el libro en Ernest Lluch (19.00 horas) en conversación con Ander Izagirre.
– En estos tres años habrá perdido muchas cosas, pero no la voz literaria: se podría reconocer al autor de 'Antes que nada' aunque se hubiera publicado sin firma.
– Gracias. Es lo que conservo con más cuidado, lo que puedo seguir haciendo en medio de muchas que ya no. Ahí es donde vivo.
– ¿Cómo se las arregló para escribir tantos reportajes y columnas durante todo este tiempo, mientras su cabeza supongo que estaría colonizada por la idea de la enfermedad que sólo ahora ha anunciado?
– Ya... ¿Pues sabe qué? A mí me sorprendió también porque en algún momento se empieza a temer la eventualidad de una enfermedad brutal y yo pensaba que cuando pasara, me iba a aplastar y yo estaría llorando por los rincones y sin embargo, no fue así. Desde el principio pensé que debía seguir haciendo todo lo que pudiera y la mayor parte de lo que puedo hacer ahora que estoy sentado es escribir. En ningún momento lo dejé de hacer y siempre han sido instantes de placer y de entusiasmo. Y escribir sobre la enfermedad me ayudó a entenderla, a seguir adelante con ella y a decirle algunas cosas. Pero también escribí sobre otros asuntos: tengo como siete u ocho libros inéditos. Es que no puedo hacer mucho más que esto, así que no paro. Mi editor está aterrado.
–¿Ha utilizado la técnica de lo que bautizó como 'La Crónica' para contar su propia vida?
– Bueno, con ciertas diferencias.
– Bueno, no ha recogido testimonios ajenos que hagan de contrapunto de lo que usted cuenta.
– ¿Sabe que lo pensé? Porque había escuchado a García Márquez que para escribir sus memorias, había reporteado y preguntado sobre su propia historia a gente que conoció en otras épocas. Y en algún momento lo barajé, pero luego me acordé de la cantidad de gente que me dice: «¿Te acuerdas cuando nos encontramos en Bratislava?» Y yo pongo cara de bueno, pero sé que nunca estuve en Brastislava. Entonces, decidí que no, que me iba a fiar de mi débil memoria antes que de los relatos circulantes. De todas formas, ése es el género, unas memorias, no una recolección de recuerdos ajenos.
– Igual se ha precipitado en escribirlas ya. Puede que en futuras reimpresiones deba ampliarlo porque a usted y al mundo le van a seguir pasando cosas.
– Van a seguir pasando y por otro lado, estoy en una situación un poco intolerable en la que me acuerdo de otras cosas y me digo: ¿cómo no incluí tal o cómo no metí cual? Cuando termino los libros, los doy por acabados. Me mandan unas galeras y miro unas correcciones, las devuelvo y ya. En este caso, es la primera vez en mi vida que corregí unas galeras, es decir, que las releí enteras, que añadí y quité cosas. Es el libro del que más me cuesta desprenderme. Parece una metáfora mala y se me siguen cruzando cosas que no incluí. Hace una semana inauguré un documento en el que las estoy anotando, así que ojalá alguna vez las pueda completar.
– Vivimos dando por supuesto y por descontado muchas cosas. Por ejemplo: nos piden que saquemos hoy entradas para un concierto que se celebrará dentro de un año.
– Sí, sí, absolutamente. Y eso que a usted le pasa en condiciones bastante normales, imagínese a mí, que me están invitando a dar charlas en un simposio sobre Historial Medieval que se celebrará en septiembre del año que viene. Bueno, sí, eventualmente, iré. Ahora todo es mucho más claramente eventual. Eso lo conocían nuestros mayores cuando decían «hasta mañana si dios quiere». Tenían esa idea de que nada estaba confirmado, pero la fuimos perdiendo y empezamos a creer que somos dueños de un futuro infinito porque resulta más fácil y menos angustioso. Cuando recuperas esa sensación es interesante porque te obliga a valorar muchísimo más todo lo que sí tienes y por otro lado, porque te pone ante una incertidumbre sostenida.
– Otra idea que atraviesa el libro es la sensación permanente de no estar nunca en el sitio adecuado o con la persona correcta. De estar perdiéndote algo...
