Todas las sociedades, no solo los seres humanos de manera individual, tienen un instinto natural de supervivencia que hace, dice el escritor Fernando Benzo, que puedan seguir existiendo incluso cuando la violencia se ha convertido en parte de su día a día. No cualquier violencia, ... o no la de baja intensidad, o no la soterrada, sino la terrorista. «Lo increíble es cómo la cotidianidad se impregna de violencia. Eso solo se puede entender donde se ha vivido, como aquí, en el País Vasco». El exsecretario de Estado de Cultura (entre 2016 y 2018), que desarrolló gran parte de su carrera en el Ministerio de Interior, fue director gerente de la Fundación Víctimas del Terrorismo y director general de la Sociedad Estatal de Equipamientos Penitenciarios pone un ejemplo. «Que una apacible tarde de domingo, de paseo, se convierta en una manifestación muy violenta al girar la esquina y que luego, tras una carga policial, todo parezca volver a la tranquilidad».
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Es lo que ve Gabo, un policía destinado en Donostia a comienzos de los ochenta, en sus primeros días en la ciudad. Del pintxo a la quema de contenedores, sin anuncios. «O un autobús ardiendo en medio de la calle». Son imágenes de una época que al escritor, que acaba de publicar 'Nunca fuimos héroes' (Planeta), le servían para ilustrar una novela que en realidad son dos. «Hay una policiaca, una trama con sus giros y sus sorpresas, y otra que podríamos llamar histórica, que explica las décadas de terrorismo y la lucha antiterrorista y cómo la vivieron los policías». Esta 'segunda novela' se nutre de un trabajo que Benzo y otro compañero realizaron hace dos décadas a modo de ensayo sobre la vida de los miembros de cuerpos y seguridad del Estado. Nunca vio la luz, pero le parecía que lo que allí se recogía -esos testimonios- merecía su narración en clave de ficción.
«Sabemos más de 'CSI Miami' que de lo que hacen los policías y guardias civiles. Si esto fuera EE UU, habría ya cientos de series y libros sobre el tema». Lo que retrata Benzo es una vida dedicada «las 24 horas» a la vigilancia, el seguimiento, la investigación. «Los que tenemos horario de oficina no podemos entenderlo: eran policías en pisos compartidos, a diferencia de los guardias que estaban en los cuarteles; su vida privada era también parte del trabajo, del que los vecinos no podían saber nada. Llevaban vidas encubiertas, como los malos». Así llamaban a los terroristas. Comparten otra característica: la lealtad a una causa. «Lo que pasa es que la suya es errónea, ellos quieren matar y los policías, servir y proteger».
Gabo, el protagonista, habla de lealtad, pero también de culpa. «De la de ser responsable de que no pase nada malo, pero pasa. Es un partido que cada cierto tiempo pierdes, más en una época, los ochenta, en la que cada dos días había un atentado brutal. Hay que tener una gran entereza emocional para vivir con eso». La guerra sucia, en ese recorrido de décadas, también está presente en la trama. «No podía no estar, es parte de esa historia. Fue el mayor error estratégico que se cometió en esa lucha. Los que participaron se pasaron a los malos».
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