«Mi padre era un señor de Bilbao que trabajaba en Iberduero, pero me enseñó a mirar el mundo para encontrar la belleza»

–Nunca he estado en Formentera.

–Deberías ir evitando el verano, por los turistas. Formentera es como la vieja Ibiza, aunque no hay paraíso al que no le alcance la prostitución. La isla mantiene ese desahogo, esa cosa liviana del Mediterráneo, sobre todo en sus habitantes. Conserva unas calas increíbles. La novela transcurre en una Formentera invernal, cuando todo está cerrado. Es una isla vacía, te cuesta hasta encontrar un sitio para comer. Te acercas a los acantilados de Punta Prima y las gaviotas chillan en sus nidos...

–Dedica la novela a su padre, «que no pudo acompañarme en mi viaje literario, a pesar de haberme mostrado el camino».

–No llegó a verme como escritora. Mi padre era muy artista, me enseñó ese lado de la belleza que percibía muy intensamente. Me enseñó a mirar el mundo para encontrar la belleza. Era un señor de Bilbao que trabajaba en Iberduero y que tenía cinco hijos, no podía ser artista. En su juventud fantaseó con estudiar Bellas Artes. Esculpía constantemente con las manos, hasta hace poco en muchos bares y restaurantes de Bilbao había figuritas suyas hechas con miga de pan.

–Getxo es importante en sus novelas.

–Aparece prácticamente en todas. La escritura es un oficio frágil y solitario, necesitas una fuerte introspección. Contar con ese territorio, que es el tuyo, es como llevar un bolso con ibuprofeno, al que puedes echar mano. Getxo es mi zona de seguridad, a la que recurro con cariño cuando escribo.

–¿Qué similitudes existen entre usted y Eva Landaluce, la protagonista, que ha criado sola a su hija y tiene a su madre en una residencia?

–No es mi alter ego. En mis primeros libros yo estaba más, ahora soy más profesional en la ficción, aunque todos los autores creamos con trocitos de nosotros. Eva es un personaje de gran calado. Me gusta que el lector vaya de la mano de la protagonista y se identifique con ella. Eva ha tenido una vida bastante complicada, la cojo de la mano y la llevo hasta su propia redención.

–Es una mujer sin un hombre a su lado.

–Posiblemente por la presencia de su padre. Yo casi siempre escribo sobre familias que no son las tradicionales, me parece que en esta vida todo el mundo elige su manera de organizar sus emociones. Esta mujer ha sacado adelante a su hija sola, es algo que me parece de lo más normal.

–'Una isla para esconderte' es un doble viaje: a una isla y a una figura paterna con secretos en el pasado.

–Es un viaje interior de todos los personajes. Hay tres voces en la novela: la del padre, la de un amigo suyo y la de Eva. El lector tiene acceso a toda la concatenación de secretos que los hace relacionarse. Es también una novela de intriga ambientada en el mundo de la joyería, que me ha obligado a hacer una investigación muy interesante.

–Es fascinante descubrir el mundo de los joyeros, asociado al glamour pero también al crimen. Y con el collar de María Antonieta como 'MacGuffin'.

–Existió realmente. Maurice Leblanc, el creador de Arsenio Lupin, y Alejandro Dumas escribieron sobre el collar. Stefan Zweig también le dedicó un capítulo de su biografía sobre María Antonieta. Hay diamantes históricos que están en los museos. Mi abuelo era joyero en la calle Correo, joyería Moreno. Existió un personaje muy interesante en Bilbao que venía de Amberes para vender diamantes. Judío, no pudo entregar las piezas ya compradas por la guerra y se suicidó. Cuarenta años después, su familia devolvió el dinero. ¿Sabes que muchos de los diamantes que llegaban a Auschwitz se los quedaba Goering? Ha habido varias personas en la historia de la humanidad con un cestito de joyas y diamantes para entretenerse.

–«Uno nunca debe volver al lugar donde ha sido feliz», se dice en el libro.

–Es una frase que se la he copiado a Sabina, ja, ja Lees un libro maravilloso, un día conoces al autor y es un borde. A veces, es mejor no tocar la fantasía y la magia que tenemos respecto a algo.

–¿Cree que tenemos que hacer las paces con los sitios, como le ocurre a la protagonista?

– Tenemos que hacer las paces con todo. Cuando vuelves años después a un sitio en el que has vivido cosas quizá te ha dado tiempo a entenderte, ya no eres el mismo. No es lo mismo vender pulseras en un mercadillo de Formentera con 18 años que regresar a los 60 y alojarte en un hotel de lujo.

–¿Qué tal le sienta empaparse de realidad para escribir sus columnas de los viernes en EL CORREO?

–Me encanta. Las abordo como los viejos artículos de Larra, tratando de meter los artículos en la realidad con un estilo muy definido como escritora. Me escriben muchos seguidores de la columna y las disfruto, aunque a veces es agotador. En este momento, tengo tal hartazgo y decepción de la política que me gustaría escribir sobre el corazón. Sería divertido hacer de Elena Francis con ironía a estas alturas del partido.

–¿De dónde recibe más satisfacciones: de sus lectores de novela o de periódico?

–De ambos. No me dan miedo las emociones y las afronto. En esta superficialidad en la que vivimos y escribimos, tener en cuenta lo que ocurre detrás de la mirada es muy importante.

–¿Le hubiera gustado empezar antes como novelista?

–La literatura es muy absorbente. Yo soy madre de dos hijos. Siempre he escrito, pero durante años no afronté el rigor que exige una novela, me dedicaba a otra creación. Siempre creí que no iba a poder publicar, pero he tenido suerte.

–Sin vida no hay escritura.

– Efectivamente. La experiencia es un grado, aunque sea para escribir una tira cómica. El poso siempre es necesario.