– Sí, por un lado, te sumerge en una angustia bastante intensa, pero por otro, yo le agradezco a esa sensación muchas de las cosas que hice porque de no haberla tenido, me hubiera quedado mucho más quieto, tanto en sitios, como en trabajos, como en parejas, como en todo. Algunos de los cambios fueron para peor, otros fueron armando mi vida. Hasta los cuarenta y tantos, nunca estuve un año seguido en el mismo trabajo y tiene que ver con esa sensación de que en algún otro sitio debe haber cosas mejores. Si me pongo confesional, eso tiene que ver con mis padres separados. En la casa de cada uno tenía mi cuarto y en cuanto estaba un poco incómodo en la de mi madre, me iba a pasar unos días a la de mi padre y viceversa. La idea de que siempre hay otro lugar es la base de todo esto.
– Ha escrito muchísimo. ¿Es una causa perdida en un momento en el que tanta gente tiene déficit de atención, no quiere textos largos y arrastra problemas de comprensión lectora?
– No sé, yo no lo llamaría una causa perdida en la medida en que uno escribe y después pasa lo que pasa con eso. Si uno escribiera pensando en cuál va a ser el destino del texto, se cortaría la mano y se dedicaría a cualquier otra cosa. Escribir más allá de la utilidad y de la recepción está bien, pero ésa no tiene que ser la meta. Yo escribo porque no sé hacer otra cosa, porque es el espacio y la situación en los que me siento más yo. Me encanta que luego alguien me lea, pero no es la razón, ni la meta. Qué sé yo... Algunas veces he escrito contra la idea de la ética de utilidad. Si no se guía por eso, nunca haría nada porque los resultados siempre son inferiores a los que uno querría. Es mejor pensar que uno hace lo que debe o puede, y después ya se verá qué pasa.
– ¿Teme que 'Antes que nada' se lea en clave de 'espectacularización de la anécdota', como su encuentro sexual con Juan José Saer, o incluso en clave de enfermedad más que como obra literaria?
– Mire, yo espero que no. Realmente lo espero. Escribí este libro porque quería hacerlo, no pensaba publicarlo. Había llegado un punto en el que me dijeron: «Estás cerca del final». Y quise ver cómo había sido este recorrido. Lo hice por eso y después de meses de tenerlo terminado, decidí publicarlo. Es un libro pensado para mí. Quizás todos lo sean, pero éste de una manera mucho más concreta. Si hay algo en él que pueda escandalizar a alguien, bueno, es su problema. Tuve un round de sexo con Saer y valía la pena contarlo porque muestra una época que yo y tantos otros creíamos que valía la pena probar todo lo posible. Ahora hay una apertura sexual mucho mayor que tiene que ver con un clima de época en el que se borran las barreras entre los géneros. En cambio, en los setenta, la apertura tenía que ver con una idea opuesta: probar todo aquello que nos decían que no había que probar. En vez de adaptarnos al mandato social generalizado, a nosotros nos decían «rompan con». Lo incluí por eso y porque tampoco me gustó cuando la segunda vez que nos vimos me dijo tan asustado y treinta años después: «No se lo digas a nadie». Pensé: hazte cargo de lo que haces.
– Hablemos de su libro 'Contra el cambio'. ¿A día de hoy lo matizaría o cree que fue un trabajo mal leído y mal entendido?
– El problema es que la situación evolucionó mucho. Es mi único libro que no he querido reeditar porque quedó fijado en una situación que ya no necesariamente es la misma. Hace dos años me ofrecieron un par de traducciones y las rechacé porque para publicar ahora este libro tendría que corregirlo tanto que no me valdría la pena. Yo en ese momento tenía la hipótesis que recorría el libro: parte de la demonización de los combustibles fósiles tenía que ver con cierto grupo, encabezado por Al Gore, que quería controlar la transición hacia una nueva energía hegemónica: la nuclear. El principal enemigo de los ecologistas de los años setenta. Pero en 2011 estalló Fukushima y eso se fue al carajo y se volvió a desconfiar nuevamente de la energía nuclear. El libro me quedó fuera de época porque la historia cambió y yo tendría que cambiar el libro en consecuencia y me daba pereza.
– En 'La voluntad', firmado junto a Eduardo Anguita, pone fin a un siglo XX en el que se creyó que el compromiso y la militancia serían suficientes para cambiar el mundo.
