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«Mi padre murió el día en que mi madre le dijo que estaba embarazada de mí». La primera frase del 'Libro de familia' de ... Galder Reguera termina en punto y aparte. No hay nada que pueda camuflar esa ausencia, y tampoco necesita adjetivos. Ocurrió en la Nochevieja de 1974 cuando su familia preparaba la cena en Basauri, en casa de sus abuelos. Luis Reguera, que a sus 23 años trabajaba en la empresa familiar y era técnico de sonido, llamó para avisar de que se retrasaría porque tenía que reparar un tocadiscos. Más tarde, el teléfono volvió a sonar.
Galder nació ocho meses después del accidente, una colisión frontal con un conductor borracho. Siempre supo que era hijo póstumo, «una categoría antinatural», pero nunca se sintió huérfano. En sus recuerdos ha estado desde el principio Javi Riaño, que «ni una sola vez en todos estos años» ha hecho distinciones entre los dos hijos que tuvo con su mujer y los dos que ella tenía cuando se conocieron. «En casa había fotos de mi padre biológico y mi madre me hablaba de él», cuenta. A él y a su hermano les enseñó a rezar por sus dos padres, «el que nos cuida en la tierra y el del cielo. Yo me sentía mal, me gustaba mi familia y pensaba que si él no se hubiera muerto nunca habría conocido a Javi. Eso me generaba un conflicto».
Su presencia era para él «un eco». Alguien a quien no podía echar de menos porque «fuimos como dos luces que se cruzan en la carretera». En 2018 un primo suyo contactó con él a través de Facebook y le habló de sus recuerdos del «tío Luis», que fue su padrino. «Yo no le escuchaba, estaba pensando en otras cosas». Pero esa noche, abrazado a su hijo pequeño, sintió por primera vez que estaba siendo «injusto» con su propio padre. «Me di cuenta de que, si yo muriera ahora, mi hijo no tendría recuerdos de mí». Y empezó a madurar la idea de escribir un libro en el que tuviera cabida toda su familia. Es el octavo que publica y el primero con Seix Barral, que solo tardó un día en contestarle cuando recibió el manuscrito.
Le ayudó a encontrar el tono su anterior obra, 'Hijos del fútbol', «que también alterna pasado y presente y habla de la paternidad desde el otro lado, el padre mirando al hijo que crece». Esta vez quería contar «la historia de una familia distinta», construida con lazos «que van más allá del nombre y de la sangre». Y la lucha de su madre, Carmen, «la verdadera heroína del libro». Quedó viuda muy joven «en una época en la que la mujer no tenía los mismos derechos que el hombre» y se empeñó en que sus hijos tuvieran una infancia feliz. En pocos años tuvo que enfrentarse además a otras adversidades, la relación con un maltratador y el grave accidente de su hijo mayor, que pasó dos meses en coma. Los dos médicos que pelearon por salvarle la vida acabaron años después formando parte de la familia.
Es uno de los giros de esta novela construida con hechos reales, un género que el autor reivindica «frente a los puristas. El recuerdo es pura literatura, todos estamos construidos a partir de historias que nos contamos a nosotros mismos». Con un estilo que esquiva el sentimentalismo, mantiene el pulso narrativo en torno a la historia familiar y su deseo de saber más del accidente que mató a su padre y del conductor que lo provocó. Hay tensión en sus encuentros con los hermanos Reguera, que no han mantenido contacto con sus sobrinos.
El libro transcurre entre dos nocheviejas, de 1974 a 2018. Reconstruye al detalle aquella noche en la que volvían del hospital con la peor de las noticias cuando dieron las doce y el cielo se llenó de fuegos artificiales. Los petardos caían sobre el 'Dodge 3700' de su abuelo, el único coche que circulaba por la calle Autonomía. Tras el impactante arranque, la figura del padre se va llenando de color con las anécdotas que le cuentan, los veranos en Haro, donde conoció a su madre, el ruido que hacía con su motocicleta Ossa, su pasión por la música, sus discos. «Me he dado cuenta de que tengo muchas cosas de él». Se emocionó la primera vez que vio su imagen en movimiento con un reproductor de Super-8. Más allá de los rasgos, «compartíamos los gestos, la manera de sonreír, el bamboleo de los hombros al caminar». Eso es algo que no podían contarle las fotografías en blanco y negro.
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