– Claro. En Argentina se juntan lo que usted comenta, un largo ciclo global en el que creíamos que la voluntad de muchos actuando juntos serviría para crear un mundo mejor. Y más particularmente, Argentina se formó en torno a la idea del progreso. Fueron millones de emigrantes que fueron a partirse el lomo para que sus hijos vivieran mejor. Hay una expresión muy argentina que es «mi hijo, el doctor». Ésa era la idea: gente que trabajaba en serio para que su hijo fuera doctor.
– En España funcionaba igual...
– Claro. La diferencia es que en Argentina «mi hijo, el doctor» no significa que la única forma de ascenso social fuera ir a la universidad. Era la mejor, pero si no, se podía abrir un comercio... Vivir mejor. En la época de la que llegaron los emigrantes, pasó Clemenceau y dijo: «Sí, la Argentina es el país del futuro, el problema es que va a seguir siéndolo siempre». Durante cincuenta años, creímos que estábamos formando el país del futuro y que iba a ser cada vez mejor, pero eso se quebró en 1976, con el golpe, porque ahí empezó la idea de tratar de que al menos esto no se derrumbe. La construcción del país del futuro se convirtió en la salvaguarda de un país siempre en crisis.
– Habla de su curiosidad y de que una de las cosas que implica la propia muerte es que te pierdes el periódico del día siguiente.
– Me da mucha pena, sí. Soy fundamentalmente curioso y me da mucha pena todas las cosas que no voy a saber porque, además, soy una especie de optimista a medio plazo. He estudiado Historia y he visto cuánto hemos mejorado en los últimos 2.000 años. No puedo creer que se corte esa línea general. Sigo creyendo en esa idea de progreso que ya no sirve para ligar con chicas en los bares. Hace sesenta años la Humanidad vivía la mitad que ahora. Hemos conquistado una vida más para cada uno de promedio. Y las mujeres votan y no hay esclavos. Hay tal cantidad de jodas que me da mucha pena perdérmelas, pero todo no se puede.
– Permítame terminar con una chanza: ¿ha escrito 'Antes que nada' para dejar de ser el autor de 'El hambre'?
– Espero que no, qué sé yo... Ya que estamos en eso, yo querría ser el autor de 'La Historia', pero sé que no lo voy a conseguir. Tampoco querría, qué sé yo... He escrito muchas cosas, algunas me gustan más, otras menos, y me dan igual... Pero tampoco es cierto, no me da igual. Quisiera ser el autor de 'La Historia', pero ya que no lo voy a conseguir, quisiera ser el autor de 'Azar acecha', un libro que quizás saldrá el año que viene o al siguiente.
– ¿De qué trata?
– Ah, no le voy a decir más nada (risas).
– No pasa nada. Ya lo leeré cuando se publique.
- Su periplo vital es inseparable de la para nosotros indescifrable política argentina. ¿Por qué resulta tan extraña incluso en un mundo ya de por sí extraño?
- Sí, bueno, el gran elemento distorsionador es el peronismo. Todo lo demás hubiera sido más comprensible sin el peronismo, pero cómo hablar de la Argentina sin él, dado que desde hace ochenta años es una fuerza decisiva en el país. No tiene sentido quitarlo del panorama. Y lo que pasa con el peronismo son tantas cosas, pero hay que pensarlo como un mecanismo de acumulación y conservación del poder. Es lo que fue desde hace setenta años por lo menos, con la caída del primer gobierno de Perón en 1955. Con lo cual, puede transmutarse en absolutamente cualquier cosa. Ha sido nacionalista de derechas, nacionalista de izquierdas, liberal, socialdemócrata y así, sucesivamente. No hay definición política que haya circulado por el mundo en los últimos cincuenta años que el peronismo no haya usado para ganar elecciones. Eso distorsiona absolutamente todo. Ahora tenemos que nos gobierna un desquiciado, un señor que está con sus facultades mentales muy alteradas y que, aunque pierde apoyo, no lo suficiente, ni lo suficientemente rápido porque no hay alternativas, más allá del peronismo y el macronismo que millones y millones de personas repudiaron. El resultado de todo esto es la degradación extrema de un país que fue y podía ser algo muy distinto.
- Usted responsabiliza a su generación.
- Mi generación fracasó mucho. Recibimos un país que tenía 3% o 4% de pobreza, con una clase media que era potente, y con un estado que aseguraba salud, educación y transporte. Cincuenta años después de haber tratado de mejorar ese país, estamos en una situación tan infinitamente peor, con 50% de pobreza, sin un estado que garantice nada y con la clase media destruida. Da mucha vergüenza.
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